William Hurt, el actor excepcional que se repuso de las adicciones y que se ganó el mote de huraño por preservar su privacidad
Llegó al cine a principios de los 80 y se convirtió en la figura más poderosa y magnética de la pantalla en esa década gracias a su talento para interpretar personajes de gran complejidad; ganó el Oscar por El beso de la mujer araña y tuvo otras tres nominaciones
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William Hurt fue uno de esos contados triunfadores del cine a los que el éxito, la fama y el reconocimiento dejaron muy pronto de significar una bendición para convertirse, por el contrario, en una doliente cruz cargada siempre con gran sufrimiento. En el mejor de los casos, sus apariciones en el cine se fueron transformando de a poco en la representación del cumplimiento de un deber impuesto desde lo más profundo de una vocación que supo llevar hasta lo más alto.
Hurt murió este domingo a los 71 años en su casa de Portland, Oregon, según informaron familiares y amigos a distintos medios de Hollywood. No se divulgó en un primer momento ninguna explicación sobre las causas de su fallecimiento. Seguía plenamente activo, con varios proyectos de cine independiente en preproducción y una presencia recuperada para el gran público gracias a sus apariciones en algunas películas de Marvel interpretando al general Thaddeus “Thunderbolt” Ross.
El gesto doliente, malhumorado o lleno de pesadumbre que Hurt expresaba cada vez con más nitidez desde la pantalla mientras pasaban los años quedará en el recuerdo como una de las mayores muestras de incomodidad con lo que significa el triunfo artístico en el cine de Hollywood a lo largo de las últimas décadas. Frente a otros ejemplos similares ese contraste resultaba mucho más llamativo, sencillamente porque Hurt fue un actor colosal, capaz de extraer desde la minuciosa introspección de sus personajes una extraordinaria profundidad.
La imagen que Hurt paseó en varias de sus mejores películas era la del hombre que se desgarra por dentro mientras busca su lugar en el mundo sin mostrar ese dolor más que con gestos mínimos y una mirada de infinita tristeza. “No está bien que mi privacidad sea invadida en la medida en que lo está siendo en este momento. Soy una persona muy reservada y tengo ese derecho. Nunca le dije al mundo que por ser actor puede apoderarse de mi privacidad o robar mi alma. Nadie puede hacerlo”, dijo en 1989, en una entrevista con The New York Times.
Esa conducta lo llevó a tomar distancia casi completa del mundo de Hollywood y de su vida social. Hurt se fue ganando con el tiempo el título de figura de temperamento complicado, huraño y de trato difícil, sobre todo en algunos rodajes. Su hipersensibilidad lo llevaba a reaccionar muchas veces de manera desmesurada, como lo pudieron comprobar varios protagonistas y testigos del rodaje de La peste, la versión dirigida por Luis Puenzo del texto clásico de Albert Camus que trajo a Hurt a Buenos Aires en 1991.
Cuenta el crítico e investigador Diego Curubeto en Babilonia gaucha ataca de nuevo que ese rodaje fue una muestra constante “del odio de Hurt por Puenzo, por la película y por la Argentina”. Señala que “casi todo el mundo involucrado en el film coincide en que la convivencia con el protagonista de la película más ambiciosa de Luis Puenzo fue una auténtica pesadilla”.
Cuando comenzó a preparar La peste, Puenzo supo de la admiración de Hurt por Camus e imaginó que podía ser ideal para personificar al doctor Rieux. El actual presidente del Incaa recordó ante LA NACION, en octubre de 2020, el traumático paso de Hurt por Buenos Aires para hacer la película: Cada actor tiene su maña. Hurt es un grandísimo actor pero estaba atravesando un momento difícil de su vida. Es exigente y analiza hasta el más mínimo detalle, un cerebro mágico que tiene todo absolutamente previsto: ensayado el tono, la frase, la inflexión, la pausa, y es maravilloso. Sin embargo, en el set hay un montón de circunstancias que operan y está la interrelación con los otros actores”.
