Sobre la reunificación alemana

"Good Bye Lenin" ("Good Bye Lenin!", Alemania/2003, color). Dirección: Wolfgang Becker. Con Daniel Brühl, Katrin Sass, Maria Simon, Chulpan Khatamova, Florian Lukas, Alexander Beyer, Burghard Klaussner, Michael Gwisdek. Guión: Bernd Lichtenberg y Wolfgang Becker. Fotografía: Martin Kukula. Música: Yann Tiersen. Edición: Peter R. Adam. Presentada por Alfa Films. Duración: 118 minutos. Apta para todo público (se recomienda la presencia de un adulto).
Nuestra opinión: muy buena

Si hay un gran hallazgo en "Good Bye Lenin" -más allá de la rareza de haber hecho coincidir en el aplauso al público masivo y los sectores más exigentes de la crítica- es el de haber encontrado el modo de exponer un complejo momento de la historia reciente -la reunificación alemana- en términos de una tragicomedia familiar. Sin apartar la vista de los hechos de la vida cotidiana, porque en ellos se reflejan -bajo su aspecto más humano- las bruscas transformaciones que experimenta la realidad, y sin hacer el menor alarde de la inteligencia y el ingenio puestos en juego para ofrecer, con aparente sencillez, un cuadro tan sustancioso y de tal variedad de lecturas.

Puede decirse que el film de Wolfgang Becker describe la confrontación entre la gris burocracia socialista y la multicolor seducción de la economía de mercado. Lo admirable es que lo hace en un agridulce tono tragicómico y a partir de una idea que da prueba de su ingenio: una comunista ferviente cayó en coma poco antes de la caída del muro, y ahora, meses después, se ha recuperado; para evitar que conozca la verdad, lo que para ella sería un golpe mortal, su hijo compromete a familiares, amigos y vecinos en una misericordiosa conspiración destinada a recrear las condiciones de vida de Berlín oriental y ocultar los cambios recientes, que han sido muchos y vertiginosos.

El mercado ha avanzado sobre el este de Berlín con la marcha arrolladora de los tanques. Pero no se trata sólo de disimular que los pepinillos son ahora holandeses metiéndolos en frascos con la vieja (y única) marca familiar ni de recuperar los muebles descartados o desempolvar ropas que habían sido jubiladas; también hay que conseguir viejos diarios en buenas condiciones (las noticias son lo de menos: siempre eran parecidas), fraguar noticieros de TV e impedir que por la ventana se cuelen las voces de la publicidad. Y mucho más: durante los meses que Christiane pasó en el hospital, hasta el propio Alex mudó de ocupación (antes reparaba televisores, ahora vende antenas satelitales), y su hermana, que tiene novio nuevo instalado en casa, cambió la facultad por el uniforme de una cadena de comida rápida. (En esas funciones, según le cuenta un día a Alex, se cruzó con el padre, al que no han visto desde que huyó a Occidente. "¿Y qué le dijiste?", interroga el muchacho; "gracias por elegir Burger King", responde ella.)

Agudeza y emoción

La mirada es un poco sarcástica y también un poco melancólica (el protagonista confesará sobre el final su nostalgia de un país que quizá nunca existió, aunque permanece ligado a la memoria de su madre), pero sostiene un admirable equilibrio entre el humor y la emoción (nunca se pierde de vista que es el amor el que ha puesto en marcha el complot), acepta ciertas pinceladas surrealistas (a medida que la recuperación de la madre obliga a aguzar el ingenio) y tiene la sensatez y la agudeza necesarias para no ceder a las simplificaciones. No hay aquí felices y miserables o buenos y malos. Hasta la convencida militante socialista muestra sus claroscuros: el fervor ideológico -avivado desde que su marido la abandonó para irse al Oeste con otra mujer- no la ha privado del ojo crítico con el que vigila las desviaciones de los funcionarios.

Es cierto que la fama que precedió al estreno de "Good Bye Lenin!" y la consiguiente divulgación de su argumento pueden haber deslucido un poco el impacto de su ocurrente idea central; sin embargo, conviene pasar por encima de alguna aparente redundancia para detenerse en la sutileza presente tanto en la punzante ironía de los momentos farsescos (la curiosa variación histórica que impone un cambio de dirección a los que cruzan el muro) como en la discreta poesía de algunas imágenes (el vuelo de Lenin sobre la transfigurada Berlín) o en la ternura tristona del final feliz "socialista" que el muchacho inventa por amor a su madre.

En un examen más demorado, "Good Bye Lenin" va descubriendo la rica variedad de sus observaciones y abriéndose a la lectura metafórica. Pero no hace falta embarcarse en esa tarea para disfrutar de su humor, festejar sus agudezas y emocionarse con personajes a cuyo espesor humano mucho contribuye el compromiso expresivo de los dos principales actores: el carismático Daniel Brühl y la transparente Katrin Sass.