Un director con 65 asistentes, el boicot de un pueblo entero y estrellas presas en sus hoteles
Para algunos,el cine de Luchino Visconti puede haber envejecido prematuramente si lo comparamos con la obra de otros grandes maestros italianos de su tiempo. Para otros, todavía es posible atrapar con todo esplendor a través de sus películas el retrato de la decadencia y los excesos de esa misma clase social opulenta a la que perteneció. Su personalidad fue todo un mosaico de grandes contradicciones, ya que creció y vivió siempre como un aristócrata aunque abrazara públicamente con el tiempo la causa ideológica del marxismo. Por su homosexualidad quedó expuesto a muchísimas polémicas durante el tiempo de su apogeo artístico y en la última etapa de su carrera, a fines de la década del 60, se obsesionó con la idea de transformar en estrella protagónica al actor alemán Helmut Berger, que había sido su amante durante mucho tiempo.
En 1969 vería concretado ese anhelo con La caída de los dioses (La caduta degli dei o The Damned, título con el que se distribuyó internacionalmente), que se convertiría con el tiempo en uno de sus trabajos más observados, analizados y también reivindicados por los críticos y estudiosos de su obra. Pero al mismo tiempo el largometraje que inició la llamada "trilogía alemana" (seguida por Muerte en Venecia y Ludwig: la pasión de un rey) estuvo marcado por constantes y tremendas complicaciones en su rodaje. Algunas de ellas tuvieron que ver con la inflexible meticulosidad con la que Visconti llevaba adelante cada uno de sus proyectos.
El motor de La caída de los dioses fue la intención de explicar a través del cine el surgimiento del nazismo, y más precisamente, como la sociedad alemana fue de a poco identificándose con una idea política que terminó revelando durante el ejercicio del poder y más tarde en la Segunda Guerra Mundial toda su crueldad. Con la forma y el espíritu de un gran melodrama, junto a sus clásicos alardes operísticos, Visconti explica el ascenso al poder del nacionalsocialismo de Adolf Hitler a través de la parábola de los Essenbeck, una familia que en su mirada equivale desde la ficción a la poderosa dinastía empresaria de los Krupp, que empieza a encumbrarse como dueña de los grandes proyectos siderúrgicos mientras sus integrantes van de a poco adoptando los usos y costumbres de la nueva ideología totalitaria que comienza a imponerse. En el medio, esa familia encarna todos los comportamientos de una sociedad decadente y destinada a la autodestrucción: pedofilia, incesto, adicciones, comportamientos criminales (asesinato incluido) y perversiones varias. La Noche de los Cuchillos Largos, aquella cruenta purga política ocurrida en 1934 que se convirtió en oscuro símbolo y vehículo del ascenso de Hitler al poder, es presentada en la película con la alegórica imagen de un verdadero baño de sangre precedido por una orgía.
Ya había quedado atrás la intención original del director de llevar al cine una adaptación de Los Buddenbrook, la novela de Thomas Mann, el autor de Muerte en Venecia, que poco después Visconti convertiría en una de sus películas más celebradas. Hasta que los temores de un presunto resurgimiento neonazi y el deseo de contar una historia conectada con la historia reciente de Alemania (Visconti siempre hablaba con afecto de sus ancestros germanos y de lo cerca que se sentía de ellos) lo llevaron a desarrollar el proyecto de La caída de los dioses. Para ello contó con el aporte de un flamante organismo estatal, llamado Italnoleggio, al que se le suministraron fondos oficiales destinados al apoyo de proyectos cercanos al llamado cine de autor.
Así, el director dispuso de cuantiosas sumas de dinero que podían satisfacer sus exigentes gustos artísticos y el preciosismo de su estilo, trabajado hasta el mínimo detalle. Iba a contar por primera vez, según narraba un artículo publicado en el semanario Panorama de 1969, con libertad artística y productores dispuestos a apoyarlo en vez de presionarlo. Pero en el medio aparecieron discusiones políticas. Visconti se había comprometido a utilizar un presupuesto fijo y establecido con anterioridad al rodaje, pero cuando se vio en la necesidad de pedir refuerzos porque no alcanzaba con ese dinero se planteó un fuerte debate en el consejo de administración de Italnoleggio. Le reprocharon a los representantes del Partido Socialista Italiano en ese organismo de respaldar al director solamente por motivos de afinidad ideológica y al final se rechazó el pedido del director, con lo que el proyecto corría serio peligro.