El “momento difícil” al que alude Puenzo tenía que ver con la adicción al alcohol y a las drogas con la que Hurt se enfrentó en varios momentos de su exitosa carrera. Cuando llegó a la Argentina, el actor se encontraba en plena rehabilitación de sus excesos con la bebida. Se había instalado en Buenos Aires con su segunda esposa Heidi Henderson, sus dos hijos “y un perro japonés de cara arrugada”, según evoca Curubeto. Dos semanas después, Heidi se volvió a Estados Unidos. Más tarde se supo que su marido había iniciado una relación amorosa con la francesa Sandrine Bonnaire, una de sus compañeras de elenco, de la que nació una hija extramatrimonial, Jeanne. Hurt estuvo casado dos veces (la primera con la actriz Mary Beth Hurt) y tenía cuatro hijos.
Algunas anécdotas del rodaje registradas por Curubeto ilustran lo arduo que fue convivir con Hurt. Destrozó su motor home porque no estaba conforme con la nivelación de su estructura, persiguió a dos paparazzi que pudieron escapar después de correr cuatro cuadras a toda velocidad por la Avenida 9 de Julio con el actor detrás, y montó un escándalo cuando un asistente le sirvió vino de verdad en una copa.
Lo peor llegó, según se cuenta en Babilonia Gaucha, cuando Hurt “le clavó unos vidrios en la mano a una asistente que no había hecho limpiar correctamente una calle empedrada por la que Bonnaire debía caminar descalza”. Y después, cuando quiso golpear a otro asistente que le salvó la vida a su mascota en el momento en que iba a electrocutarse luego de morder un cable de alta tensión.
Hurt fue completamente indiferente en su paso por Buenos Aires a las expresiones de admiración y elogio que nunca dejó de recibir pese a su comportamiento. Al fin y al cabo, estaba en la Argentina el actor más valorado de la generación aparecida en Hollywood durante la década de 1980. Alto, rubio y muy pintón, ya mostraba en sus comienzos un poder de seducción que no se expresaba desde la carnalidad, sino como resultado de las decisiones de su cerebro.
Había nacido el 20 de marzo de 1950, en Washington DC, en el hogar de una familia de buena posición económica. Su padre era funcionario gubernamental de carrera y su madre trabajaba en la empresa editora del semanario Time. Por los compromisos laborales de su padre en el Departamento de Estado pasó buena parte de su infancia en la isla de Guam, en el Pacífico, hasta que sus padres se separaron y el pequeño William, a los 10 años, se encontró súbitamente de regreso en Nueva York y viviendo en medio de una enorme riqueza. Su madre se había vuelto a casar con el multimillonario heredero del emporio periodístico Time-Life.
Cuentan que allí nacieron los problemas de carácter y las perturbaciones mentales que marcarían a fuego la futura vida del famoso actor, curiosamente representadas a través de la primera película en la que fue reconocido: Estados alterados (1980), de Ken Russell. Sus primeros acercamientos a la actuación en la prestigiosa Julliard School neoyorquina (en esa ciudad creció junto a su madre y su nueva pareja) le ayudaron a calmar las tensiones del inesperado escenario que se le abría a su vida. La influencia paterna, mientras tanto, lo llevó a seguir estudios universitarios de teología.
Esos “estados alterados” fueron el prólogo del reconocimiento definitivo en el cine. Duraron bastante tiempo, en la segunda mitad de los años 70, en medio de ajetreos y complicaciones personales: un primer matrimonio prematuro, agitado y finalmente deshecho, varios viajes entre Nueva York y Londres para completar los estudios de actuación y el descubrimiento de Oregon, lugar al que llegó tras un largo viaje en moto para escapar de esa primera alienación frente a los interrogantes que le planteaba el futuro. Allí debutó en el teatro antes de volver a Nueva York y afirmarse en ese terreno, que le abrió con el cambio de década las puertas del cine.
Hurt tuvo la inmensa fortuna de encontrarse con Lawrence Kasdan, el colosal guionista y director que lo eligió para ser el protagonista de algunas de sus mejores películas como realizador. Tuvo que exigirse al máximo y revelar todas sus fortalezas y debilidades para encarnar primero en Cuerpos ardientes a un abogado que no puede resistirse ante una voluptuosa mujer (Kathleen Turner) que lo seduce y le propone un plan conjunto para matar a su esposo, y más tarde, en Un tropiezo llamado amor, al aburrido y melancólico escritor de guías de viajes que sale de su ensimismamiento cuando conoce a una adiestradora de perros (Geena Davis). Hurt se convirtió en el actor preferido de Kasdan, que también lo convocó para actuar en la excelente Reencuentro, Grand Canyon y Te amaré hasta matarte.
