Noche de danza en el parque

2 de febrero de 201914:14

LA NACION

Ayer comenzó la décima edición de Ciudanza con la única noche en Parque Centenario, a la que el público se fue sumando de manera paulatina. La secuencia de obras de danza contemporánea en diversos espacios del parque comenzó puntualmente a las 19, con el solo de Jorge Martínez: Y se fueron todes porque no compré más caramelos. A modo de auto-homenaje, Martinez revisitó esta creación que había estrenado en la discoteca Cemento hace veinte años. Con un lenguaje simple, investigando sobre la elasticidad del cuerpo y la repetición, dio la patada inicial al recorrido de estilos heterogéneos.

Sobre ese mismo escenario circular, pero en un abordaje diametralmente opuesto, Silvina Grinberg presentó el resultado escénico del taller de montaje realizado semanas atrás. El cuerpo de la masa fue bailado con la gente sentada sobre la plataforma de manera con-céntrica. Los intérpretes llegaron desde afuera y se metieron en el hueco, anulando la dis-tancia. La pregunta por la masa era evidente, con líder o no, se trataba sobre la construcción de un cuerpo colectivo.

Lejos de allí, sobre el pasto, un grupo de niñas, niños y jóvenes de entre 10 y 20 años, coordinados por Iván Haidar en los Barrios 31 y Fátima, mostraron su danza multistyle con la frescura y la inocencia de la que son capaces.

Ya con más público presente y con un diseño de planta complejo, desde la organización demoraron unos minutos acomodando a los espectadores en los espacios que no serían habitados por Anastasia Berlín, ejercicio de libertad. El trabajo de Natalia Tencer se trataba de un solo de improvisación con coro en modo mimético. Aunque observar bailarines comprendiendo en vivo su próximo movimiento, quiebra el contrato de ilusión y cuestiona el tipo de obra que se está viendo, fue interesante detenerse en los diversos estilos de apropiación de esas indicaciones, en cada uno de los intérpretes.

Cerca de allí, junto al lago, Maximiliano Navarro planteó con Despojos uno de los usos más creativos del mobiliario urbano del parque. Una pareja de varón y mujer bailó con las barandas de caño y dos bancos de madera. Algunos transeúntes desprevenidos quedaron atrapados en el espacio escénico antes del comienzo y fueron cordialmente desalojados. Los patos blancos, atrás sobre el agua, hicieron telón de fondo para este encuentro. Sin mediaciones de teléfonos celulares, el público recibía la danza con los ojos del cuerpo.

La última propuesta, #CÁPSULA Galopeador [Contra el cemento], de Emilio Bidegain, fue la más híbrida de todas. Con una disposición del espacio algo cuestionable, el diseño escénico demandaba que el público se dispusiera a mirar con el gran espejo de agua de por medio. Pero hasta que la multitud fue acomodada cayó la noche. Y la compañía Creando Vínculos se hallaba a más de 400 metros de la gente, bailando a oscuras. No es que no hubiera luces. Las había y potentes: pero sólo enfocaban a Tremor, el trío de folclore eléctrico que tocando en vivo se adueñó del centro de la escena como si fuera su concierto.

Hubo un corte de luz que obligó a una pausa en la mitad de la obra y que ni la compañía de danza ni la banda de música supo resolver de modo acústico. El público mezcló entre los aplausos de apoyo a los artistas, algunas voces de repudio a la crisis energética, a ciertos personajes de la política y hasta al planteo de luces de la obra. En medio de la tiniebla surgió una voz que propuso un canto tribal y la gente se acopló para sostener la oscuridad. Luego del reestablecimeinto eléctrico, la distante y mal iluminada obra de danza continuó hasta su final. Y luego Tremor prolongó el concierto con varios bises celebrados por el público con ganas de moverse.

Por ese entonces los bailarines se mezclaron con la gente anulando la distancia para siempre. Nadie podría decir que no se trató de una noche de danza en los parques.