Pero una nueva conducción, encabezada por un representante católico, estableció (según lo narrado en la revista Panorama) que La caída de los dioses era una oportunidad inmejorable para proyectar por primera vez hacia el mundo un proyecto italiano de genuina calidad artística con apoyo estatal. Se aprobó así un incremento en el presupuesto original. Con ese dinero, Visconti y su equipo técnico y artístico partieron hacia Alemania. Después de buscar durante un buen tiempo el lugar ideal para el rodaje en distintas regiones, Visconti eligió la pequeña localidad austríaca de Unterach am Attersee, rodeada de montañas y un hermoso lago.
Los habitantes del lugar no recibieron de la mejor manera al equipo de filmación, que instaló a lo largo y a lo ancho del poblado banderas del Tercer Reich y numerosos extras vestidos con el uniforme de las tropas de asalto nazis. La tranquilidad lugareña se alteró todavía más cuando los medios locales informaron de un ataque cardíaco sufrido por un hombre de origen judío que estaba de paso.
Por otro lado, las exigencias de Visconti llegaban a límites inverosímiles. Había pedido que todas las partidas de salchichas se enviaran directamente desde Alemania porque había que reproducir el color exacto de ese alimento, más oscuro y contundente que las que se producían en ese enclave austríaco. Entre esas imposiciones y el rechazo de la población local el presupuesto terminó ascendiendo de manera exponencial.
"Los nativos estaban cansados de nuestra presencia y tuvieron aterradoras batallas con el equipo técnico italiano, porque decían que ellos los habían abandonado en medio de la guerra después de haber sido sus aliados. Entonces aumentaron a la fuerza todos los precios, desde una botella de Coca Cola hasta un ovillo de hilo común y corriente. Esas batallas no fueron solamente verbales", recuerda Dirk Bogarde, uno de los protagonistas de la película, en el segundo de sus libros autobiográficos, Snakes and Ladders.
Las hostilidades crecían junto con los costos. El dinero no llegaba y en una ocasión el equipo quedó retenido en el hotel que ocupaba sin poder salir por falta de fondos. Bogarde e Ingrid Thulin, otra de las estrellas, permanecieron semanas enteras sin hacer nada, aguardando la orden de reiniciar la filmación. Mientras tanto, en Unterach, los habitantes locales se negaban al pedido de Visconti de cerrar negocios en horas laborables o cambiar las señales de tránsito para la ambientación de época. A eso se sumó una inesperada seguidilla de días lluviosos que demoraban todavía más los planes originales.
"Cuando dejamos esa fea y pequeña localidad nos fuimos a Düsseldorf –recuerda Bogarde en sus memorias–. Quedamos bloqueados en nuestros hoteles y nos incautaron los equipos hasta que el dinero llegara. Nos quedábamos sentados, abatidos, con el equipaje sin abrir y la sensación de que formábamos parte de una compañía de artistas de variedades completamente arruinada y abandonada por sus empresarios.
Visconti era la visible excepción: se instaló en Alemania con un séquito personal de 65 asistentes. Recuerda Bogarde que mientras los productores salían desesperados en busca de dinero y el resto del equipo seguía sin hacer nada, el director "desayunaba todos los días con el esplendor de un aristócrata solo porque podía pagárselo de su bolsillo".
Finalmente se pudo completar el rodaje, en buena medida porque la poderosa United Artists hizo una oferta adelantada de un millón y medio de dólares para asegurarse los derechos de distribución internacional. La película fue un gran éxito comercial sobre todo en los Estados Unidos y sufrió severos cortes cuando se exhibió por primera vez en televisión. La versión original, de 157 minutos, finalmente se conoció cuando fue lanzada en 2004 para su edición en DVD (la versión comercial puede encontrarse en YouTube). En la Argentina, La caída de los dioses se estrenó en los cines el 5 de febrero de 1970.
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