
Eduardo Tapia, típicamente porteño
Un bailarín con acento gardeliano
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ROMA. (De un enviado especial).- "Estoy más perdido que perro en cancha de bochas", desliza cuando le hablan en italiano Eduardo Tapia, bailarín, milonguero, morocho, habitante de Boulogne de toda la vida y el integrante más grande de la joven compañía de baile de La Viruta y La Estrella, que les vino a enseñar a los romanos los secretos del tango más canyengue. Antes de que "me rescataran del rocanrol", Tapia trabajaba en los ferrocarriles como inspector de trenes y alternaba con la profesión de cocinero. Ahora "pucherea" con el baile, viaja al exterior cuando lo invitan y se destaca no sólo por su forma de caminar la pista, sino por representar a ese ser porteño, tan querible como desconcertante, capaz de desenvolverse con señas, giros lunfardos y una impunidad idiomática que desorienta a romanos y turistas extranjeros.
En su estancia en la ciudad eterna se queja porque en el hotel no hay jacuzzi -lo dice con una sonrisa gardeliana entre los labios- y recuerda los tiempos de bonanza, cuando fue a enseñar el tango de salón a Los Angeles. "Una mujer se enamoró de cómo enseñaba y me pagó todo durante un mes. Te imaginás, el Negro Tapia en Holywood, ¿qué tal?", comenta dándole un tono épico a la hazaña A los 41 años, Tapia no es ningún nene de pecho. "Mi primer maestro fue Miguel Balmaceda y tuve la suerte de ver bailar a esos milongueros de 60 y 70 años que hoy no están. Ellos me enseñaron el tango de raíz y su esencia. Entendí que este es un baile social más que de exhibicionismo for export", cuenta adoptando una postura estilística. Hace una década que baila, al año de estudiar había logrado respeto dentro del exigente ambiente milonguero, hizo migas con gente como Osvaldo y Miguel Angel Zotto, Gloria y Eduardo, y fue invitado a participar en diversos elencos. "Participé en películas y documentales, también trabajé en Tangokinesis, de Ana María Stekelman." Cuando todo iba encaminado se borró del ambiente. "En un momento me deprimí. Todas las noches andaba en las milongas y mi mujer me dejó. La noche de la milonga te chupa, no tenés otro ambiente social. Eso es lo lindo y lo feo del tango. Todos los días me iba a bailar. Sentía que si no estaba por lo menos 15 minutos bailando y abrazado a una mujer no podía vivir. Ahora encaro el baile por otro lado y estoy cuidando más mi pareja", cuenta Tapia está mas identificado con la mística barrial de un Virulazo que con la proyección internacional de un Juan Carlos Copes y se le nota, en su andar, en su forma de chamuyar y de sentirse orgulloso de su lugar de pertenencia. Se siente un milonguero de ley, como sus maestros, pero prefiere el perfil bajo. "Soy un bailarín del montón. Tengo historia, pero mejor te guardás", dice y otra vez desliza esa sonrisa ganadora y canchera del prototipo porteño.
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