
Joaquín Furriel: "Nunca formé parte de las elites culturales"
Elogiado por su protagónico en El patrón, radiografía de un crimen, el actor reivindica el arte popular
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Es digno de elogio el trabajo de Joaquín Furriel en El patrón, radiografía de un crimen, la película dirigida por Sebastián Schindel que se estrenó el jueves último. La caracterización ayuda, es cierto, pero la composición de Furriel excede esa tarea de laboratorio y le da vida, verdad y potencia emotiva a un personaje completamente alejado de los roles en los que lo hemos visto a lo largo de su extensa carrera.
A los 40 años, este actor nacido en el sur del conurbano bonaerense está empezando a tejer una relación más fluida con el cine. Se fogueó en Verano maldito, una inquietante y subvalorada película de Luis Ortega, y en Un paraíso para los malditos, thriller psicológico de Alejandro Montiel en el que compartió elenco con el recordado Alejandro Urdapilleta, antes de ponerse en la piel de Hermógenes Saldívar, el protagonista de El patrón, radiografía de un crimen, un carnicero analfabeto que llega de Santiago del Estero a la gran ciudad y se convierte en muy poco tiempo en una indefensa víctima del sistema.
"Había que trabajar en diferentes capas del personaje -explica Furriel-. Por un lado, tuve que hacer un trabajo muy físico, por la postura del personaje, por su manera de caminar, determinada por un inconveniente en una de las piernas, y porque tenía que involucrarme con el manejo de la carne: aprender a cortar con la sierra o cargar una media res, por ejemplo. Y también tuve que usar lentes de contacto marrones y una prótesis dental, oscurecerme y ajarme la piel con el maquillaje, usar un corte de pelo específico y trabajar la forma de hablar. Hermógenes es un santiagueño del sur de la provincia. Trabajé mucho en ese aspecto con Liliana Flores, con quien ya había hecho el entrenamiento vocal para La vida es sueño en el San Martín. Me sirvieron mucho los testimonios del Mocase, un movimiento de campesinos desplazados por las corporaciones sojeras. Yo siempre admiré los trabajos de actores como Robert De Niro, Daniel Day-Lewis y Matthew McConaughey, que pueden abordar tanto una comedia romántica como otro tipo de problemáticas con la misma precisión. Pero por alguna razón tenía asociadas esas transformaciones con el teatro, pensaba en las composiciones y las caracterizaciones del teatro clásico. Me sorprendió gratamente que con un vínculo tan nuevo con el cine pueda hacer un trabajo como éste."
-La preparación fue muy diferente a la que hacés para un trabajo en la televisión, ¿no?
-No te creas. No percibo tantas diferencias entre los dos trabajos. Siempre me preparo a conciencia, no soy un paracaidista. Y siento que el cine me queda bien. A mí me encanta viajar, recorrí de mochilero la Argentina y unos cuantos lugares del mundo, de alguna manera ésa fue la primera película que filmé porque son niveles de intensidad parecidos. Pero recién ahora me sentí maduro para el cine, antes no estaba listo, tenía zonas medio livianas como para comprometerme de la manera que te lo exige una película. Las cuatro semanas de rodaje de El patrón fueron un paréntesis para todos los involucrados en la película, se nos fue la vida en ese lapso. El cine tiene ese nivel de demanda.
-¿En qué otro sentido no te sentías listo para el cine?
