
El extraño mundo de Lucrecia Martel
La cineasta salteña, autora de La ciénaga y La niña santa, será jurado en la inminente Mostra de Venecia
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Esta nota podría llevar como título "Con Lucrecia en el taller de Alice". Alice es, en realidad, un apellido: es que la salteña Lucrecia Martel vive ahora en el que hasta 1943 fue el taller del pintor Antonio Alice, autor, entre otras obras muy conocidas, de Los constituyentes del 53 y de San Martín en Boulogne-sur-Mer . La relación de este personaje con la provincia de Salta es casual: el artista conoció la fama muy joven con un cuadro titulado La muerte del General Güemes .
La cineasta, que nació en la capital provincial hace 41 años, también comenzó su carrera muy joven, tras egresar de la Enerc, y desde 1988, cuando tenía 22 años, hasta 2001, realizó varios cortometrajes. El más famoso de esa etapa es Rey muerto , de 1995, que integró Historias breves . Con el nuevo siglo llegó al largometraje con La ciénaga . La película, como Pizza, birra, faso y Mundo Grúa , se convertiría en paradigma del llamado nuevo cine argentino. Motivos no le faltaron y premios -en Berlín, La Habana, Toulouse y Sundance-, tampoco. En 2004, con La niña santa , participó por primera vez en Cannes. Desde 2002, Martel integra jurados de festivales internacionales: Berlín, Guadalajara, Bafici, Cannes, Tesalónica, Sundance y, desde el 26, lo hará en la Mostra de Venecia.
Pasado mañana, Distribution Company estrenará La mujer sin cabeza , su tercer largometraje, una coproducción entre la Argentina, España (El Deseo, de Pedro y Agustín Almodóvar), Francia e Italia, protagonizada por María Onetto, a quien acompañan Claudia Cantero, Inés Efrón, Daniel Genoud, César Bordón, Guillermo Arengo y María Vaner.
Martel vive en ese curioso departamento de Villa Crespo, el último piso de una esquina casi centenaria, con ventanales amplios y hasta un lucernario. A quienes la visitan la dueña de casa acostumbra a bajarles las llaves con una cuerda. Más allá de la blancura y la altura del salón, al que balconea un inmenso entrepiso sostenido por gruesos travesaños de madera, sorprenden algunos detalles decorativos: desde muñecas hasta sillones y antiguos artefactos enlozados de dentistas. Hay también otros instrumentos médicos, máquinas de escribir y, en un lugar privilegiado, una pila de latas con La niña santa . Martel fuma un cigarro mientras prepara café, contesta el celular y se dispone a conversar con LA NACION acerca de la película con la que este año compitió en Cannes. La cineasta piensa tener listo el guión de su versión de El eternauta , la historieta de ficción fantástica publicada por Héctor Germán Oesterheld en 1957 ("Será mi versión y seguramente no la única", aclara), que comenzaría a preproducir en enero de 2009.
En el crepúsculo
Cae la noche en la ciudad. El decorado recuerda algunas películas de David Cronenberg y Tim Burton.
-¿Algún dentista en la familia?
-No. Me interesan los artefactos antiguos.
-Entonces sólo falta un sillón de peluquero y cartón lleno
Martel asoma su cuerpo por la puerta de la cocina y, con su brazo extendido, señala un rincón algo oculto del gran living en el que hay un sillón que podría ser de peluquería, si no fuera porque lo acompaña un torno. Casualidad o no, Verónica, la mujer de clase media salteña que interpreta Onetto en su película, es dentista.
En esta nueva propuesta, la cineasta encuadra a una mujer algo confusa después de haber sufrido un percance mientras manejaba su automóvil por una ruta en un día muy caluroso. Ella sospecha que lo que atropelló fue un animal o, aún peor, un niño.
En realidad, Martel usa esa anécdota como excusa para incitar a los espectadores a meterse bajo la piel del personaje. Martel explica que el suyo es un cine de sensaciones, a veces mínimas, pero sensaciones al fin, y es consciente de que su propuesta, fuera de los esquemas comerciales aceptados por las mayorías, enfrentará a críticos y generará resistencia.
"Hay una vida que tiene la película en la discusión de las personas que me parece interesante, que si la película satisface o conforma no ocurre. Las diferencias de opinión son algo propio de la naturaleza humana Igualmente me gustaría hacer una película en la que haya más coincidencias", asegura.
-¿La habías pensado así?
-¿Vos sabés que de eso te olvidás? Cuando empiezo a filmar tengo la cabeza en blanco respecto de lo que pensaba antes. Cuando tenés definidos los actores y las locaciones ya es otra cosa, y el lugar te imprime otra visión. En cine, cuando escribís, no tenés una imagen muy precisa de lo que querés. Hay una forma de pensar en la película durante el guión, otra durante el rodaje y la final durante la posproducción. Todo termina de quedar en claro en el lugar. Es muy difícil de precisar la idea de uno antes del rodaje. Lo que sí tengo en claro es cómo suena la película, su clima sonoro.
- ¿Cuánto hay allí de realidad conocida? ¿Qué tanto de ficción?
-Para mí, las dos cosas se combinan siempre. La totalidad es un gran artificio, una gran mentira, pero la particularidad de los gestos, los detalles de sonido, son cosas muy experimentadas. Un personaje puede parecerse a dos personas que conocés, o varios que siento que se parecen a mí. No hay una referencia uno a uno con la realidad de la vida de uno, sino un artificio que uno va construyendo con sus experiencias. Todos los detalles son autobiográficos, pero la totalidad es una ficción. Hay cosas que se pueden prever con anticipación, que los hombres tengan reminiscencias de los años 70 o que en ella haya como una especie de juego con Kim Novak en Vértigo , de Hitchcock. Hay un plano de dos segundos que es muy elocuente Hay cosas que se dejan de lado, como una idea de color amarillo que con la directora de fotografía descartamos. Tenés muchas precisiones previas pero no sabés cómo todo eso va a quedar en el cuadro.
-¿Cuál era la idea?
-La idea era no contar la persona rara sino que todas las escenas, cómo están organizadas, y cómo se mueven y cruzan los personajes, tuviesen una cierta irrealidad desde el momento del accidente hasta que Verónica habla con su marido de lo ocurrido. No tanto ser testigos de su comportamiento, sino que las escenas sean su comportamiento, que toda la película sea su cabeza
-Pero es "la mujer sin cabeza"
-Claro: la cabeza sería la película A veces no me detengo a pensar en los títulos de la película. Me gustan los "clase B". Si ponés los míos en una página de cine gore podrían dar, y eso a mí me encanta. Me parece bueno que jueguen en la cabeza del espectador. Me gusta cuando otro me lo hace a mí. Cuando uno hace cine quiere compartir algo con otro, y para hacerlo necesitás ubicar al otro en tu cuerpo. Quiero poner al espectador dentro de la protagonista. Yo soy la gestora de ese encuentro.
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