
Los cines estacionados en el tiempo
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Muy de vez en cuando se generan propuestas artísticas que revelan capas en las que se condensan cuestiones vinculadas con hábitos sociales, asuntos macroeconómicos, modificaciones que traen los avances tecnológicos, lo político, lo patrimonial y la forma en que la ficción permite repensar la realidad.
El miércoles pasado, a las 19, en un lugar de Villa Urquiza, se concentraron y expandieron todas esas capas. Mientras en pleno corazón de Recoleta lo más granado del cine indie local participaba del cóctel de presentación del Bafici, Federico León realizaba la última función de La última película como parte de otro festival llamado Espacios Revelados, que culmina hoy.
El creador, aquel que en 1998 estrenó un maravilloso espectáculo llamado Cachetazo de campo que terminó convirtiéndose en su gran carta de presentación, conoce bien de adentro el Bafici. En ese marco estrenó Todos juntos, Entrenamiento elemental para actores y Estrellas (premiada por el mismo festival). Lejos de esas escenas, su búsqueda actual lo encuentra (re)habitando un viejo cine de barrio (el 9 de Julio) devenido, como tantos otros, en impersonal garaje.
En ese garaje proyectó la última película que se dio allí cuando el espacio aún funcionaba como sala de cine. “Como en una sesión de espiritismo, asistimos al cruce de dos tiempos. Después de más de cuarenta años, la pared engrasada del estacionamiento recibe la luz del proyector. El estacionamiento esconde en su interior al ex cine. Convive con el fantasma del pasado”, escribió León en el programa de mano que recibía la gente antes de ingresar. De la boletería ya no quedan rastros. Al subir por la rampa, un cartel dice: “Entre y salga despacio”.
Arriba, donde alguna vez funcionó el pullman del cine 9 de Julio, había coches estacionados, un proyector, gente parada, imágenes de unos espartanos que se peleaban con unos atenienses, un gran ventanal sucio que da a la calle, gente sentada que acababa de llegar en bicicleta, más señores griegos del tiempo del imperio que discuten y un clima extraviado, poético, enrarecido, hipnótico.
El cine 9 de Julio se construyó en 1914. Tuvo 799 butacas. Lo diseñó el arquitecto Alfredo Cámera. Estos datos aparecen en el libro Cines de Buenos Aires. Patrimonio del siglo XX, una investigación de las arquitectas Marta García Falcó y Patricia Méndez. Ese libro fue el germen de este proyecto creado por Federico León con la colaboración de Marcos Martínez. Después de pasarse horas en la Biblioteca Nacional revisando las carteleras de los diarios, llegaron a la conclusión de que el cine había cerrado sus puertas un 16 de septiembre de 1964. Y dieron con el otro dato que necesitaban para la concreción del proyecto: la última película que se había exhibido fue Los 300 héroes, de Rudolph Maté, que se estrenó en 1962.
La intervención de Federico León ya pasó por otras salas. En el Estacionamiento Parking (o ex cine Real) resucitó a La ley de la calle, de Francis Ford Coppola. En el ex cine Parque Chas (o actual estacionamiento Parque Chas) desempolvó Pacto siniestro, de Alfred Hitchcock. En el Gran Garage Cóndor (o ex cine Cóndor) revivió Angustia de un querer, de Henry King. En esas oportunidades no pudo proyectar las películas con público porque no llegó a un acuerdo con sus actuales dueños. A lo sumo, Ignacio Iasparra sacó unas magníficas fotos. Eso fue todo (y no fue poco). El lunes pasado fue la primera vez que se dio el gusto de exhibir toda la película frente a un público (como debe ser).
La sala se construyó en 1914. En esa década, se inauguraron otros 49 cines en la ciudad. De los 300 que se construyeron entre 1896 y 2010 y que aparecen relevados en ese necesario libro de estas dos arquitectas, sólo la mitad sigue en pie. Pero, vale aclarar, que sigan en pie no significa que sigan en funcionamiento como cines. En el programa de mano de La última película se consigna que de las salas que cerraron entre los años 60 y 90, 39 se transformaron en locales comerciales; 21, en edificios; 14, en estacionamientos; 12, en supermercados, y 9, en templos evangelistas. Hay otros rubros: patio de comidas, albergue transitorio, gimnasio y muchos etcéteras.
Federico León cree que el cierre de los cines durante los años 60 se debió al auge de la televisión y al aumento de la cantidad de automóviles, que terminaron modificando los parámetros de esparcimiento de la familia tipo argentina. En esa línea, sospecha que la creación de los autocines fue un intento de tratar de equilibrar esas dos formas de entretenimiento en puja. “En los años 80 -escribe-, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales [Incaa], con la entrada de cine, rifaba autos que se exhibían en las salas. Era el prenuncio de que allí, en el futuro, habría coches. En la actualidad, los cines que pertenecen al Incaa se denominan por kilómetros: Km 0, Gaumont; Km 3, Artecinema”, y así las cosas.
Un mes atrás, las autoridades del Teatro IFT, sala emblemática del teatro independiente de Buenos Aires, comunicaron que el modo de saldar las cuentas en rojo del lugar y poder ponerlo nuevamente en funcionamiento era construyendo en el subsuelo un garaje. Una manera de que el IFT “encauce su andar” y salga del estado “estacionado”.
A las 19 del miércoles pasado, después de 50 años, en la puerta de un garaje que alguna vez fue cine volvió a armarse una fila de personas. Personas que asumían el rol de público. Arriba, en lo que quedó del pullman, proyectaron Los 300 héroes en una intervención que, entre otras cosas, reflexiona sobre el pasado, sobre los hábitos de consumo cultural, sobre la realidad de los espacios culturales barriales que, en 1952, llegaron a formar una amplia red de 109 cines. Ese imperio compuesto por salas desparramadas por la ciudad ya no existe. Apenas resisten algunos por insistencia de vecinos que defienden sus derechos de ser público sin necesidad de subirse a un coche (propio o público) para ir al centro a los barrios cerrados del entretenimiento (una posible manera de llamar a un shopping).
Cincuenta años después del estreno de esa película, se está dando una segunda versión de esa historia. Se llama 300: El nacimiento de un imperio. Y hoy, por ejemplo, se la exhibe en el complejo multipantalla Cinemark de Puerto Madero. La tendencia a sumar estas multisalas a los shoppings ayudó a la desaparición de las salas barriales (o a la apertura de garajes, como se prefiera). El Cinemark posee, como todas las otras grandes multisalas, estacionamiento propio. En muchas formas, Federico León y su equipo llevaron al extremo esa situación paradojal. Hicieron que, a la vista de algunos, los coches estacionados se convirtieran en testigos mudos de un cine estacionado en el tiempo.
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