El placer de cantar
"Conozco la canción" ("On connait la chanson"), Francia-Suiza-Italia-Inglaterra/1997, color. Producción hablada (y cantada) en francés, presentada por Primer Plano. Basada sobre un guión de Agnés Jaoui y Jean-Pierre Bacri. Intérpretes: Sabine Azéma, Pierre Arditi, Jean-Pierre Bacri, André Dussolier, Agnés Jaoui, Lambert Wilson, Jane Birkin y otros. Fotografía: Renato Berta. Dirección de arte: Jacques Saulnier. Música: Bruno Fontaine. Dirección: Alain Resnais. 122 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Alain Resnais siempre sorprende. No le basta con la refinada perfección formal que de todos modos ha alcanzado hace mucho, ni con la perturbadora incursión en los laberintos de la memoria, ni con el estudio de las complejidades de la conducta o de las relaciones humanas. Espíritu envidiablemente juvenil, conserva a los setenta y tantos las ganas de divertirse y experimentar.
Este hombre que parece conocerlo todo sobre el cine demuestra ahora que también conoce la canción. Y se ha puesto a jugar con ella para deleite de todos. Lo que quiere decir que el ánimo gozoso de quienes están comprometidos en la película -él, el primero-, se contagia fácil al espectador. "Conozco la canción" entrega, exactamente, dos horas de puro placer.
El renovado juego -cuya autoría Resnais reconoce en el inglés Dennis Potter, a quien dedica el film-, consiste en integrar al diálogo trozos de canciones cada vez que la asociación de ideas, la similitud de una situación o un sentimiento cualquiera las trae a la memoria del que habla.
El primer ejemplo es lo suficientemente rotundo y lo suficientemente ilustrativo como para dejar bien establecidas las reglas. El comandante de las fuerzas alemanas de ocupación recibe en su despacho de París el llamado de Hitler. La orden es clara: hay que destruir la Ciudad Luz. El adusto mariscal cuelga el teléfono, titubea un poco, mira a los militares que lo rodean con aire compungido. Pero de su boca no sale una orden, sino la voz de Josephine Baker cantando: "J´ai deux amours: mon pays et Paris..." Nada, convengamos, habría explicado mejor su sentimiento. El resto es historia sabida: París siguió en pie.
A seis voces
Lo que sobreviene, ya en nuestro tiempo, es una suerte de enredo ligero y tenuemente sentimental cuyos hilos, conducidos por seis personajes, se van entrelazando en una sucesión de escenas en las que el azar suele tener intervención decisiva.
La primera en aparecer es Camille (Jaoui), que se gana la vida como guía turística mientras prepara una peregrina tesis sobre los caballeros del año 1000 en el lago Paladru (?). En seguida asoma Nicolas (Bacri), que hace años estuvo a punto de convertirse en el marido de su hermana Odile y que anda en busca de departamento en París.
Odile (Sabine Azéma), profesional y emprendedora, también anda ahora en cuestiones inmobiliarias: está a punto de concretar la compra de un piso enorme y caro con vista a todo París, aunque Claude, su esposo (Pierre Arditi), titubee. Precisamente el dueño de la inmobiliaria, Marc (Lambert Wilson), iniciará una relación amorosa con Camille cuando los dos se encuentren en una visita al lujoso piso.
El sexto personaje es Simon (André Dussolier), empleado de Marc y escritor de novelas radiales, que se encarga de mostrarle departamentos a Nicolas y está tan (secretamente) enamorado de Camille que es asiduo concurrente a sus visitas guiadas.
Entre estos seis amables burgueses bastante pendientes de las apariencias que juegan a las visitas -siempre en escenarios tan refinadamente elegantes como las imágenes de Resnais-, se cruzan diálogos que Agnés Jaoui y Jean Pierre Bacri han escrito con precisión e ingenio. Y el juego de la canción entremezclada -siempre en fragmentos y siempre en la voz que la ha dejado grabada en la memoria- resurge a cada rato, con tan asombrosa fluidez que casi no se la distingue del texto hablado. Al contrario de lo que suele suceder en mucha comedia musical, la acción no se detiene para que la canción se haga oír; el fragmento cantado es parte del diálogo, lo enriquece con su carga emotiva, con las imágenes que evoca. El uso que ha hecho Resnais de la canción es, por decirlo de algún modo, realista.
Para disfrutar
Puede que el efecto evocador, ése que le confiere una especie de doble espesor al diálogo cantado, llegue un poco amenguado hasta nosotros: la canción francesa no ha sido tan sostenidamente difundida como para que nos resulte siempre familiar. Pero eso no nos deja de fuera del juego, ni nos impide disfrutarlo.
Además, hay unos cuantos títulos populares y unas cuantas voces reconocibles: Piaf, Bécaud, Aznavour, Dalida, Chevalier. Y por sobre todo, Resnais no hace del uso de la canción un atractivo excluyente. El enredo -muy inteligente, muy francés en su exquisito esplendor verbal- propone una sutil observación de comportamientos, más de una ironía y hasta algunos apuntes francamente satíricos -los médicos que consulta el hipocondríaco Nicolas, la culpa que lleva a Odile a compensar a la víctima equivocada-, casi siempre en torno del mismo tema: las apariencias.
Admirable y homogéneo -aunque la graciosa vitalidad de Sabine Azéma bien merezca un énfasis especial-, el elenco se asocia con júbilo visible a la deliciosa ocurrencia de Resnais y saca provecho de la sustancia de personajes cuya amable superficialidad es, otra vez, sólo apariencia.
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