Soplo de frescura juvenil en un film inequívocamente uruguayo
"25 watts" (Idem, Uruguay/2001, blanco y negro). Dirección: Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll. Con Daniel Hendler, Jorge Temponi, Alfonso Tort, Valentín Rivero, Valeria Mendieta, Carolina Presno, Silvia Sielski, Gonzalo Eyherabide, Robert Moré, Roberto Suárez, Federico Veiroj, Ignacio Mendy, Claudio Martínez, Walter Reyno. Guión: Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll. Fotografía: Bárbara Alvarez. Música: Los Mockers, Exilio Psíquico, El Peyote Asesino, Motivos Navideños, Buenos Muchachos y Zero. Edición: Fernando Epstein. Presentada por Eurocine. Duración: 94 minutos.
Nuetra opinión: muy buena
En muchos sentidos, "25 watts" es un film ejemplar. Porque demuestra que no hacen falta presupuestos holgados ni abundancia de recursos técnicos cuando hay imaginación. Porque confirma, por si hacía falta, que cuando se habla de lo que se conoce y hay una idea clara de lo que quiere decirse, cualquier pirotecnia narrativa está de más. Porque elige el perfil bajo y la actitud modesta y no pretende hacer diagnósticos ni emitir juicios de índole alguna, pero termina suscitando la reflexión a fuerza de retratar con sinceridad y agudeza un pedacito del mundo. Porque, por fin, descarta cualquier pretensión y elige un tono ligeramente irónico para contar las andanzas de sus personajes no colocándose por encima de ellos sino compartiendo su humor y su desconcierto.
En las horas vacías y el azaroso tránsito por un fin de semana de estos chicos muy actuales de Montevideo, puede citarse la influencia de Jim Jarmusch, hallarse algún remoto parentesco con aquellos no menos remotos inútiles de Fellini o descubrir en las imágenes algún lazo con el joven cine independiente argentino (Trapero, Bernard-Nardini, Ariel Rotter, Perrone). Sin embargo, "25 watts" es un film inequívocamente uruguayo. Toda una sorpresa viniendo de un país con tan exigua tradición cinematográfica, que no cabe sino recibir con beneplácito. Porque viene de donde viene y porque trae un soplo de frescura juvenil en su modesto tono de distante ironía sin soberbias.
En medio de un cine en el que la inacción, el desaliento y la falta de perspectivas de la juventud suelen merecer retratos igualmente inertes, igualmente pálidos y por lo general profundamente aburridores, los uruguayos Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll ponen una pizca de humor. En lugar de añadir tedio al tedio y desesperanza a la desesperanza, observan todo con una ligereza y una sinceridad que revelan temprana sabiduría.
Nada de discursos tremendistas: un retazo de vida, una miniatura de barrio en la ciudad pequeña, que es inequívocamente uruguaya, pero bien puede parecerse, en lo sustancial, a cualquier otro barrio de cualquier otro rincón del mundo. Allí donde la TV está siempre encendida aunque no se le preste atención y donde nada merece ser dramatizado: ni la desdicha amorosa ni el presagio de mala fortuna que anuncia el excremento canino pegado en el zapato ni el infortunio estudiantil ni el atropello de unos amigos ocasionales que dan el zarpazo al bolsillo apenas vislumbran un titubeo.
Estructura episódica
"25 watts" es bien uruguaya, sobre todo en el habla de sus personajes -objeto de una atenta elaboración, aunque la espontaneidad de los actores haga pensar que todo surge improvisadamente-, en el humor zumbón y un poco provinciano que ellos cultivan, mezcla de inteligencia, desenfado e ingenuidad; en el tiempo de su narración, que reproduce el ritmo cotidiano y apacible de la vida del barrio; en los apuntes -precisos, alejados de cualquier lugar común- con que los autores registran las singularidades de Montevideo.
Que haya más pasividad que acción en la vida de estos tres muchachos de clase media que andan un poco -bastante- a la deriva no significa que el film acuse monotonía alguna. La estructura episódica del relato permite acompañar a los chicos en su tránsito por el breve circuito de sus andanzas, en sus eventuales encuentros con terceros y en las situaciones que ilustran su ceñida "problemática" individual. El Leche, preocupado por la oscura premonición que lo persigue desde la maldita pisada, no logra concentrarse en sus estudios de italiano, que en realidad sigue más por amor a la profesora que a la lengua del Dante. Javi tiene conflictos afectivos (de su última novia le han quedado un desplante y un hamster con el que comparte el alimento para perros) y laborales (está harto de circular por ahí con uno de esos autos con parlantes en el techo que difunden avisos del comercio del barrio).
En cambio, la única incertidumbre que agita a Seba, por el momento, deriva de tener que elegir qué video pornográfico alquilará para llevarse a casa. (Más tarde se meterá en líos y complicará a sus compañeros, cuando un ex amigo de su hermano lo incorpore por un rato a su clan.)
El desfile de personajes secundarios, casi todos bastante singulares, añade toques de humor al cuadro gris de ese sábado montevideano, donde el vacío puede llenarse discutiendo trivialidades o apelando al viejo juego de tocar timbres y salir corriendo. Nadie tiene nada importante que hacer ni que proyectar ni que pensar en esta jornada iniciada en la trasnoche del viernes y prolongada hasta la madrugada del domingo. Pero ese vacío puede resultar gracioso, y en su espejo quizá pueda hallarse más de un anzuelo para la reflexión.
Párrafo aparte merece el decisivo desempeño del grupo de actores jóvenes encabezado por Daniel Hendler, Jorge Temponi y Alfonso Tort. Todos derrochan sinceridad, frescura y convicción e imponen al retrato un encanto y una simpatía no carentes de ternura.
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