Una serie de cortos agrupados que diluye no solo su concepto de secuela sino la propia idea de película
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El ritual del libro rojo: las puertas del infierno (The Red Book Ritual: Gates of Hell, Argentina/Paraguay/Nueva Zelanda/2025). Dirección: Hugo Cardozo, Hernán Moyano, Carlos Baena, Dawson Taylor, Nathan Crooker, Sonny Laguna, Tommy Wiklund. Guion: Hernán Moyano. Fotografía: Armando Aquino. Edición: Hugo Cardozo, Hernán Moyano. Música: Luciano Onetti. Elenco: Mario González Martí, Lizzie Gómez, Matías Miranda, Tainá Lipinski, Lucia Baez. Calificación: No disponible. Distribuidora: Independiente. Duración: 78 minutos. Nuestra opinión: regular.
Pensada como una secuela de El ritual del libro rojo (2022) y concebida por la misma productora (Black Mandala) y por un amplio equipo que combina gente de Argentina, Paraguay y Nueva Zelanda, esta segunda entrega tiene un trasnochado concepto de antología y está pensada como un producto rápido para estrenar en Halloween y cuyo menú no es otra cosa que una serie de bocados de horror con un lazo -bastante flojo- que los envuelve. En el equipo se destacan el director paraguayo Hugo Cardozo y el argentino Hernán Moyano (montajista de películas como Ataúd blanco, de Daniel de La Vega), asoman los nombres de los hermanos Nicolás y Luciano Onetti (el primero vinculado con la original, el segundo aquí como compositor de la banda sonora), y aparece una nómina de realizadores asociados a cada viñeta, cuyo estilo se desconoce en la mera búsqueda de efectividad en los sustos y cierta uniformidad de registro escénico.
La historia matriz es la de Robbie (Mario González Martí), un joven que reconoce el cuerpo de su novia en una morgue para luego consultar a una vidente, médium o tarotista -o todo junto- sobre las posibilidades de contactar el espíritu de su amada en el más allá.
Resultados previsibles
A decir verdad, las posibilidades son escasas -asegura la experta-, pero la más viable resulta ser la del “ritual del libro rojo”, un procedimiento metódico y convincente para convocar espíritus. Por supuesto, Robbie decide seguir las instrucciones al pie de la letra: elegir un sitio signado por la tragedia, tres amigos dispuestos al embrujo y llevar a cabo la práctica de esa celebración macabra que -intuimos- tiene más posibilidades de desgracias que de resultados satisfactorios. Lo que ocurre es lo previsible: el libro, los dedos en el centro, los planos circulares y una serie de momentos de terror estratégicamente “intervenidos” por las viñetas que conforman la estructura antológica de la película.
El criterio de las intervenciones de montaje para dar paso a esas otras historias “de terror” no acusa ninguna lógica, como tampoco la tiene la conexión de la historia principal y sus satélites. Eso sí, todos los cortos insertados tienen sus altibajos: el primero, “OtherSkin”, dirigido por Dawson Tayler, es el más original en su concepción, heredero de la tradición del folk horror con un disfraz de gato bastante espeluznante; el segundo, “Tranvía” de Carlos Baena, es el más abstracto, con estilizadas escenas en un tranvía pero sin efectiva carnadura en el horror; el tercero y el cuarto, “Midnight Delivery” y “No Filter”, ambos de Nathan Crooker, ofrecen un remedo de historias ya vistas, que exploran miedos ancestrales y zonas oscuras de la tecnología contemporánea y el quinto, “Mistery Box” de Sonny Laguna, es el más rescatable, tanto en la idea como en su ejecución.

No hay mucho más que eso, un programa de cortos agrupados bajo esa red que supone el “libro rojo” y su ritual, que diluye no solo su concepto de secuela sino la misma idea de película para derivar en una estructura anárquica y seriada. Hay algo en la producción, desde el despliegue de las locaciones, la concepción de algunos planos aéreos y los efectos especiales acumulados, que intenta contrarrestar toda idea de “bajo presupuesto” posiblemente atribuida a la película, especulando con esa exuberancia como prueba de calidad cinematográfica. Lamentablemente ese intento insistente de lucir profesional y costosa termina tornando insalvables problemas como la pobreza actoral, los clichés subrayados (los gritos repetidos, los trajinados planos de espejos) y la falta de clima de horror que hace que sus pretensiones visuales agraven la ausencia de atmósfera.
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