Nicolás Igarzábal, colaborador de Rolling Stone, recorre las dos décadas del local mítico de Buenos Aires a través de 150 entrevistas
Durante casi dos décadas, Cemento significó varias cosas para el rock local. Era un potrero, un terreno en el que las bandas podían evaluar posible o no pegar un salto mayor en su convocatoria. El local ubicado en Estados Unidos al 1200 fue también un semillero que le dio la posibilidad de subirse a un escenario a grupos sin cláusulas leoninas de por medio. Por su tablado desfiló una lista interminable de nombres que va desde Sumo y Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota a Hermética, Miranda!, Damas Gratis y Babasónicos. A diez años de su cierre definitivo, el periodista Nicolás Igarzábal, colaborador de Rolling Stone, decidió plasmar la historia del lugar en un libro. "Quería rescatar del olvido un lugar que había sido importantísimo durante 20 años y que quedó tapado por la tragedia de Cromañón. Todos saben que lo abrieron Omar Chabán y Katja Alemann en los 80, pero no tanto cómo y cuándo cerró, qué grupos tocaban más seguido o cómo hizo para durar tantos años. Me llamaba la atención que no hubiera ningún registro serio al respecto, así que me propuse hacerlo y me puse a buscar la forma de llegar a Omar Chabán para proponérselo formalmente", explica el autor.
Cemento, el semillero del rock (Gourmet Musical) es el resultado de tres años de investigación en los que Igarzábal realizó 150 entrevistas a músicos, productores, periodistas y demás habitués del lugar. Su libro llega las bateas a treinta años de que el boliche de Chabán abriese sus puertas, y a casi once del último recital ahí. "Era un refugio, una trinchera, una usina cultural. De Los Redondos a No Te Va Gustar y Tan Biónica, todas las bandas pasaron por Cemento alguna vez, era una parada obligada, que te daba cierta chapa en el under, como sacar un carnet. Lo dice bien clarito Lee-Chi en el capítulo de Los Brujos: ‘Era un lugar que te daba credibilidad, si no cortabas tickets en Cemento, no existías.’ Te otorgaba entidad, y no era poco", agrega.
El libro sirve también para terminar de descifrar la figura de Omar Chabán más allá de República Cromañón. Casi la totalidad de los testimonios recogidos resaltan su constante apuesta por los músicos, con acuerdos que siempre inclinaban la balanza a favor de los músicos. Igarzábal logró contactarlo cuando estuvo internado en el hospital Santojanni, y se volvió una pieza clave de la investigación. "Él era el dueño del circo y lo manejó durante 20 años, con aciertos y errores. Fueron varios meses de visitarlo, repasar anécdotas y leyendas. Teníamos charlas muy divertidas que iban de Shakespeare a Breaking Bad, pasando por Ricky Espinosa y Luis Buñuel. Se creó una relación muy linda y le estoy agradecido. Lamentablemente, no llegó a verlo terminado. Me queda esa espina", admite.
Según Igarzábal, las anécdotas compiladas en el libro tienen un denominador común: la épica de la derrota. Para muestra, están los primeros shows de Divididos para 40 espectadores, el recital de King Diamond en el que el músico danés se descompuso del calor humano condensado en la sala, o cuando Francisco Bochatón se puso a vender entradas en la boletería en un show de Peligrosos Gorriones y no lo reconoció nadie. "Esas situaciones insólitas, que no eran de estrellas sino de estrellados le dieron una identidad propia al lugar y cierta sensación latente de que siempre podía pasar algo fuera de lo común entre esas paredes", explica el periodista, que también ubica entre sus preferidas al debut porteño de Queens of the Stone Age, con 144 entradas vendidas.
Cemento fue el retrato de un momento que atravesó tangencialmente al rock local, con un espíritu que no logró replicarse después de su cierre en 2004. "Lo que veo hoy son muchos lugares de nicho, para 100 personas, en vez de uno solo grande que concentre todas las movidas. En Cemento había un festipunk el viernes y un festival de rock cristiano el sábado. ¿En qué otro lugar pasan cosas así hoy? Es muy difícil abrir un boliche tan libertino y ecléctico sin que te fundas a los seis meses", intenta explicar Igarzábal. Y agrega: "Obvio que el lugar era sucio y sonaba mal, ¿pero el CBGB acaso no era así? ¿The Hacienda? ¿The Factory? Todas las bandas empezaron tocando en sucuchos espantosos, como Los Beatles en The Cavern. Son lugares donde tenés que curtirte y hacerte de abajo. Todos concuerdan con que Cemento era una porquería, pero era fácil acceder a tocar y siempre te llevabas una moneda sin importar convocatoria. También pienso que tenía algo especial, un aura particular, cierta mística. Si no, no se explica que hubiera funcionado durante 20 años".
Por Joaquín Vismara
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