
Eurípides: el antiguo más moderno
Si aún nos estremece el desencanto de Esquilo con la humanidad, o nos apasiona la altura moral de Sófocles, Eurípides (480-406 a.C.) nos resulta casi un contemporáneo, un dramaturgo de hoy. Baste mencionar la perdurable actualidad de Las troyanas , o el impacto de la Medea del San Martín en nuestro público. La cercanía se debe, probablemente, a la indagación en la psicología de las protagonistas: Hécuba, Casandra, Andrómaca, o la demencial Medea, son mujeres arrastradas por sus ansias, sus temores y sus pasiones, antes que por un capricho del Destino.
La posteridad ha sido benévola con Eurípides, autor de noventa obras, de las que muchas perduran. Gracias, en parte, dice Emily Wilson en una reciente edición del Times Literary Supplement , al gran interés que despertó en las escuelas bizantinas; al hallazgo fortuito, en una biblioteca monástica egipcia, de nueve textos completos, en papiro; y a la frecuencia con que lo citan los autores medievales, quienes redactaban sinopsis de sus tragedias, de modo que restan huellas de los originales y, con la ayuda de fragmentos subsistentes, pueden reconstruirse. Así ha procedido el erudito inglés Alistair Elliot, que presenta su versión de la tragedia Faetón , en un volumen de 75 páginas, editado por Oberon Books.
Faetón es hijo de Helios, el Sol (o sea, Apolo), y de una tal Climena, esposa del rey Merops, a quien ha hecho creer que es el padre del muchacho. Como casi todos los adolescentes, es algo fanfarrón y al enterarse (por una indiscreción de su madre) de que su verdadero padre es nada menos que el Sol, decide deslumbrar a sus amigos. Va a visitar a Apolo y le arranca la autorización para guiar, por un día, el carro tirado por cuatro impetuosos caballos con el que el dios hace el trayecto cotidiano de Este a Oeste. Pero los caballos se desbocan, el clima de la Tierra enloquece (los abisinios quedan negros para siempre), el planeta entero se incendia y, por fin, Zeus lanza un rayo desde el Olimpo y precipita al temerario en un río donde se ahoga.
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A continuación, Eurípides plantea este dilema: ¿cómo explicará Climena a Merops lo que ha pasado, sin revelarle que Faetón no era su hijo? El final de la obra se ha perdido y Elliot opta por lo obvio: el rey perdona a su mujer y lamenta la pérdida del muchacho. Mientras Emily Wilson parece lamentar la pérdida de tiempo: "Este Faetón no es nada interesante: no hay tabúes sexuales, no hay incesto, ni siquiera violencia física, apenas". En cambio, ya hay productores del West End interesados en llevarla a escena: con la tecnología actual, ver caer al muchacho desnudo, envuelto en llamas, atraería -suponen- a multitudes.







