Cada tanto aparecen sujetos como el. Hombres que derriten corazones femeninos y vanidades masculinas como sin querer. Que despliegan con pasmosa naturalidad su exquisito arte de la canción sutil, bien cantada, bien tocada, perfectamente compuesta y escrita.
Por lo general, saben combinar de manera precisa su buen gusto al cantar con arreglos musicales mínimos pero no por eso menos complejos. No se caracterizan por encabezar vanguardias estéticas; más bien, se las ingenian para hacer equilibrio entre las formas pop más clásicas y los sonidos contemporáneos. Pero exhiben, por sobre todas las cosas, una profunda lucidez para observar su tiempo y su lugar; para sintonizar con el sector más progresista y sensible de la sociedad; para postularse como voceros de su generación.
La juegan de antihéroes. Casi siempre llegan desde España.
En los 70 fue Serrat (el Nano, para sus fans hoy cincuentones). A fines de los 80 fue Sabina (Joaquín, para sus fans hoy treintañeros).
Ahora es el turno de Drexler (Jorge, para sus fans de hoy).
(Es verdad, Drexler no es español sino uruguayo. Pero igual llegó desde España. Para el caso es lo mismo.)
la escena se repitio en un boliche de Palermo, en un teatro cordobés, en el auditorio de Radio Nacional. Drexler parado en el centro del escenario, guitarra en mano y tres pedales a sus pies; un haz de luz; una sala llena; una audiencia embelesada, que apenas interrumpe su respetuoso silencio ora para aplaudir, ora para entonar suavemente un coro susurrado, definitivamente femenino. Hablamos de un público ilustrado y joven (seamos generosos: digamos de entre 20 y... 45 años), medio hippie, medio cool, medio loser, que conserva aún la esperanza de un mundo más justo y que encuentra en Drexler, en esa actitud humilde y noble tan típicamente uruguaya, en esas canciones chiquitas y fantásticas, románticas e inteligentes, con algo de candombe, algo de milonga, algo de zamba y chacarera, una excusa para seguir creyendo en la belleza.
Nada menos.
Las primeras pistas de Drexler en la Argentina aparecieron recién el año pasado, con la edición local de su disco Frontera (de 1999). Llegó, dio algunos conciertos, contó su historia (aquella fábula del cantautor uruguayo descubierto por Joaquín Sabina que dejó su Montevideo natal y emigró a España, donde triunfó como compositor de canciones de amor para intérpretes de renombre como Víctor Manuel y Ana Belén; que consiguió contrato con una multinacional, y que recibió elogios de toda la prensa ibérica), dejó sus discos y se fue. Volvió en octubre pasado para promocionar la salida de Sea, su sexto disco (el cuarto de su etapa española), y se encontró con lo que siempre había deseado pero nunca había tenido tiempo de desarrollar: sus canciones habían sido muy bien recibidas en la Argentina, y Sea, su nuevo álbum, era un pequeño pero sólido fenómeno de difusión y ventas. Estuvo aquí durante un par de semanas y no se limitó a dar entrevistas y hacer playbacks en la tele: salió de gira y cantó y tocó en cuanto lugar pudo, mostrando sus temas nuevos y viejos él solito, con su guitarra acústica y sus pedales (un sampler y un par de efectos); una curiosa manera de combinar su raíz guitarrera y folklórica con la electrónica que comenzó a invadir su música en Frontera y que tiñó absolutamente todos los arreglos de Sea.. Ahora, entre noviembre y diciembre, Drexler ha vuelto a la Argentina para actuar en Buenos Aires, La Plata, Rosario, Córdoba, Neuquén, Bahía Blanca, Mar del Plata... Y esta vez no vino solo sino con sus músicos.
a drexler no solo le gusta cantar y tocar. También le gusta hablar. Puede pasarse un buen rato hablando de su fascinación por la clase media argentina más cultivada. Por ejemplo, puede decir: "Acá hay mucha información, mucha cultura vivencial y no sólo bibliográfica. La gente siente las cosas muy intensamente, y en los músicos, por ejemplo, hay una búsqueda estética que es muy difícil de encontrar en España. El Uruguay, en cambio, es pura búsqueda. Aquí hay búsqueda y también resoluciones. Buenos Aires tiene una tradición cultural propia muy extensa, y ya van varias generaciones de gente cultivada, de padres y abuelos que ya tenían una buena biblioteca".
