Estampas de un pasado glorioso
Hace 20 años me senté por primera vez a la mesa de un bar a conversar con Juan Carlos Copes. Las historias que me contó me impulsaron a escribir un libro que finalmente terminé con el empuje clave de Adrián D'Amore: Quién me quita lo bailado (Corregidor). Esas historias remitían a un pasado no tan lejano, legendario, brumoso y glorioso a la vez. El arco trazado iba de las milongas populares de los años 50 -especialmente las del club Atlanta- a la exportación del tango en los aciagos 60 y 70. Copes contaba sus secretos y dejaba caer las hilachas de una infancia pobre y solitaria, hecha de mudanzas y tristezas. Revelaba su empecinamiento en aprender a bailar, sus deseos de construirse para llegar a ser el Fred Astaire del tango, la obsesión por llevar la milonga de la pista al escenario. A la par, como un eco, latía su relación con María Nieves, la extraordinaria milonguera surgida de los conventillos de Saavedra con la que tuvo un amor volcánico, complejo, cruzado. Juntos se consolidaran como la mejor pareja de tango de todos los tiempos. Copes me contaba historias. En Un tango más las vi. Germán Kral logró en su película llevar a imagen las convicciones, lealtades y traiciones de un hombre y una mujer de temperamentos imposibles, que cuando se abrazaban para empezar a deslizarse al compás de un tango lograban una alquimia fraguada de pasión, amor y odio, de una belleza indestructible.
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