Eddie Redmayne, Lashana Lynch y Ursula Corberó dialogaron con LA NACIÓN sobre el juego de gato y ratón que emprenden en la nueva serie de espías que estrena hoy Disney+
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En una Berlín nocturna, un hombre avejentado, de caminar pausado y con una tos grave e insistente, llega a cumplir sus tareas de mantenimiento en un imponente edificio. Lo saludan al pasar, su caminar cabizbajo apenas deja entrever sus facciones mientras empuja con esfuerzo un carro de limpieza con cepillos y escobillones. Todo está en silencio, salvo algunas voces que deambulan en lo que parece ser la oficina de un medio gráfico. De pronto algo cambia, el hombre se despoja a medias de su disfraces, empuña un arma con silenciador y persigue a disparos limpios y certeros a un objetivo escurridizo. La inesperada víctima, lo que parece ser un histriónico oficinista, baja por la escalera de servicio a toda velocidad, golpeado, herido, para caer en el descanso de abajo en un nuevo tropiezo. Su perseguidor lo escruta desde el piso de arriba, a través del hueco de la escalera, hasta conseguir ubicarlo en la mira. Apunta con decisión pero el disparo silba cerca del oído del hombre acurrucado en el suelo, dejando una huella humeante en la pared. El Chacal ha fallado en su misión. ¿O no? ¿O todo el aquelarre, el tiroteo desprolijo, la persecución a los tropiezos, e incluso el disparo fallido eran parte de un plan ejecutado a la perfección?
Así comienza El chacal, la nueva miniserie de Disney+ que estrena este viernes 15. Empieza con las claves que definen su estilo: una narrativa firme y vertiginosa, un personaje escurridizo, una apariencia que siempre oculta un diseño minucioso y esquivo. El Chacal es un asesino a sueldo, un hombre sin identidad aparente, un maestro del disfraz que atraviesa fronteras y aeropuertos, cambia de atuendo y peinado, para entremezclarse entre el gentío de las ciudades, la bruma de los trasbordos, el ajetreo de las autopistas. El Chacal era ese empleado alemán de pelo raleado y entrecano, de caminar cansino y tos espesa, que perderá su disfraz en un baño para dejar al descubierto los rasgos de Eddie Redmayne. El actor que hiciera gala de su versatilidad y transformismo desde La chica danesa (2015) ahora se reinventa como un asesino de elite, un espía escurridizo que cumple encargos por sumas millonarias sin dejar un rastro a su paso, desapareciendo en las narices de sus captores, sembrando su fama de infalible en el mismo gesto de desaparición.
Clásico reinventado
¿Pero quién es en verdad El Chacal? Fue el protagonista de una novela capital para la narrativa de espías de la posguerra: escrita por el británico Frederick Forsyth y publicada en 1971, se convirtió de inmediato en un best-seller y apenas dos años después llegó al cine de la mano del célebre director Fred Zinnemann. El día del chacal (1973) fue el mejor ejemplo de los thrillers secos y de impronta documental de los años 70, nutrido de un mundo convulso en plena Guerra Fría, que tenía a las guerras de descolonización a sus espaldas y a la próxima crisis del petróleo en su futuro. La historia de la novela y de la versión cinematográfica se sostenía en el plan de asesinato del presidente francés Charles De Gaulle a manos de la organización terrorista de extrema derecha OAS (Organización del Ejército Secreto), quienes buscaban venganza por la emancipación de Argelia. La trama enlazaba la preparación del atentado y la contratación de un sicario experto, con la investigación de la policía francesa y los comandos militares para la protección de la vida del presidente y la vigencia de la República.
