El conductor del Oscar, cada vez más cerca de ser una pieza de museo
Mañana, pocos minutos después de las 10, se van a anunciar las nominaciones para el Oscar número 92. Faltan algunas horas para que la Academia de Hollywood revele los candidatos de este año, pero antes hizo un gran anuncio: por segundo año consecutivo la fiesta del Oscar no tendrá un maestro de ceremonias. Con lo que parte de la gran tradición del premio más importante de la industria del entretenimiento global empieza a perderse. Como están las cosas, figuras como Bob Hope y a Billy Crystal no serán más que dos piezas del futuro museo que está construyendo la misma Academia.
El último exponente de esa historia mordaz en vías de extinción acaba de darle la excusa perfecta a la Academia para sacarse de encima, seguramente por mucho tiempo, la idea de volver a darle un anfitrión a la ceremonia del Oscar. "Si ganas un premio esta noche no lo uses como plataforma política para hacer un discurso político. No estás en posición de dar una conferencia al público sobre nada, no sabes nada sobre el mundo real. La mayoría de ustedes pasó menos tiempo en la escuela que Greta Thunberg. Entonces, si ganas, sube, acepta tu pequeño premio, agradece a tu agente y a tu Dios y vete. ¿OK?". Ese fue el consejo que Ricky Gervais les dio a sus colegas hace una semana en plena celebración de los Globo de Oro.
Eso, y no otra cosa, es lo que siempre prefirieron tanto la Academia como los responsables de la transmisión televisiva del Oscar. Menos tiempo para que algún comediante talentoso le recuerde a los habitantes del universo en el que vive que detrás de la invocación de grandes causas también pueden aflorar pequeñas miserias. En todo caso, lo único tolerable sería la unión de toda la comunidad de Hollywood detrás de alguna bandera que nadie discute.
Ya lo advirtió Kelly Burke, la mandamás de la cadena ABC (dueña de los derechos de la ceremonia televisiva transmitida a todo el mundo desde Los Angeles) al anunciar que tampoco en 2020 el Oscar tendrá un anfitrión: el objetivo es no superar las tres horas de ceremonia. Esa escueta duración sólo admitiría, por ejemplo, pronunciamientos en contra del cambio climático y llamados de atención para detener situaciones como la del fuego que sigue provocando destrucción y muerte en Australia.
Ese país tiene muchas figuras nativas o residentes que integran la realeza de Hollywood. Una de ellas, Russell Crowe, se quedó el domingo pasado al cuidado de su casa y de su familia en vez de estar recibiendo su Globo de Oro. Y sus pares estadounidenses o británicos empiezan a donar fortunas para la lucha contra los incendios y el cambio climático. Esas necesidades funcionan como argumento perfecto para que Hollywood refuerce su apuesta por la corrección política y, a la vez, tome distancia ¿definitiva? de la ironía y del humor que supo en otros tiempos ubicar en primer plano.
De todas maneras, antes de la ceremonia llegan las nominaciones. Y mañana no se hablará de otra cosa que de películas y de actores. El irlandés, 1917, Parasite, Había una vez...en Hollywood, Guasón, Joaquin Phoenix, Renée Zellweger, Brad Pitt, Laura Dern. Pocos arriesgan ganadores porque todavía hay muchas incógnias. Lo único definido es que el Oscar no tendrá en el escenario alguien que se ría de él.
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