Fue a partir de allí cuando empezamos a descubrir que Hurt poseía una riqueza interpretativa mayúscula. Lo reconocíamos siempre en la pantalla hablando en voz muy baja, reaccionando con sorpresa y alguna curiosa sonrisa a hechos inesperados o a veces permaneciendo en silencio con la mirada dirigida hacia un punto fijo. Apenas se iniciaba su carrera y ya había ganado una notable madurez como actor, que se coronó durante esa triunfal década del 80 con tres nominaciones consecutivas al Oscar. En 1985 ganó como mejor actor por su gran personificación del homosexual preso en El beso de la mujer araña, dirigida por el argentino Héctor Babenco a partir del libro de su compatriota Manuel Puig. Antes había obtenido el mismo reconocimiento en el Festival de Cannes. Y en los dos años siguientes recibiría sendas nominaciones en la misma categoría por otros dos de sus papeles más recordados: el profesor del colegio para sordos que se enamora de una mujer hipoacúsica en Te amaré en silencio y el presentador televisivo de Detrás de las noticias.
Ningún papel le quedaba grande y parecía asumir con la más pasmosa naturalidad los detalles más intrincados de cada personalidad. Su condición de actor de cine quedaba siempre a la vista. Hasta los personajes más cercanos a una raíz teatral, como el Luis Molina de El beso de la mujer araña, alcanzaban toda su plenitud sin una sola concesión al exceso, el amaneramiento o a la exageración. Hurt encarnaba todo lo contrario: era un actor que siempre se destacó por su actitud contenida y reservada, sin un solo gesto más que el necesario para darle vigor, identidad, convicción y presencia a cada personaje.
Gorky Park, Esperanza de vida, Hasta el fin del mundo (con la dirección de Wim Wenders), Cigarros (a partir del texto de Paul Auster), Sunshine: el amanecer de un siglo, La aldea, Mr. Brooks, Syriana, El buen pastor y el Robin Hood de Ridley Scott, entre otros, fueron hitos sucesivos de una carrera que lo fue llevando de a poco de los papeles protagónicos a presencias destacadas y más breves como actor de reparto.
También fue convocado por Woody Allen (en Alice) y por Steven Spielberg en A. I. Inteligencia Artificial, tal vez su película más triste e incomprendida. Allí lo vemos como el genial y atormentado científico creador del niño-robot que atraviesa un tiempo casi infinito en la búsqueda del amor incondicional para el que fue programado. Y le tocó protagonizar una fallida actualizada para el cine de la clásica serie de ciencia ficción Perdidos en el espacio y encarnó al ex secretario del Tesoro de EE. UU. Henry Paulson en el largometraje para TV Too Big to Fail, muy entretenida crónica de la crisis financiera de 2008.
Varias de esas películas se enriquecieron a partir de sus decisivos aportes, que no necesitaban de demasiado tiempo en pantalla. Así ocurrió cuando David Cronenberg lo sumó al elenco de Una historia violenta (2000). Le alcanzaron 10 minutos de aparición en pantalla como un temible mafioso (y hermano en la ficción del personaje central de Viggo Mortensen) para ganar su cuarta y última nominación al Oscar.
Hurt fue aceptando con naturalidad ese giro de su carrera, que se producía mientras el actor envejecía, perdía el cabello junto a su presencia anterior como galán, y se enfrentaba, entre rodaje y rodaje, a las complicaciones de su carácter, a la lucha desigual contra las adicciones y a esa tensión jamás resuelta entre su condición de estrella de cine y la fobia hacia todo lo que significaba ese mismo reconocimiento público. También tuvo unas cuantas apariciones notables en la televisión, entre ellas una de las muchas versiones de Moby Dick realizada en 2011, como el Capitán Ahab.
Debe haber sentido más que nunca esa contradicción en medio de sus cuatro breves apariciones como el secretario de Estado Ross en el universo Marvel: Hulk, el hombre increíble, Capitán América: Civil War, Avengers: Endgame y Black Widow. Si el público más joven que lo descubrió en ese papel se decide a bucear en su carrera previa encontrará no solo a un actor excepcional, sino al mejor exponente de un modelo de actuación cinematográfica poderoso y desafiante que vivió sus mejores momentos en la década del 80. En el cine, William Hurt nos deja una imagen triunfal, y en la vida real, una constante lucha personal contra sus demonios interiores que no llegó a ser tan exitosa.
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