
La exultante energía juvenil
Los trompos, ínfima constante y después del sol / Coreógrafos: Juan Onofri Barbato, Anabella Tuliano y Analía González, respec/ Intérpretes: Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín/ Música: Nicolás Varchausky, Leandro Gatti y Ludovico Einaudi y Khaled Muzanar, respec/ Sala: Teatro San Martín/ Funciones: jueves a las 14.30, viernes y sábados, a las 20.30; domingos, a las 19.
Nuestra opinión: muy bueno
Un rasgo elocuente distingue a este espectáculo de los que le precedieron en la misma sala: es el programa con coreógrafos de más bajo promedio de edad de los estrenados hasta ahora por el Ballet Contemporáneo del San Martín. Nada significaría si no fuera porque las tres creaciones ofrecidas ostentan un más que aceptable nivel de calidad. Y más: la pieza que cierra el programa prenuncia una coreógrafa de excepcional talento, toda una revelación.
Abre la tríada Los trompos , de Juan Onofri Barbato. Su propuesta, no siempre atractiva, pero en todo momento original, arranca con figuras que ejecutan, de a una o de a dos, incansablemente y sobre fondo de sonidos electrónicos, una pirouette clásica a partir de la cuarta posición: el minimalismo amenaza volverse mera reiteración. Este ejercicio monotemático, sin embargo, a cierta altura se complejiza; una bailarina (Silvina Pérez) rompe la rutina y se desarticula; la escena se inunda de figuras y, a un cierto punto, lo que se desarticula es la totalidad del paisaje de cuerpos. Cambio de tono: sobre fondo de piano, Lucía Bargado ocupa el centro con otra figura desarticulada que recuerda a la Muñeca Mecánica entregada como regalo al Emperador en El canto del Ruiseñor , de Balanchine.
Muy distinta en lo visual luce Ínfima constante . Anabella Tuliano encandila al espectador con un cuadro estático de cuatro parejas: abajo, cuerpos con la espalda al piso y piernas elevadas en "L" sostienen a bailarinas que, sentadas sobre las plantas de pies rígidos, ejercitan arabescos en un delicado (y riesgoso) equilibrio. Pieza de atmósfera (panorama de cielo a negro con edulcorados destellos de constelaciones), la propuesta de Tuliano apuesta a bellos diseños de esculturas de cuerpos en relación más que a un código coreográfico, si bien -y con un target estético distinto- cabe destacar el versátil solo de Matías Santander que cierra, casi en fade out , la seductora propuesta.
Ya desde el título, Después del sol sugiere una incursión en los transitorios -e intangibles- dominios del crepúsculo. Pero, lejos de melancolías posrománticas, Analía González (37) despliega una suite de singulares energías: pieza de dinámica intensa, exultante y totalizadora, Después del sol abre con una sinfonía de sillas (incluso colgadas desde la parrilla), aprovechada por los catorce bailarines que atravesarán, con impulsos diversificados, los espacios intermedios. Al desaparecer las sillas (que no quedan desparramadas en el piso, como en Café Müller) se impone en el fondo un árbol, solitario como el de Tarkovsky, y luego un sol-luna que se eclipsa, con dos notables dúos: uno, ingenuamente juvenil, como de novios enamorados (Alexis Mirenda con -de nuevo- Lucía Bargado) y otro, vigoroso, de Victoria Balanza y Nicolás Berrueta. Un septeto femenino con "lluvia", de reminiscencias árabes, seguido de siete parejas, responden con swing a la notable base musical del libanés Khaled Mouzanar y del italiano Ludovico Einaudi. Toda una explosión de energía con rico vocabulario coreográfico, una exaltación de la alegría de bailar: esta coreógrafa -apostamos- llegará lejos.
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