Los tiempos han cambiado. Pero aquella historia que funcionó como termómetro político de la época, parece encontrar nueva vida en el mundo contemporáneo. Esa es la premisa del creador Ronan Bennett, escritor y showrunner de series como Hidden, Gunpowder y la excelente Top Dog, quien traslada la acción al presente, a una Europa en surcada por la emergencia de las nuevas derechas, los coletazos de las guerras en Oriente y el despliegue de las tecnologías del control y la vigilancia. Si antes el principal objetivo de El Chacal era un líder político como De Gaulle y sus mandaderos, pretendidos patriotas que buscaban un control de ese mundo en crisis, en el presente los blancos del escurridizo sicario pueden ser líderes de la extrema derecha, empresarios millonarios, o figuras públicas cuya cabeza tenga un precio en moneda virtual.
El Chacal no tiene afinidades ni ideologías, su arma se vende al mejor postor en el mercado de las transacciones en paraísos fiscales y su tarea se ejecuta a plena luz del día, bajo el velo de los disfraces y disimulos de ese verdadero artista del crimen. Pero como el escurridizo asesino de la novela de Forsyth, también este nuevo chacal tendrá su perseguidor, no un aguerrido coronel al mando del ejército o un escrupuloso detective al frente de las fuerzas de seguridad, sino Bianca, una agente obsesiva del servicio secreto británico que está dispuesta a convertir su trabajo en un deber personal. Interpretada por la actriz Lashana Lynch y convertida en el rostro del MI6, Bianca es quien ofrece el otro eslabón de un fascinante juego del gato y el ratón que no tiene banderas ni fronteras.
Un extraño juego de dobles
En una mesa redonda con varios medios internacionales, los actores de la miniserie, Eddie Redmayne, Lashana Lynch y la española Úrsula Corberó, quien interpreta a Nuria, un personaje cuyo vínculo con El Chacal se irá descubriendo a lo largo de la serie, conversaron sobre los pormenores de la adaptación y el desafío de trasladar aquella historia de espionaje de plena Guerra Fría al escenario contemporáneo. “Una de las premisas que definía tanto en la novela como a la película original -explica Redmayne-, era la convicción de que el bien y el mal transitaban calles opuestas, caminos encontrados. En cambio, la miniserie se concentra en la tensión moral que une a esos dos universos. Tanto El Chacal como Bianca se mueven en zonas grises de esa frontera entre el bien y el mal y ambos dirimen con su conciencia esas transgresiones. Hay una idea muy consciente en la escritura de la serie y es que El Chacal y Bianca representan las dos caras de la misma moneda. Ambos son metódicos, obsesivos, muy dotados, pero hay una ambigüedad espiritual que los atraviesa a ambos, y ese es el elemento distintivo de esta nueva adaptación”.
Ese territorio fronterizo en el que se mueve el trabajo de Bennet es clave para comprender qué queda de aquella escritura seca y fibrosa que surge de la novela de Forsyth. Más allá de su estatura de best-seller, lo que definió a la perspectiva del autor inglés fue su filiación con el género que habían llevado al éxito escritores como Graham Greene o John Le Carré, concebido a partir de ciertos estereotipos del mundo de los espías de la época. Agentes secretos, espías encubiertos, sicarios sigilosos, detectives profesionales, militares en equilibrio entre el compromiso patriótico y el desvío de los métodos para cumplirlo. Un mundo que luego pobló sus otras novelas como El expediente Odessa o El cuarto protocolo. Ese contexto definido por pinceladas efectivas y precisas, que fue el mismo que captó Zinnemann en su versión cinematográfica de cuño semi-documental (heredera de clásicos cercanos como Z de Costa Gavras), se transforma en esta nueva adaptación en un territorio más poroso, con personajes más humanos y contradictorios. Aquel chacal no tenía vida propia más allá de su tarea como asesino a sueldo, era un solitario, habitante de pensiones u hoteles de lujo, pero siempre en las sombras. El Chacal de Redmayne tiene un mundo propio, oculto, pero verdadero. Y es ese refugio el que en definitiva busca preservar.