Puede pasarse otro buen rato hablando de los prejuicios en la música. Entonces puede decir, por ejemplo: "En el Uruguay, lo que molesta es el éxito. Molesta que alguien resalte. Hubo una oleada contra cantantes uruguayos exitosos que fue muy idiota, muy prejuiciosa... Cuando se habla de música uruguaya, se habla de la música de la pequeña burguesía intelectual uruguaya. Bueno, Rubén Rada la excede, y Jaime Roos también, pero nadie incluye a [el grupo tropical] Los Fatales, por ejemplo. En España escuché una canción del grupo Chocolate que se llama «Mayonesa» y a mí me produjo una alegría... Yo tengo mis gustos, no me dieron ganas de poner «Mayonesa» en mi casa, pero estaba manejando por el País Vasco, por un camino perdido en el norte de España, y escuché eso, escuché un coro de murga... Me pareció que estaban en la búsqueda de una identidad; desde lo tropical, pero con una cuerda de tambores, y otras cosas... De alguna manera, todo el laburo de Rada y Jaime se está colando en la siguiente generación".
Puede pasarse horas (y horas "colgado como una computadora") hablando sobre América latina y los exilios. Y entonces... "La mejor canción que se escribió sobre eso es «Los Olímpicos», de Jaime Roos (de 1981). «El que se fue no es tan vivo, el que se fue no es tan gil.» Jaime siempre dijo que hablaba del exilio económico. Pero en el 82 y 83, esa canción se tomó como política: «Uruguayos, adónde fueron a parar». Y también era verdad: él sabía que estaba jugando con algo muy intenso... Es que el exilio político y el exilio económico son la misma cosa. Ambos exilios son dos grados de un mismo proceso, dos reacciones ante la decadencia gradual que vienen sufriendo estos países desde los años 50..."
Sin embargo, de lo que más le gusta hablar a Drexler es de sus canciones. Y, aunque sabe que es su perspicacia para escribir versos románticos la llave que le ha abierto las puertas más importantes de su carrera, le encanta que se le pregunte sobre sus otras canciones, ésas que no son tan románticas y que, al cabo, son las que lo convierten en mucho más que un compositor de bandas de sonido para seducir univesitarias progres.
Ejemplo: una consulta acerca del tema "Aquellos años" (que compara el Montevideo del 83 con el Mayo del 68 en París; incluido en Frontera) enciende en Drexler el recuerdo de los tiempos de apertura posdictadura en el Uruguay, su militancia universitaria y, triste pero real, los sueños perdidos. Entonces dice.
–Siempre agradezco haber vivido una apertura política. Es un momento muy impresionante, muy intenso, de mucha esperanza... Milité mucho en la Federación de Estudiantes Universitarios, en la comisión de Cultura. Eramos todos más o menos de izquierda; estábamos conectados con los sindicatos, hacíamos talleres, jornadas, espectáculos. Entré a la facultad de Medicina en el 83, así que viví toda la apertura del 83, y 84, y seguí hasta el 86. Lo recuerdo con mucho cariño y orgulloso.
"Aquellos años" es una de las pocas canciones, si no la única, que se atreve a repasar esos tiempos de esperanza fervorosa sin sentir vergüenza por tanta candidez e inocencia. "Fue un tiempo de mucha ilusión, y la ilusión es algo muy valioso", dice su autor. "Después se fue todo a la mierda." El remate también es suyo.
Jorge (nótese que después de entrar en confianza, ya dan más ganas de llamarlo Jorge antes que Drexler, porque es así, Jorge genera en las entrevistas el mismo clima distendido y amigable que establece con su público en sus conciertos)... Jorge, decía, se cuelga encadenando anécdotas, consciente de que la suya es también la historia de buena parte de los uruguayos y argentinos nacidos en los años 60.
–Yo entré en la dictadura a los 9. Por suerte, no fui lo suficientemente grande como para que eso me anulara. Salí de la dictadura a los 20, así que entré al mundo adulto al mismo tiempo en que el Uruguay se abría como una flor, por eso pude recuperar parte de lo perdido. Los que entraron a la dictadura con 15 años y salieron con 26, se perdieron todo... Mi generación se quiso diferenciar mucho de la anterior; una generación pobre, gris, destruida. Y optamos por el hedonismo, el narcisismo, la búsqueda de la belleza y el placer. Nos íbamos al Brasil todos los veranos, Marley, marihuana, el candombe en las calles, el swing, la ausencia total del discurso político en las canciones... Teníamos tanta fobia a la dictadura que nos volcamos a todo lo opuesto artificial. Porque los uruguayos no somos brasileños ni centroamericanos; no tenemos esa facilidad para bailar, ni esa euforia. Ya nos gustaría, pero no. Pero en ese momento mi generación creía que sí... En el 84 y el 85, en el Uruguay nadie quería hablar de Mario Benedetti ni de nada, y de ahí el arranque del rock nacional, absolutamente justificado. Rock posmoderno, dadaísmo puro, surreal, sin ningún nexo con la relidad.
