
Espías que llegan de otro tiempo
En Asesinos de élite, las intrigas y conspiraciones internacionales transcurren en los 80
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Los espías de otros tiempos también pueden ser muy actuales. Algo así pensaron los programadores del último Festival de Cine de Toronto, una de las cajas de resonancia globales más fuertes del año en materia de novedades, cuando decidieron incluir este año en la extensa grilla de exhibiciones una película, como Asesinos de élite (Killer Elite), título que a primera vista no tiene mucho en común con el espíritu de la muestra.
Sin embargo, la voluntad de ver reflejado en Toronto (y de allí hacia el resto del mundo) algo del estado de ánimo presente en la realidad internacional resultó determinante. Al decidir la clausura de la muestra con Page Eight, sutil y elegante reflexión acerca de cuán lejos pueden llegar los servicios secretos británicos, llevada a la pantalla por el gran dramaturgo David Hare, se imponía para muchos la exhibición simultánea allí de Killer Elite, que liga a algunos de esos servicios con operaciones de espionaje internacional, pero a comienzos de la década del 80.
En este film –cuyo estreno anuncia Alfa para mañana–, se insinúan algunas cuestiones que en los últimos tiempos cobraron protagonismo en la escena internacional: el conflicto del Medio Oriente y sus derivaciones en términos de negocios (y negociados con el petróleo), las operaciones encubiertas y extraoficiales de contrainsurgencia a cargo de grupos especiales de tareas, la presencia de poderosos intereses detrás del ejercicio visible de la autoridad.
Asesinos de élite se inspira en una novela (The Feather Men) del aventurero británico Sir Ranulph Fiennes, que, antes de convertirse en un explorador de nota que escaló el Everest y cruzó a pie el Polo Sur, pasó algunos años en una unidad especial de comandos del ejército británico conocida como Special Air Service (SAS).
El libro se ocupa de tres ex integrantes del cuerpo, que en su momento ejecutaron a otros tantos hijos de un jeque árabe, y la obsesión de venganza de éste, que para ejecutarla contrata a un asesino a sueldo llamado Danny (Jason Statham). Como reaseguro, el jeque mantiene prisionero a Hunter (Robert De Niro), killer como Danny, pero además su amigo y mentor. Todo se complica cuando los ex SAS, bajo la protección de una logia paragubernamental, conocida como Hombres Pluma, contrata a un agente que tampoco duda a la hora de matar (Clive Owen) para proteger a sus antiguos camaradas.
Las vivencias y los gustos del realizador del film, Gary McKendry, determinaron casi naturalmente el rumbo del proyecto, su ópera prima tras un corto nominado para el Oscar y una extensa labor en el mundo publicitario. "Soy un obsesivo fanático del mundo de los thrillers y las conspiraciones internacionales, y además crecí en Belfast, rodeado de tropas británicas y acciones extremas. Más que la acción misma, más que ambientarla en los 80, me interesaba contar una historia en la que no hay buenos de un lado y malos del otro. En el fondo, Jason y Clive representan al mismo personaje", señala el director norirlandés.
Hasta Toronto, para acompañar el estreno mundial de la película que estamos por conocer, llegaron sus tres estrellas. Allí, Statham ratificó su popularidad como héroe de acción, forjada, sobre todo, en la serie de films de El transportador, pero sobre todo quiso repartir elogios a su colega De Niro: "Actuar con Bob es como estar en un ring con Muhammad Alí o ganar un gran premio de Fórmula 1. Con él llegué a la cima de la montaña, no podía tener nada mejor".
Recurrió además a la escena en la que combate sin cuartel a puño limpio con Owen para ratificar los dichos del realizador: "La escena es fabulosa porque nadie gana. Cuando la vi, me pareció que estaba frente a un choque de misiles".
El título original del film coincide con un thriller muy visto en su tiempo (1975), dirigido por Sam Peckinpah, y que en la Argentina se estrenó como Aristócratas del crimen. Más allá de algún punto circunstancial en común, ambas tramas presentan claras diferencias.