Lo mismo ocurre con Bianca. En la novela, el perseguidor de El Chacal es un detective de la policía francesa, un funcionario eficiente pero sin distinciones. En la película lo interpreta el francés Michael Lonsdale con la seriedad justa, un cierto equilibro entre la opacidad y la grácil indiferencia. Ahora, Lashana Lynch debe construir de cero el perfil de una mujer que no estaba en el horizonte de Forsyth sino que reinventa Bennett siguiendo algunas claves de las narrativas contemporáneas. Bianca es una mujer negra del MI6, una agente responsable pero con un grado creciente de obsesión por su trabajo que la lleva a transgredir sus propios mandatos morales. El Chacal es su presa pero también un objeto de extraña fascinación, una silueta escurridiza que desafía sus habilidades y también pone en riesgo su vida familiar. “A lo largo de los años y las ficciones, siempre eran dos varones los que se encontraban en esas posiciones opuestas, el bien y el mal. Es interesante hoy encontrar un personaje femenino con rasgos de ambigüedad moral, capaz de expresar una vileza que antes era impensada. Creo que es un paso en la reeducación de la industria a permanecer con la mente abierta en lo que respecta a la construcción de personajes femeninos”, explica la actriz.
Máscaras y engaños
Esta subversión de roles y readaptación de géneros conlleva un nuevo vértigo para el relato que elige El Chacal. Mientras la novela se concentraba en un único objetivo, la figura de De Gaulle y el accionar de la OAS, en la miniserie la acción comienza en Alemania, con El Chacal encubierto como un inocente oficial de mantenimiento que de repente escalona sus víctimas para llegar a la que verdaderamente importa. Pero cuando llega el momento de cobrar su tarifa, alguien lo traiciona. ¿Será la venganza personal el verdadero traspié de una carrera sostenida en el rigor y el profesionalismo? Bennett bifurca el itinerario del protagonista entre sus cuentas personales, decisivas en las repercusiones íntimas, y la aparición de un nuevo encargo, con corporaciones detrás, preocupadas por una nueva tecnología que amenaza el éxito de sus finanzas. “De alguna manera -continúa Redmayne-, uno de los temas interesantes que atraviesa el relato es quiénes son los verdaderos objetivos a eliminar por parte de El Chacal. Aparecen políticos, empresarios vinculados con las nuevas tecnologías, millonarios poderosos. Todos ellos diagraman un escenario donde la pregunta real es por el poder, quién lo tiene, cómo se distribuye, quienes son las marionetas y quiénes los titiriteros”.
El Chacal tiene como principal atractivo sus múltiples escenarios en Europa, desde Berlín hasta la estepa húngara, los paisajes de Cádiz y la vigilada Londres contemporánea, pero también los múltiples disfraces de su personaje, que incluyen vestuarios que se cambian en escena, máscaras de látex y maquillajes sofisticados. En los años 70 el mundo era mucho más fácil de transitar sin ser descubierto, el escenario contemporáneo, regulado por cámaras y estrictos controles fronterizos, signado por ciudades monitoreadas y geolocalizadores cada vez más sofisticados, requiere de mayor tecnología y certera habilidad. “El Chacal es un maestro de la actuación, un intérprete que juega diferentes roles, que elabora criaturas que le permiten realizar su trabajo de manera efectiva pero al mismo tiempo sin llamar la atención”, reflexiona el actor que se hiciera famoso por su interpretación de Stephen Hawking en La teoría del todo. “Esas contradicciones son las que más me unen a este personaje: ser otro para hacer bien el trabajo. Es un artista del crimen, pero un artista al fin, y toda la experiencia del personaje, los disfraces y los acentos, las máscaras y las imitaciones de aquellos a los que sustituye, se asemejan al oficio del actor, aunque otro sea el escenario”.
