
"El puente" que une a varias generaciones
Hoy, para conmemorar los 50 años de su estreno, la obra de Carlos Gorostiza vuelve a escena en el Teatro Cervantes.
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Al entrar en la sala María Guerrero del Teatro Cervantes, el mudo esqueleto escénico recibe toda la atención. Frente a él, escenógrafos, técnicos, utileros y 36 actores, felices, excitados, están esperando el momento de iniciar una pasada entera de "El puente", de Carlos Gorostiza, que se estrenará hoy.
Mientras el escenógrafo Guillermo de la Torre, seguido por su asistente, revisa cuidadosamente las pequeñas cortinas de una puerta y acomoda una carpetita sobre la mesa, algunos actores repasan coreografías y otros casi obsesivamente buscan mejorar un bocadillo o controlar el desplazamiento de una pelota, objeto utilizado en la pieza.
El clima entre los más jóvenes es de euforia, mientras que los veteranos no pueden evitar un gesto de preocupación, propio de los ensayos previos a un estreno.
Hugo Arana se pasea por el escenario mientras Alicia Berdaxagar se sienta en un sillón, ubicado en la penumbra que anida entre cajas, para relajarse, y María Ibarreta se desplaza por todo el escenario para acompañar a una invitada hasta la platea. Entre todos ellos, el director, Daniel Marcove, da las últimas indicaciones antes de pedir al numeroso elenco un ensayo del saludo final, pedido que no se cumple con facilidad. Pero, con paciencia, consigue su objetivo.
Ya está todo listo para que comience la representación (pasada general) de "El puente", una pieza que celebra de esta manera los 50 años desde su estreno (en realidad, se cumplirían el año próximo, pero razones de programación anticiparon la presentación).
Por este motivo se justifican la excitación y el entusiasmo, sobre todo porque se trata de un homenaje múltiple: a la obra, porque marcó un hito en la dramaturgia nacional (ver recuadro); al autor, Carlos Gorostiza, y al teatro independiente, cuna del movimiento teatral actual.
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El papel del padre, que en la versión original estrenó Pedro Doril, también codirector en ese momento, recayó en Hugo Arana, actor consciente de esta suerte de estreno-homenaje a una obra y a un autor argentinos. "Es una obra muy particular que no se siente como un peso. Hay mucha poesía, por eso la siento con alas. En esta ocasión hay dos aspectos: una la obra en sí, y el otro, este homenaje del Cervantes al teatro independiente."
Un teatro oficial que abre sus puertas para celebrar al independiente, que conquistó un lugar propio por los valores dramatúrgicos que impuso y por ser semillero de los actores que afianzaron su carrera sobre sus escenarios.
"Uno debería estar homenajeándolo todo el tiempo -continúa Arana-, fomentarlo y seguir manteniéndolo. Ahí está todo lo que no pasa por los circuitos súper promocionados, comerciales, lo que tiene que ver con lo artesanal, con la tarea de alambre y palito, corazón y espíritu, corazón e inteligencia."
Curiosamente, es la primera vez que una obra de Gorostiza pisa el escenario del Cervantes. "Es lógico que se haya elegido esta obra, es una bisagra. Es un momento donde Gorostiza retoma un teatro de crítica social, de observación de la realidad, como reflexión sobre la injusticia, lucha de clases. Por algo fue lo que fue en 1948. Además, uno añora el reconocimiento del barrio, de la gente, el conocerse, el compartir, la solidaridad, el encuentro. Ese gran patio familiar que uno añora", dice Arana.
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En un sillón, Alicia Berdaxagar, a cargo del papel de la madre, se permite un pequeño descanso. En esa espera, la mirada de la actriz denuncia una profunda emoción: "Esta pieza me permite volver al lugar en el que, desde hace años, he entendido que quiero estar: el teatro nacional. Los personajes de las obras argentinas tienen muchas repercusiones en mi adentro, me son más queribles, es más fácil transcurrirlos".
