
"Saraband", un adiós a lo grande
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"Saraband" (Suecia/2003). Guión y dirección: Ingmar Bergman. Con Liv Ullmann, Erland Josephson, Börje Ahlstedt y Julia Dufvenius. Fotografía: Stefan Eriksson, Jesper Holmström, Per-Olof Lantto, Sofi Stridh y Raymond Wemmenlöv. Edición: Sylvia Ingemarsson. Diseño de producción: Göran Wassberg. Producción hablada en sueco con subtítulos en castellano presentada en DVD, en pantalla gigante, por IFA y CDI Films en el Cosmos y en el Malba. Duración: 107 minutos.
El estreno de "Saraband" es uno de los grandes acontecimientos de la temporada cinematográfica 2004, incluso aunque se produzca casi sin promoción, fuera del circuito de las principales salas, y en copias en DVD que distan de tener una óptima calidad.
Realizada originalmente para la televisión sueca en video de alta definición, "Saraband" es, según aseguró el propio Ingmar Bergman, su despedida definitiva del cine. Pero, sin caer en exageraciones de corte sentimental -estamos ante el canto del cisne de uno de los pocos mitos vivientes y uno de los directores más influyentes de todos los tiempos-, se trata de un adiós a lo grande, con toda la intensidad emocional, la profundidad psicológica, la solidez formal y el compromiso de sus actores que marcaron desde siempre a este incisivo, feroz e impiadoso observador de las relaciones humanas.
En un cine contemporáneo dominado por las sagas, "Saraband" es -a la manera de Bergman, claro- una secuela de "Escenas de la vida conyugal": treinta años han pasado y ahora el guionista y director sueco ha decidido cruzar, una vez más, los destinos de Johan (Erland Josephson) y Marianne (Liv Ullmann). El -verdadero alter ego del propio Bergman- tiene 86 años y vive recluido en una casona perdida en el medio de la nada. Un "impulso irracional", un guiño del destino, hace que ella, de 63, decida invadir ese santuario para saber qué fue de su ex marido y padre de dos hijas que casi han perdido de vista (una vive en Australia y la otra está internada en un neuropsiquiátrico).
El reencuentro, no podía ser de otra manera, está lleno de sorpresas, de sutiles muestras de cariño y de reproches encubiertos, de recuerdos y de fantasmas (especialmente el de la infidelidad compulsiva de él, que terminó con 16 años de matrimonio). "Es un error", admite ella al primer encontronazo entre ambos, pero Bergman evita caer en obviedades nostálgicas o rezongos elementales.
Los diez capítulos y un epílogo en los que está dividido "Saraband" (todas pequeñas obras de cámara entre dos de los únicos cuatro personajes que aparecen en el film) ofrecen la misma lucidez (en la cuidada dramaturgia, en la rigurosísima disección de los conflictos más íntimos de sus criaturas, en la minuciosa capacidad de observación, en la obsesiva dirección de actores) que desde hace ya varias décadas han elevado el estilo bergmaniano a la categoría de clásico.
Algunos escépticos podrán argumentar que no hay nada demasiado innovador en "Saraband" más allá del impacto que provoca la reunión entre Marianne y Johan. Es verdad que Bergman vuelve a trabajar sobre sus obsesiones existencialistas de siempre (la imposibilidad del amor, la inminencia de la muerte) y sobre sus temas preferidos (como la música clásica, con la estructura y hasta el propio título del film derivado de la bella Sarabanda de la Suite Nº 5 para violonchelo solo de J. S. Bach), pero no por eso estamos ante un artista que ya no tenga nada que decir.
Cuatro personajes (a la pareja central se suman un hijo que Johan ha tenido previamente y su nieta) y un par de escenografías le bastan a Bergman para retratar con enorme hondura, convicción y credibilidad el dolor, la derrota y las contradicciones generacionales.
Pese a la dureza de muchos de los temas que recorren el film (el suicidio, el incesto, las relaciones posesivas, el desprecio, la manipulación y la hostilidad) y a la habitual falta de complacencia en la mirada del director, "Saraband" entrega en cada una de sus confesiones, en cada uno de sus planificados y precisos planos, un dejo de compasión y ternura infrecuentes.
El primer plano del rostro lloroso de Liv Ullmann, la escena en que ella y la joven Karin se desnudan emocionalmente mientras se van emborrachando juntas, los arranques violentos de un padre que intenta -a toda costa- retener a su hija, la lectura de una carta escrita por una mujer que ha muerto tempranamente de cáncer, pero que en muchos sentidos sigue presente entre sus familiares o el momento en que Marianne y Johan deciden compartir el lecho quedarán no sólo entre los grandes momentos de "Saraband", sino también de toda su carrera. Las últimas, inolvidables imágenes de este exquisito y sereno testamento fílmico de un maestro como Ingmar Bergman.






