Ernesto Acher: "El humor es una manera sabia de mirar el mundo"
El creador de La Banda Elástica vuelve a Buenos Aires con un nuevo espectáculo, en el que propone hacer reír a la carta
Después de vivir 15 años en Chile, Ernesto Acher volvió al país definitivamente. "Vine para quedarme", aclara el músico, humorista y director orquestal. Y confiesa: "Hice las paces con Buenos Aires".
Haciendo gala de su multifacético talento, que lo llevó a destacarse en sus años de Les Luthiers y como creador de la recordada La Banda Elástica, además de crear el longevo espectáculo Gershwin, el hombre que amamos, entre tantos proyectos concebidos por su singular imaginación y su creatividad, Acher llega con Humor a la carta, su nueva propuesta, que presentará este sábado, a las 21, en el ND Teatro (Paraguay 918).
"Me fui a Chile, en 2000, a dirigir la orquesta de la Universidad de Concepción. Al año siguiente me pidieron que me quedara. La situación de ese momento en la Argentina me hizo decidir. Era un buen proyecto y encontré buenos amigos. Luego de tres años me fui un tiempo a Santiago y después me fui con mi pareja chilena a vivir a Cajón del Maipo, un lugar divino junto a las montañas y el río. Ahí estuve enseñando literatura, técnica narrativa e historia del arte en la Universidad Diego Portales", recuerda.
En una charla amena con LA NACION, habló de su vínculo con el humor y de su pasión por narrar historias.
-¿En qué consiste Humor a la carta?
-A mí me divierte mucho contar cuentos, anécdotas. Contar. Yo soy un contador. Y me divierte hacerlo a pedido de la gente, improvisar sobre eso. Es como tener un menú. Vengo, le cuento a la gente de qué se trata y después le digo: bueno, ordenen. Y cuento lo que me piden. Con lo cual siempre sale algo distinto, y para mí eso es lo divertido.
-¿Hay alguna fórmula para improvisar?
-Creo que la gracia es disparar imágenes. Cuando cuento una historia, relato lo que veo. Y para eso no necesito un texto fijo. Pero para que llegue a otros, primero tengo que verlo yo. Si tengo la imagen, se la puedo contar a otro.
-Y esas imágenes, ¿de dónde salen?
-Hay de todo. Hay cosas que me pasaron a mí o que le pasaron a gente que conozco y que merecen ser contadas. Son esas cosas que uno dice: se non è vero, è ben trovato (aunque no sea verdad, está bien contado). Las historias son valiosas cuando te dejan algo, una enseñanza, y hasta en el chiste más disparatado siempre hay un mensajito de aprendizaje. Uno aprende de esas cosas, son para transmitir. Para mí es muy placentero.
-¿Qué otros elementos debe tener una historia?
-Ser consistente, estar bien contada. Que uno pueda tomar al oyente de la mano y llevarlo a pasear. Si uno lo lleva y le muestra todo, lo va a entender y lo va a disfrutar. Hay que ser cariñoso con el oyente. Y además le tiene que gustar a uno. Si un cuento no me divierte, no lo cuento. Uno se da cuenta cuando el que está contando algo se divierte o lo está haciendo de oficio.
-¿Qué sensaciones le trae volver a Buenos Aires?
-Vine para quedarme. Extrañaba esa cosa en ebullición permanente que es Buenos Aires. No hay nada ni parecido en ningún lugar del mundo. Yo soy de acá. Siento adentro un proceso de reconciliación. Fue una muy buena experiencia lo de Chile. Pero claro, fue hace 15 años. Y los años pasan y a uno le pasan otras cosas. Ahora tengo nietos y hasta este momento no pude disfrutarlos, porque en un viajecito de cuatro o cinco días no se puede ejercer el abuelismo. El abuelismo es full time. Hice las paces con Buenos Aires. Más allá de que vuelvo y hay cosas que aún me vuelven loco. Pero uno no puede recortar, tiene que elegir. Elijo volver con todo, me banco todo. Además, si no hubiera ese caos tampoco sería factible la movida cultural. Tiene que ser en este despelote. Ahí es donde aparecen la música, la poesía, el teatro. Las grandes cosas sucedieron en lugares y momentos caóticos. Ahí es cuando aparece lo revulsivo. Acá está a flor de piel. Vuelvo porque elijo esta cosa caótica, prepotente, antes que algo ordenado, pero muy silencioso.