No me dejen solo
El mundo del cine nos enseñó que los asesinos a sueldo eran personajes lacónicos y solitarios, monjes con código de honor que habitaban en espacios claustrofóbicos y monacales, sin amigos ni familia, y que ante cualquier atisbo de compromiso afectivo debían huir para preservar su efectividad o morir en una ceremonial entrega de sus sentimientos. El que forjó esa imagen fue Jean-Pierre Melville en El samurái (1967), en la que la única compañía del solitario Jeff Costello que interpreta Alain Delon es un pájaro que avisa la llegada de un intruso. Driver (1978) de Walter Hill, ambas The Killer, la de John Woo de 1989 y la reciente de David Fincher, al igual que Ghost Dog: El camino del samurái (1999) de Jim Jarmusch y Drive (2011), de Nicolas Winding Refn, se nutren de aquel imaginario. Y El Chacal que imaginó Fred Zinnemann bajo la piel del desconocido Edward Fox, sin carisma ni distinción, un hombre perdido en la muchedumbre, también acentuaba su impronta anónima, su acto esencial de pasar desapercibido.
Sin embargo, Redmayne compone a su personaje en una nueva impronta de asesinos escurridizos, artistas del escape y el disfraz, fascinantes en esas sombras que los envuelven. Sin el histrionismo de Jodie Comer como Villanelle en la serie Killing Eve, ni las acrobacias de Tom Cruise en Misión imposible, pero sí como un hombre de carácter único, que origina una marcada obsesión en quienes quieren dar con él como el hallazgo de una verdadera joya escondida. Y eso lo que alimenta la fascinación de Bianca, el encuentro con una imagen algo especular, que la desafía y la encandila, que la lleva al límite de ponerla en peligro, pero también la lleva a acercarse a esa perfección casi inaccesible. “Humanizar al villano es una forma de entenderlo en sus términos”, explica Lashana Lynch en relación con su aproximación a la mente de Bianca. “Cuando lo sacamos fuera del arquetipo propio del género y le damos carnadura, asumimos el desafío de tensar también la moral de los espectadores. ¿Por qué los asesinos hacen lo que hacen, qué evalúan a la hora de tomar ciertas decisiones? Cuando uno cree que los conoce, algo parece despistarnos, empujarnos a volver a hacernos ciertas preguntas”.
Por último, El Chacal también ofrece a su personaje un mundo privado, un mundo de afectos que pueden ponerlo en peligro y dejarlo expuesto. Eso que resultaba una prohibición para todos los sicarios del cine, aquí emerge como una necesidad irrenunciable, de singular atracción casi al límite de la propia condena. Y es allí donde ingresa el personaje de Nuria (Corberó), una mujer española que implica una atadura para El Chacal, un pasadizo secreto y directo hacia su intimidad. “Lo que me llamó la atención la primera vez que leí el guion, es que la miniserie no trata solo del mundo del espionaje sino también de las complejas relaciones que se tejen entre los personajes, que incluyen el crimen, la ambición, la competencia feroz y estas fronteras permeables entre el bien y el mal”, revela Corberó, que brilló recientemente en El jockey, la película de Luis Ortega. “El ‘trabajo’ que realizan los personajes es quizás lo más importante de sus vidas, pero sus relaciones afectivas también delinean su personalidad, ofrecen contradicciones, y enriquecen nuestra aproximación a ellos como actores”.
El Chacal ofrece una vuelta de tuerca sobre los relatos de espías y sicarios profesionales, las tensiones entre el orden y el caos, y el escenario convulso de un mundo en crisis. En los años 70, a través de la punzante escritura de Frederick Forsyth, la planificación del asesinato de Charles De Gaulle, presidente de Francia y emblema de la resistencia francesa al nazismo, marcaba la crispación de la Guerra Fría y la inminente aceleración de las grietas entre Oriente y Occidente. El mundo del presente no es menos inquietante, y sus fronteras son aún más escurridizas e intangibles. Por ello el nuevo El Chacal es un emergente contradictorio de ese escenario, una silueta que perpetra asesinatos quirúrgicos a cambio de una millonaria transferencia bancaria, y que con ello anhela garantizarse una vida soñada en un paraíso prometido. Pero… ¿es eso posible? El Chacal es ahora un personaje de nuestro tiempo, contrario a los viejos arquetipos literarios y cinematográficos, esquivo a las definiciones, fronterizo en su moral, humano en su capacidad de fascinar y destruir. Es el perfecto anfitrión de una persecución que no tiene fin.
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