Parte de una trilogía, la película aborda los roles sociales y los parámetros del relato vincular, sin caer en escándalos y provocaciones
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Sex (Noruega/2024). Dirección: Dag Johan Haugerud. Guion: Dag Johan Haugerud. Fotografía: Cecilie Semec. Música: Peder Kjellsby. Edición: Jens Christian Fodstad. Elenco: Thorbjørn Harr, Jan Gunnar Røise, Anne Marie Ottersen, Nasrin Khusrawi, Birgitte Larsen, Sereba Marvin, Vetle Bergan. Duración: 118 minutos. Distribuidora: Mirada Distribution. Nuestra opinión: muy buena.
Dos compañeros de trabajo conversan durante un descanso. La charla es casual, en principio intrascendente. Sin embargo, uno de ellos se siente lo suficientemente en confianza como para confesarle a su amigo que soñó que David Bowie le hablaba y lo miraba con deseo, haciéndolo sentir bien y despertando algo así como un lado femenino. La historia lleva a su compañero a reconocerle que tuvo sexo con un cliente. Ninguno de los dos, heterosexuales promedio, cree que sus experiencias alteren sus preferencias sexuales. Sin embargo, tampoco son situaciones casuales.
En el núcleo de Sex -primera parte de una trilogía independiente cuyas continuaciones serán Dreams y Love, proyectadas en la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata- subyace un cuestionamiento hacia el concepto de masculinidad. Sin embargo, no desde una situación externa, como suele ser habitual, sino desde la introspección. A partir de estas dos historias (una en el plano real y la otra en el de la fantasía), que revelan los protagonistas, la película avanza en las consecuencias para con sus parejas, para con su familia y para con ellos mismos. Así surge un inesperado e interesante cambio de paradigma en relación con otras propuestas, que abordan temáticas similares.
El director, Dag Johan Haugerud, filma estas conversaciones con una puesta en escena deliberadamente austera. Planos largos, encuadres fijos, poca movilidad de cámara. La atención está puesta en el decir, en las conversaciones y en lo que provocan en los personajes. Prácticamente no hay subrayados dramáticos ni golpes de efecto. La tensión surge del contraste entre lo que los personajes creen estar explicando con claridad y lo que sus interlocutores eligen recibir. En parte por lo dicho, pero también con un subtexto que se escapa en las rendijas del discurso.
Esta elección narrativa obliga de parte del espectador a un compromiso con lo que está viendo. A mantener un nivel de atención tal, que le permita, no solo acceder a la evolución de los personajes, sino también a completar en su cabeza, las piezas faltantes de lo que el guion le ofrece. Esta decisión narrativa, en un punto se revela a contracorriente del habitual cine pre masticado y exageradamente subrayado al que se nos invita a acostumbrarnos. Quien elija este segundo camino, se perderá de descubrir una película cuyo pulso propio se vuelve bastante más desafiante que aquellas dominadas por la sorpresa constante.
Que no se malinterprete por su título; Sex prescinde de convertir la exploración sexual en un gesto provocador. No hay voluntad de escándalo ni necesidad de juicios o etiquetas. Las confesiones no funcionan como revelaciones traumáticas, sino como síntomas de una incomodidad más profunda: la dificultad de conciliar deseo, nuestro rol social y los parámetros del relato vincular. En lugar de proponer respuestas, soluciones o diagnósticos, el film se limita a habilitar la pregunta.
Sex trasciende su frontera geográfica para adentrarse en temas universales. Lo masculino, quiénes somos para nosotros, y también para los demás, son las problemáticas que se colocan en el centro de la escena. Sin vueltas de tuerca ni juicios de valor, porque incluso aquellos personajes que se ven a ellos mismos como víctimas, en lugar de condenar abren un nuevo abanico de preguntas, tan propio como imprescindible.
Sex es un experimento narrativo sensible y humano, cuya coherencia interna está en consonancia con su elección estética, combo que potencia su estructura dramática, pero desde la palabra. Una película cuyo objetivo principal no es necesariamente agradar (aunque lo logra), sino invitar a la reflexión.
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