-¿Y qué extrañaba más?
-Se extrañan muchas cosas. Extrañaba la poesía. Pero mi poesía, la mía. Manzi, Cadícamo, Spinetta. Eso que nunca encontré allá porque nunca terminaba de resonarme adentro. Podía admirarlo, pero lo admiraba desde afuera. En Chile, cuando evocaba a Astor, buscaba al Astor que estaba dentro mío. ¡Acá está en la calle! Acá uno camina por la calle y escucha a Piazzolla porque Piazzolla es la ciudad.
-¿Con cuáles de todas tus profesiones te identificás más?
-Con todas. Porque son facetas. Creo que la vida es eso, una bola que podés mirar desde todos lados y depende de dónde la mires, te va a dar una visión diferente. Cuando te ponen el rótulo y te circunscriben la identidad a un aspecto, ya te están poniendo un corsé. Y mañana no sé con qué saldré, ¡andá a saber! Yo no soy arquitecto ni músico. No. Tengo esas facetas. Ninguna de esas sola es mi identidad. Y unos cuantos casilleros vacíos de lo que puedo hacer desde ahora hasta que me toque partir. Y a mí me gusta, me atrae eso. Y a veces las cosas salen y a veces no, y uno tiene que estar preparado para eso. Si uno no se prepara mentalmente para eso, tiene que saber que puede meter la pata y estar preparado para aguantárselo y pasar al siguiente proyecto. Y está bien que sea así. Después de todo, por más que construyamos rascacielos y tengamos celulares que pueden hacer casi cualquier cosa, somos animalitos y seguimos las leyes de la naturaleza. Nos guste o no nos guste. Y es bueno estar en paz con eso. Y así es más divertido, por muy difícil que sea. Y después, el curso de la vida dirá.
-¿Qué lugar ocupa el humor en su vida?
-Central. Me gusta mucho hacer reír. Creo que en la risa hay un aprendizaje profundo. Es una manera sabia de mirar el mundo. Woody Allen lo dijo: "El humor es tragedia más tiempo". Claro, porque es mirar hacia atrás y ver una situación tremenda y encontrarle el lado gracioso. Es como hacer las paces y sacarse de encima un peso grande. Y para mí eso es muy valioso. A veces me dicen: ¿pero vos nunca hablás en serio? Sí que hablo en serio. ¡Eso no quita que me ría todo el tiempo! Creo que en nuestra cultura se confunde seriedad con solemnidad. La solemnidad es la seriedad de plástico, es hacer de cuenta que somos serios. No sirve para un carajo. ¡Odio la solemnidad, no la soporto! Hubo unos señores que tocaban la guitarrita, hace unos cuantos años ya, que dijeron "Let it be". Hay que escuchar eso. Ése es el mensaje. ¡Let it be! Dejalo salir, dejalo salir. Confiá, confiá que va a haber aprendizaje. No quedarse así todo solemne, dejando salir sólo lo permitido. Eso es lo contrario.
-Y la risa es un poco eso, ¿no?
-¡Claro, claro! Dejá que salga para afuera, aprendé a reírte, incluso de la tragedia. La risa cura, es balsámica. Y es una fuente de aprendizaje irreemplazable. No hay nada que se le parezca. Muchas veces se confunde la risa con la manía. Estar ahí arriba todo el tiempo. Eso no es divertido. No es por ahí. La manía es una cosa y la auténtica risa es otra. La manía suprime la reflexión. Arriba de la pelota todo el tiempo. Eso ni siquiera es diversión.
-Pareciera que está hablando de la música...
-A mí, que me disculpen, pero hay algunas formas de música contemporánea que les diría: bajen chicos, dejen de hacer ruido. Claro, ¿cuál es la gracia? Recitales con equipos de 14.000 watts. Discúlpenme, pero no me van a convencer con eso. Puedo entender que todo ese aparato sea un espectáculo. Ahora, ¿vamos a hablar de música? Bueno, sacale la amplificación y sacale las luces.Ahora sentate a tocar. ¡Ahí te quiero ver! No, no. Ahí no aflojo. Hablemos en serio. Parece música, pero no es música. No jodamos.
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