El Julio César de Händel desembarca en nuestro primer coliseo
La ópera en tres actos ofrece una gran cantidad de arias bellas: melancólicas, heroicas, dolorosas
Cuando el clasicismo se instaló poderoso y elegante sobre el horizonte europeo, hacia 1750, los compositores barrocos comenzaron su larguísimo tiempo de silencio. El único que tuvo una fortuna diferente y a quien el olvido no lo envolvió con su manto fue Georg Friedrich Händel. Idolatrado en Inglaterra, donde vivió sus últimos cuarenta y ocho años, y también adjudicado como propio por una Alemania que había abandonado cuando tenía veintiuno, Händel siguió sonando en toda Europa, básicamente por algunos de sus oratorios, en especial, El Mesías, y algunos de esos conciertos y esas suites orquestales de gran espectacularidad. Pero la gloria que Händel vivió en todo el continente, en la primera mitad del siglo XVIII, se debía a sus óperas, que, como todas las otras óperas barrocas, fueron dejadas absolutamente de lado por la nueva y muy clásica época. Compuestas con celeridad y, en general, con gran aceptación, sus decenas de óperas dejaron de ser representadas. Como las de todos sus coetáneos. Pero hace menos de un siglo, y a partir de Giulio Cessare in Egitto, reestrenada en Londres, en 1930, comenzaron a emerger algunas de ellas, aunque la gran mayoría, sólo a partir de algunas arias, ciertamente de una belleza indiscutible.
Como todas las óperas en italiano del barroco tardío -vale recordar que Händel, salvo algunos intentos tempranísimos, jamás compuso ninguna ópera ni en alemán ni en inglés-, la obra se estructura y se asienta sobre el canto solista. De principio a fin, sus óperas serias son una larguísima sucesión de escenas cimentadas sobre recitativos y arias, con escasas escenas de conjunto que tienen lugar, eventualmente, sólo en los comienzos y finales de actos. Pero, a diferencia de otras óperas barrocas, las de Händel ofrecen una enorme cantidad de arias bellas. Julio César en Egipto, estrenada en Londres en 1724, está centrada en el desembarco victorioso del emperador romano en las costas del Nilo y en la disputa que entre ellos mantienen Cleopatra y su hermano Tolomeo para ver quién de los dos habrá de quedarse con los favores del emperador y ser ungido rey o reina de Egipto. Entre ellos lamentan su suerte Cornelia, la viuda de Pompeyo, que transita su dolor, y Sesto, su hijo, atravesado por la sed de venganza. Curiosidades (o ridiculeces) que sólo una ópera barroca e italiana puede proveer, todos estos personajes, tres varones y dos mujeres, son llevados adelante por voces femeninas. Los papeles de Julio César y de Tolomeo, y también el de Nireno, el sirviente de Cleopatra, fueron escritos para castrados y, en este sentido, no es ocioso recordar que los castrados, con sus pulmones de hombres y sus voces femeninas, interpretaban, siempre, papeles masculinos. Sólo Achilla, un detestable general de Tolomeo que fluctúa entre la perversión y la lascividad, aporta una robusta voz de bajo para contrarrestar el permanente timbre agudo de las voces de esta ópera.
Extensa, lineal y cambiante, Giulio Cessare es una ópera maravillosa que provee una inmensa batería de arias de las más variadas. De bravura, de coloratura, melancólicas, heroicas, dolorosas, calmas, mordaces o violentas, y casi todas da capo, esta ópera es una de las más atractivas del repertorio lírico de Händel y del barroco en su conjunto. Entre ellas, y son muchas más aquellas que derrochan bellezas incuestionables, se pueden recordar la inaugural "Empio, dirò, tu sei", del victorioso Julio César; el lamento de Cleopatra en "Piangerò la sorte mia"; la tristeza que trasunta "Priva son d'ogni conforto" en la voz de Cornelia, o "L'empio, sleale, indegno", en el cual Tolomeo exhibe su malignidad y toda su ambición. Con todo, tal vez sea "Son nata a lagrimar", el dúo de Cornelia y Sesto que cierra el primer acto, el momento de mayor intimidad e intensidad emocional.
Para completar y concretar las maravillas de Händel, en esta producción del Colón también se suman un elenco que, además de Franco Fagioli en el rol protagónico, presenta cantantes de amplia experiencia en el barroco, un director sumamente experimentado en estas lides, como Martin Haselböck, y la puesta de un creativo como Pablo Maritano, quien, tras su régie de Die Soldaten, el año pasado, sólo genera expectativas.
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