Doris Dörrie vuelve a inspirarse en Japón
Si le pide que se defina en pocas palabras, Doris Dörrie contesta más o menos esto: "Soy alemana, nací en Hannover en 1955, fui a la universidad en los Estados Unidos, estudié cine en Munich, he dirigido unos veinte films (algunos documentales), puse en escena cinco óperas, escribí tres novelas, siete volúmenes de cuentos y ocho libros para niños". Todo lo cual aporta datos acerca de la diversidad de campos en los que desarrolla su labor artística, pero muy poco del lugar que ocupa en el espacio cultural alemán y, en especial, en el cine. No dice, por ejemplo, que es prácticamente la única cineasta de su país que ha sostenido una carrera regular durante los últimos veinte años, casi siempre con muy buena respuesta del público y de la crítica; que el film que en 1985 la hizo conocida en todas partes, Hombres , fue visto por seis millones de espectadores en Alemania y otros tantos en el resto del mundo; que ya es tan conocida su adhesión al budismo y su fascinación por Oriente como el humor sarcástico que ha aplicado tanto a la observación de los conflictos masculinos (en Hombres , sobre todo, pero también en Sabiduría garantizada , una especie de secuela rodada quince años después), como a retratar las carencias que las sociedades del primer mundo intentan encubrir bajo el bienestar económico. Tampoco dice que ha sido fiel a su propósito de hacer lo difícil más ligero porque -según opina- ya de por sí lo pesado es pesado y porque quiere contrarrestar un poco la clásica densidad dramática de los alemanes.
"Como espectadora busco que una historia me conmueva, pero a su vez quiero salir del cine con cierta ligereza; nadie dice: «Vamos a ver este film porque me dijeron que después de verlo salís fantásticamente deprimido» ", exagerócuando estuvo aquí en 1999 para presentar ¿Soy linda? en la primera Semana del Cine Alemán.
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Precisamente es la inminente octava edición de ese festival la que nos adelantará su última realización, Cherry Blossoms-Hanami , en la que vuelve a inspirarse en la cultura japonesa (el título responde al período en que parques y jardines ofrecen el espectáculo de sus cerezos en flor) para contar una historia en la que prevalece la emoción: la de un hombre que cumple el sueño de su mujer (conocer Japón, el hanami y el monte Fuji) y encuentra allí consuelo para el dolor de su pérdida.
Pero Dörrie no da puntada sin hilo: de paso, cuestiona otra vez el modo de vida de los países desarrollados de Occidente, que -dice- han perdido la posibilidad de vivir el presente porque todo lo subordinan al logro de una desahogada situación financiera, como si sólo pudiera pensarse en ser feliz cuando ya se tiene la casa, el auto, la jubilación y el futuro asegurado. Aunque en el camino se hayan perdido riquezas de otra índole. Es -resume- "gente que siente esa atracción por Oriente porque busca allá algo que no puede hallar en Alemania".






