Dos décadas atrás, Hombre en llamas le permitió a Denzel Washington mostrar el rostro que mejor lo identifica en la pantalla y al mismo tiempo selló el exitoso vínculo entre el actor y el director Tony Scott, con quien hizo cinco películas
En su larga y fecunda carrera como actor de cine, Denzel Washington entregó algunas apariciones memorables. A la cabeza, por supuesto, están los dos personajes que lo llevaron a triunfar en el Oscar: el soldado que integra el ejército de la Unión durante la Guerra de Secesión en Tiempos de gloria (mejor actor de reparto en 1990) y el policía corrupto de Día de entrenamiento (mejor actor protagónico en 2002). A ellos se suman sus grandes apariciones en Malcolm X, Filadelfia, Contra el enemigo, El plan perfecto, El vuelo y Gangster americano. Hay mucho más.
La presencia central de Washington, magnética y poderosa como siempre, en Hombre en llamas (2004) tal vez no quede entre las primeras que se mencionan cada vez que hacemos un listado exhaustivo de sus méritos en la pantalla. Pero esa misma aparición podría funcionar como una suerte de síntesis o resumen de todo lo que lleva hecho en el cine hasta ahora.
Hombre en llamas es la segunda de las cinco películas que Washington hizo con Tony Scott. El vínculo empezó en 1995 con Marea roja y siguió en la década siguiente con cuatro películas más, todas enormes en el sentido más virtuoso del término. La primera fue Hombre en llamas y después llegaron Deja Vu (2006), Rescate del Metro 1 2 3 (2009) e Imparable (2010). La trágica muerte del director (se quitó la vida al arrojarse al vacío desde un puente de Los Ángeles, en agosto de 2012) interrumpió una colaboración que tenía todo para extenderse en el tiempo.
De todos esos títulos, Hombre en llamas es el que define por completo a Washington como intérprete. Su llegada reciente al streaming, ahora dentro del catálogo de Netflix, funciona como una suerte de adelanto de la próxima realización de una serie de ocho episodios inspirados en esta misma historia y en los personajes creados por A. J. Quinnell. En la plataforma la película también tiene visible el título de su estreno en España, El fuego de la venganza.
El protagonista de esta historia es John Creasy, un exmarine y exagente de la CIA golpeado por la vida que encuentra una nueva oportunidad en la Ciudad de México como guardaespaldas. Creasy quizás no sea para Washington el papel de su vida. Es mucho más que eso: es el papel que retrata toda una vida en el cine. Define e identifica casi por completo a quien lo encarna, sobre todo porque los personajes de Washington suelen mostrar un costado oscuro y enigmático. No son héroes completos.
“El arte de Creasy es la muerte. Y está a punto de pintar su obra maestra”, dice en un momento su mejor amigo Paul Rayburn (Christopher Walken), un antiguo camarada de armas instalado en México, cuyos contactos llevan al quebrado Creasy a trasladarse a ese país y aceptar el puesto de custodio personal de Pita (Dakota Fanning), la pequeña hija del matrimonio integrado por un empresario local (el cantante y ocasional actor Marc Anthony) y una mujer estadounidense (Radha Mitchell).
A través de Washington, Creasy se define como una “oveja descarriada”. Elige identificarse así a partir de sus lecturas de la Biblia, que mezcla en largas y solitarias noches con el consumo abundante de bebidas alcohólicas. “¿Crees que contratarían a un borracho, a un fantasma del pasado?”, pregunta el exmarine cuando su compinche le acerca la oferta de trabajo. Está dispuesto a aceptar una paga menor justamente por esa dependencia a la bebida.
“Cuando me di cuenta hacia dónde iba Hombre en llamas o qué parecía tener sentido en este proyecto supe que tenía que ir a lugares oscuros. Todos guardamos en algún lugar fracasos personales o cosas que los demás desconocen, que te hacen enojar, frustrarte o lo que sea”, explicó Washington sobre su personaje poco antes del estreno de la película, dos décadas atrás.
Ese costado sombrío y opaco siempre ayudó a Washington a mejorar cada una de sus grandes actuaciones en el cine. Sabemos de sobra que las grandes estrellas (y estamos en este caso hablando de una de las indiscutidas) quedan natural e inmediatamente asociadas a personajes nobles, íntegros y benévolos. En este sentido, se nos hace difícil imaginar a priori a Washington solamente a partir de los rasgos prototípicos de un villano. Quizás su personaje de Gángster americano es el único que responde plenamente a esa descripción.
Fuera de esa aparición excepcional, siempre nos acostumbramos a ver a Washington interpretando a personajes complejos y escurridizos, difíciles de definir con pocas palabras en términos de personalidad. Pero a la vez es un actor que transmite seguridad en todo momento. Es muy fácil reconocerlo por la manera que tiene de moverse, especialmente cundo lo vemos caminar. En ese sentido, el Creasy de Hombre en llamas es Denzel Washington en estado puro. Siempre da pasos firmes, amplios, convincentes. Al desplazarse lo primero que comprobamos es la decisión de sus movimientos y la sensación de autoridad que emana de ellos. Parece tener todo el tiempo bien claro hacia dónde va. Casi nunca vacila y cuando lo hace, como vemos en alguna escena clave de la película, queda mucho más expuesto a cometer errores. Y recurre a la misma seguridad, con una cuota nada disimulada de suficiencia, para hablar y expresarse.