El relato sigue, pero bien vale una interrupción. Para dejarlo respirar a Jorge, y para trazar un paralelo entre el Montevideo del 83 y la primavera alfonsinista porteña del 84, Los Twist, Los Abuelos de la Nada, Viuda e Hijas de Roque Enroll y la alegría que, suponíamos, ya no era sólo brasileña... Las coincidencias no son pura casualidad.
Continúa Jorge.
–Después, con el tiempo, me fui dando cuenta de la cortedad de miras. La primera vez que apareció eso en mis canciones fue con "Aquellos años". Es una especie de añoranza pero es también una reivindicación del presente, como diciendo: "Eso pasó, yo estuve en una dictadura". Y ahí comenzó un proceso de revisión de un costado mío más oscuro. Como para decir que tengo un lado b y que también pongo el foco sobre eso.
Jorge no quiere ser encasillado en la batea del cantautor acústico y romántico. Y está bien. No se lo merecería. Ocurre que sus dos primeros discos españoles (Vaivén, de 1996, y Llueve, de 1997) abundan en canciones de amor. Lindísimas, cero lugar común, pero miel pura. De ahí a la cortina de telenovela hay un paso que Jorge no quiere dar. Por eso se decidió por un oportuno golpe de timón: se tornó leve- mente más testimonial y político, y se enchufó a la computadora. "Horas", el corte de difusión de Sea, sin embargo, abreva en la misma veta romántica y sensual. Para descubrir el lado b de Jorge, entonces, habrá que atravesar Frontera y escuchar "Memoria del cuero" y "El sur del sur", o hundirse en Sea y reparar en "El pianista del gueto de Varsovia" y en "Un país con el nombre de un río".
en escena, drexler (o jorge, mejor) revela una virtud a la que pocos artistas populares se entregan: hace que parezca sencillo lo que en verdad es harto complicado. Nadie diría, al menos en una primera instancia, que Jorge es un virtuoso de la guitarra y la gola. Allí radica una de sus mejores armas: lograr que su cruza de Caetano Veloso con Eduardo Mateo, de Yupanqui con Beck, resulte absolutamente natural. Jorge no es ningún improvisado. Además de médico (estuvo a punto de recibirse de otorrinolaringólogo pero le falta un año para terminar el posgrado), es escritor de cuentos y poesías. Durante dos años hizo, además, un curso de estética con Coriun Aharonián (maestro de, entre otros, Leo Maslíah y Jaime Roos). Asistió a talleres de música electrónica contemporánea, de psicoanálisis, de historia del arte, de literatura... Y estudió música: armonía, composición, contrapunto. Fueron diez años de guitarra clásica y popular, mucho Astor Piazzolla, Héitor Villa-Lobos, Agustín Barrios...
Nació en 1964. Vivió en Montevideo, en Tel Aviv, en Jerusalén y en Madrid. Sus padres son médicos. Sus abuelos fueron maestros rurales. De sus tres hermanos, dos son músicos (Daniel es solista y este año publicó su primer disco, Full-Time; Diego lidera el grupo Cursi, cuyo debut también se editó este año). Su mujer española, Ana Laan, hace coros en su banda y compone canciones. Tiene un hijo.
El propio Jorge se define así: "Lo mío siempre fue la canción. Con algún elemento de rocanrol a la uruguaya, nada ortodoxo; con algo de jazz, con cosas regionales uruguayas, brasileñas y argentinas, y con algunos detalles del pop del momento, que ahora es la electrónica. Pero todo eso no se termina de describir si no agrego lo más importante: todo gira en torno de la guitarra".
Hay una definición, sin embargo, que ayuda aún más a descubrir el misterio de este antihéroe con todas las de ganar. Jorge la tomó de los cursos de estética que hizo con Aharonián. "El hablaba de la bella y la bestia", relata Jorge. "Decía que si querés que algo sea bello tiene que tener un punto de bestia. Si no, es soso. Y que si querés que algo sea realmente bestial, tiene que tener un mínimo de belleza; si no, es simplemente una descarga de rabia sin sentido."
En eso anda Drexler (o sea, Jorge), tratando de seguir los consejos del maestro al pie de la letra.