Esta afirmación adquiere una mayor dimensión cuando se registran entre sus antecedentes grandes nombres de la dramaturgia mundial. "Trabajar temas propios implica no recurrir a la historia, ni al libro, ni a las fotos, porque la investigación está dentro de uno, en los recuerdos. Sabés lo que es tal esquina, si decís Monserrat sabés dónde es. Se conoce de lo que se está hablando, de los olores de cada cosa. Hace un tiempo vengo transcurriendo autores argentinos, cosa que me place", afirma.
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La prueba de luces obliga a los actores a desplazarse, por momentos, entre la penumbra. Preparada para la pasada, María Ibarreta camina con el pasito corto que le permite su pollera tubo, luciendo un coqueto sombrerito. El grabador de la cronista la sorprende en sus pensamientos: "Este es un reconocimiento a un autor cuya obra modificó una estética en la dramaturgia argentina. Participar en una obra que se estrenó hace 50 años me hace realizar un viaje al pasado. En su momento fue un hecho estético revolucionario. Me interesa esta cosa circular, medio minimalista que tiene Carlos en la escritura, esa repetición, que no es casual, que involucra al tema del tiempo".
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El tiempo, fuerte componente en la obra de Carlos Gorostiza, está representado por las campanadas que marcan el paso de las horas. Sobre la dos altas torres, entrelazadas, como oteando el horizonte, se yerguen majestuosas dos campanas. Esa estructura, como un centinela amenazante, remite a ese puente. Es la propuesta escénica de Guillermo de la Torre, que perdido entre la gran arquitectura, controla, en un afán perfeccionista, los pequeños detalles.
"No es un puente: es un dispositivo escénico donde se realizan acciones simultáneas. Tiene una idea subliminal que puede dar lugar a imaginar un puente. Es una experiencia muy fuerte para mí, porque nací profesionalmente en los coletazos del teatro independiente."
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Daniel Marcove, el director, se siente emocionado ante la responsabilidad que tiene entre manos.
"Cuando me convocaron para dirigir este espectáculo sentí los temores habituales, pero sentí un gran halago que Dragún (Osvaldo, director del Cervantes) y Gorostiza me eligieran. Sentí que la obra tenía muchos valores como para ser puesta en el escenario. A medida que pasaron los ensayos y el trabajo, el compromiso fue mayor por el material en sí mismo y por la sensación profunda de justificar que esta pieza fuera considerada una bisagra en nuestra dramaturgia. Agradezco la generosidad de Goro (Gorostiza), que me permitió sacarla del prestigio de biblioteca para llevarla a la aventura del escenario."
En esta aventura de llegar a dirigir también puede estar implícito el de dejar en la senda las aspiraciones actorales.
"Día a día, no dejo de sentir la sorpresa del director y va apareciendo el placer, la sensación de posibilidad. Cuando empecé a dirigir sentí que era una insolencia. Temí que el actor desapareciera, pero por suerte sigo actuando, aunque el director está en un momento de mayor convocatoria."
Antes de la pasada, Marcove se sienta en la platea para rescatar otra mirada. "Sala chica, problemas chicos; sala grande, problemas grandes. También así es la devolución, el placer. Para mí el teatro es una pasión, un latir, un corazón."
La responsabilidad de este joven director es doble porque se enfrenta a Carlos Gorostiza no sólo como autor, sino también como director de la primera versión.
"Para él éste era realmente ÔEl puente´, porque había podido cruzar el puente de aquella versión a esta. Nunca se volvió a hacer en Buenos Aires. Es una obra muy conocida y estudiada, pero esta es la segunda versión de la obra. El mejor homenaje al teatro independiente y a Goro (Gorostiza) era conformar un equipo donde los valores que cuenta la pieza estuvieran en el trabajo: la solidaridad, la amistad, como diría mi vieja, los buenos sentimientos. Todo está hecho con los mayores afectos."
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