Mejor no buscar un retrato de plena transparencia en la mayoría de los grandes papeles encarnados por Washington en el cine. Es casi imposible encontrarlo. En esa suerte de ambigüedad moral descansa buena parte del poderoso carisma que transmite desde la pantalla. Creasy, como muchos de los mejores personajes de este gran actor, no tiene ningún remordimiento al apartarse de los límites marcados por la ley o utilizar un arma para hacer justicia, proteger a los débiles, hacer justicia o, sencillamente, cumplir con un acto o un deber de servicio.
Pero no todos los personajes de Washington son iguales más allá de esta definición bastante general. Dentro de un aire de familia ciertamente apreciable entre sus personajes más reconocidos, el actor siempre fue muy consciente del matiz que consigue diferenciar a algunos de ellos. “La diferencia entre este personaje y el tipo que interpreto en Día de entrenamiento es que todavía no ha perdido toda la fe. Todavía hay en Creasy un núcleo moral. Está dañado, pero hasta ahora no logró hacer de él una persona cínica. Lo que sientes, en cambio, es que pasó por algo muy pesado”, dijo en su momento.
El aspecto emocional es decisivo en el estilo interpretativo de Washington. Queda a la vista en toda su potencia cuando lo vemos en Hombre en llamas. Ayudado magníficamente por la inquieta cámara de Scott, Creasy se compromete afectivamente cada vez más con la pequeña Pita y consigue en esa suma de gestos transmitir el camino de culpa, arrepentimiento y redención del personaje.
Pero al mismo tiempo, como si quisiera llevar a la práctica de la manera más explícita aquella máxima de “A Dios rogando y con el mazo dando”, el custodio también se muestra dispuesto a llegar hasta el final para proteger la vida de la niña, garantizar su seguridad y evitar, sobre todo, que se convierta en víctima de un secuestro extorsivo, actividad criminal fuera de control en la capital mexicana, bien presentada y mejor descripta por Scott en esta película.
Washington llegó a este personaje, uno de los más celebrados de toda su filmografía, después de una larga evaluación que involucró a muchas otras estrellas de altísimo perfil. Antes de reencontrarse con él después de una década (Marea roja es de 1995), Scott había considerado a Robert De Niro, Bruce Willis, Will Smith y hasta Tom Cruise como posibles destinatarios de un papel como el de John Creasy.
Scott sabía de entrada que Washington iba a cumplir a la perfección con la mayoría de las exigencias requeridas por su personaje. Hizo un aplicado entrenamiento físico y se capacitó en el manejo de varias armas, pero por sobre todo entregó como plus a su interpretación ese componente afectivo y emocional que de manera tan creíble aparece y se expresa en sus manos.
Mucho antes de ver por primera vez Hombre en llamas, a cualquier observador atento le queda sobradamente claro que Washington es un actor muy riguroso. Pero no es difícil al mismo tiempo percibir cómo en esta película pone en juego aportes interpretativos surgidos del nervio y la improvisación. Estamos por esa razón también frente a un actor al que le sale “de taquito” el gesto arrogante y lleno de suficiencia, propio de quien controla todas las causas de determinados actos y sabe anticiparse a sus posibles consecuencias.
También resulta interesante apreciar el cruce visual entre el clasicismo interpretativo de Washington (lo vemos sobre todo por su manera de moverse dentro del cuadro) y los múltiples e innovadores recursos estéticos empleados como es habitual por Scott: cámara en mano, colores saturados, montaje frenético, tomas circulares y mucho más. A través de esa mezcla, la Ciudad de México (en cuyos escenarios reales se filmó Hombre en llamas) adquiere una configuración fascinante y caótica a la vez.
Los ojos de Scott y los movimientos de Washington muestran a la Ciudad de México como una megalópolis en la que parece casi imposible mantener el equilibrio y evitar que los malos de turno cumplan con sus planes. Siempre habrá allí espacios fáciles de ocultar e imposibles de hallar, ideales para que la presa de algún hecho delictivo pueda mantenerse oculta. El único que consigue romper esa lógica de hierro es John Creasy, el personaje encarnado por Washington, protegido por una pequeña medallita que le entregó Pita con la imagen de San Judas Tadeo, el patrono de las causas perdidas.
Fanning no había cumplido los diez años cuando se sumó al rodaje más exigente que le tocó vivir en su etapa de niña prodigio. Casi dos décadas después, vuelve a trabajar en el cine junto a Washington. Los dos se reencontraron el año pasado para el rodaje de El justiciero 3 (The Equalizer 3), que completa la exitosa trilogía sobre otro personaje característico de esta gran estrella que tiene más de un punto en común con Hombre en llamas. Washington personifica aquí al enigmático Robert McCall, un misterioso hombre que se apoya en los misterios de su pasado para proteger a los débiles y castigar a gente que hace las cosas mal. El estreno de El justiciero 3 en los cines de la Argentina se anuncia para el 21 de septiembre y está dirigido, como en las dos entregas anteriores, por Antoine Fuqua. Es la quinta película que comparten.
Al mismo número llegó Washington junto a Tony Scott, el director que construyó gracias a Hombre en llamas el retrato definitivo en la pantalla de su actor predilecto.
Hombre en llamas está disponible en Netflix.
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