Un cambio de vida, en la ficción y en la realidad
En febrero último, Rompecabezas, la ópera prima de Natalia Smirnoff participó en la competencia oficial de la Berlinale. Las repercusiones fueron positivas y actualmente sigue su camino festivalero. La película, que pasado mañana se estrenará en los cines Primer Plano, cuenta la historia de María del Carmen, que al cumplir 50 años y recibir como regalo un rompecabezas, descubre que es posible otra realidad, una que tiene que ver con una habilidad desconocida hasta entonces. Un hecho inesperado determina un cambio sustancial en la vida de esta mujer, y algo parecido le ocurrió a Smirnoff en su propia vida.
La figura central de Rompecabezas es María Onetto, a quien acompañan en el film Arturo Goetz y Gabriel Goity. La actriz, aplaudida por sus trabajos en TV, en teatro y en cine, encarna a esta ama de casa que cuestiona a su entorno y empieza a vivir su pasión en la clandestinidad. Este nuevo camino le permite conocer a Roberto, un millonario que quiere competir en el torneo mundial de rompecabezas en Alemania. Para ella, una mujer simple, esto representa un gran desafío.
En diálogo con LA NACION, Smirnoff -que fue directora de casting de las películas de Lucrecia Martel-, confesó cómo apareció el cine en su vida y cuáles son sus metas.
Trailer de Rompecabezas
-¿Cuándo tomaste la decisión de hacer cine?
-Tuve un accidente de auto a los 21 años, tonto, nada grave. En la noche que pasé en una comisaría de San Telmo, experimenté la sensación de fragilidad de la vida muy fuerte. Casi sin saber por qué, cinco meses más tarde dejé la carrera de Sistemas en Ingeniería, donde me quedaba poco para recibirme, y de un día para el otro me anoté en la FUC. La sensación de elegir un nuevo camino me empezó a dar aire. Estaba siendo arrastrada por la vida, no estaba eligiendo realmente. A partir de ese momento, empecé a hacerlo. Unos años más tarde dejé el trabajo de periodista que tenía y comencé como ayudante de casting.
-¿En qué medida Martel influyó en tu decisión de dirigir?
-Haciendo el casting de La ciénaga, Lucre me dijo una frase que me marcó: "Está muy bien que seas ayudante y que hagas este trabajo, pero no pierdas la capacidad de saltar al vacío. Sin eso, no podés dirigir". Me quedó grabado. Su forma de encarar el cine tomando decisiones arriesgadas me influenció y me dio un punto de referencia.
-¿Por qué este tema?
-Me interesaba contar la historia de una mujer sencilla que descubría un don. Me gustaba que no fuera una heroína, ni típica ni atractiva, pero que, poniéndole una lupa, uno empezara a descubrir un universo. Ese fue como el germen inicial. He vivido muchas vidas, he sido casi una especialista en sistemas, periodista, vendedora de publicidad, luego técnica de cine, ayudante de dirección, asistente y directora de casting y ahora directora, pasando por escribir la peli. En un momento hasta tuve fantasías de hacerme gemoterapista. Yo no creo que todo esto fue un camino para dirigir. Fui todas esas cosas y podría ser todas otras. Y me parece que todo el mundo tiene millones de dones y posibilidades a veces descubiertas, a veces no. Pensar que María del Carmen se podía morir sin descubrir el rompecabezas fue gran parte del motor de esta historia. Ella es genial armando, única. Y eso siempre da cosas buenas, pero también exige mucho. Los dones son así.
-¿Cuál es tu meta?
-Uy, qué difícil... Quiero hacer un cine en el que las actuaciones tengan una búsqueda de originalidad y autenticidad, que muestre el trazo fino. Pero también me gusta lo fantástico. Parto de la noción de que no hay una verdad, sino puntos de vista. Y el cine es un gran campo para jugar con eso. Me gusta lo mágico, lo improbable, lo misterioso.
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