-Son cosas que tienen que ver con los momentos y las necesidades de cada uno. Ahora tengo 40 años y me interesa más contar las temáticas que te movilizan a esa edad, más que las que pueden interesarle a un pibe de 20. Lo único que lamento es no haber hecho Roma, la película de Adolfo Aristarain. No pude porque estaba con un laburo muy exigente en la televisión. Pero no me arrepiento de ninguna otra de las decisiones que tomé. Me llegaban muchas propuestas para hacer de pibe de clase media de Palermo, algo que sinceramente no me interesaba. Y tuve un recorrido con mucho compromiso en el teatro. Hago teatro desde los 13 años, siempre fue mi primer objetivo. Por otra parte, desde que tengo memoria, siempre me interesó la popularidad. Quiero que la mayor cantidad de gente posible vea las cosas que hago. Nunca formé parte de las elites culturales, de esas experiencias endogámicas donde todos nos miramos en una sala y decimos: "¡Qué inteligentes que somos!". Eso me distancia muchísimo de una obra o de una película. Me molesta esa actitud esnob de cierto sector de la clase media. Valoro la búsqueda y la experimentación, pero como actor tengo un horizonte más ambicioso. Eso me motivó a dedicarme a hacer televisión pura y dura durante años. Hice todo lo quería hacer en tele porque sentía que eso no me estaba instalando en ningún lugar especial. Y pude hacer lo que quería -teatro clásico, de texto- gracias a la tranquilidad económica que me dio la televisión.
-¿Dedicarse a la televisión sigue suponiendo correr el riesgo del desprestigio?
-Depende para quién. Para mí, que valoro tanto la popularidad, hacer una telenovela como Montecristo y que la vea tanto público, un grupo sociocultural tan amplio, es más interesante que cualquier fenómeno de prestigio reducido. Me siento más cerca del éxito masivo que de lo exclusivo, lo diferente.
-¿Y cómo te llevás con las críticas?
-Sirven porque está bueno que alguien se tome el tiempo, poco o mucho, de ver lo que hiciste. Podés estar de acuerdo o no con lo que dicen, claro. Me alivia bastante ser yo mismo muy autocrítico, ya con eso tengo para un rato... No me interesa hacerme cargo de los prejuicios de los demás. Y hablo de prejuicios porque entiendo que, por mi recorrido, merezco cierta consideración. Tuve un movimiento bastante generoso y diverso en mi carrera. Que digan que soy sólo un galán o un actor de teatro clásico, un tipo popular o apenas con prestigio, no es justo. Son etiquetas, condicionamientos. Yo sigo buscando.. Para trazar un paralelo: si me hubiese recibido de médico, todavía no tendría una especialidad. Eso tiene pros y contras. La gran ventaja es que puedo estar en muchos lugares diferentes. Y el problema es que a algunos eso les molesta. Algunos están a favor de ese eclecticismo y otros no lo valoran. Creo que a mucha gente le molesta que no me comprometa con lo que, se supone, debería comprometerme por trabajar en televisión: aparecer en la tapa de las revistas, regalarles tu vida a ciertos medios para que expongan tu intimidad. Ahí es donde yo no entro, por eso no les cierro. Te dicen que son las reglas del juego. Y yo pregunto: ¿qué son las reglas del juego? Son frases hechas que me rebelan. Los lugares comunes representan la manera más chiquita de vivir.
-Volvamos a la película. ¿Cómo definirías a Hermógenes, el personaje que interpretás?
-Lo que él sufrió es una consecuencia de lo peor de la sociedad. Es un chivo expiatorio de este sistema excluyente, de este capitalismo que, para que algunos tengan mucho, exige la explotación y que otros no tengan casi nada. Hermógenes le pone el cuerpo a esa perversión, se nota a primera vista el daño que le provoca vivir de esa manera, igual que se nota en el cuerpo de la gente en situación de calle, por ejemplo. Es un personaje muy alejado de lo que soy yo, muy extraño. Me acuerdo del impacto que me produjo ver a los 17 años la película Feos, sucios y malos. Creo que ahí empecé a armar mi propia identidad para poder abordar papeles de este tipo siendo un chico de clase media. Un dato importante es que el protagonista de la historia del libro de Elías Neuman en el que está basada la película sufrió dieciséis años de sometimiento, de maltrato de su patrón. Eso se terminó en 1985, pero el director de la película decidió instalarlo en el presente, porque está claro que hoy sigue pasando lo que pasaba en aquella época. Los que están presos son los delincuentes fracasados de esta sociedad, como decía Neuman. Me transformé en un fan de este criminólogo porque su punto de vista humanista me hizo cambiar el foco sobre algunos problemas, me hizo entender cómo el entorno social te puede modificar hasta llevarte a cometer un crimen.





