
Lorin Maazel: una batuta prodigiosa
Admirado por Stokowsky y Toscanini, el director francés,de 84 años, dejó una marca por todas las orquestas por las que pasó
1 minuto de lectura'
El mes de julio ha sido nefasto con algunos grandes líderes sinfónicos. Ahora, el domingo, se acaba de apagar la vida de Lorin Maazel. El mismo día, exactamente 10 años antes, el 13 de julio de 2004, murió Carlos Kleiber. Y un 16 de julio, hace 25 años, el mundo perdió a Karajan. Los tres tuvieron la particularidad de crear adicción entre los oyentes. Al margen del disfrute de una conducción orquestal suntuosa e irrefutable, sus seguidores les habían otorgado un estatus de sabios residentes de la música por la riqueza de las enseñanzas que esparcían cuando levantaban la batuta.
En una entrevista que en 1979 le hicieron a Joseph Losey, a raíz de su film Don Giovanni, el realizador dijo que había seguido fielmente las señales del camino marcado por Lorin Maazel en su versión de ese Mozart y que si hubiera elegido otra los resultados no habrían sido los mismos. En todo lo que dirigía, Maazel siempre dejaba su marca en el orillo. También la dejaba en las orquestas con las que le tocaba actuar. Cuando en 2005 fue convocado por el Palau de les Arts de Valencia para fabricar una orquesta, prácticamente se le pedía un milagro. Cuando la dejó en pleno funcionamiento, en 2011, el milagro estaba hecho, la orquesta era una de las mejores de Europa y varios grandes directores se peleaban por asumir su conducción.
Había nacido en París en 1930. Es cierto que empezó temprano, ya que a los 9 años dirigió la orquesta del Festival de Nueva York y pronto fue llamado por Stokowsky para mostrarlo como revelación. Sin que transcurriera mucho tiempo, el intransigente Arturo Toscanini lo probó con la Filarmónica de Nueva York y la Sinfónica de Filadelfia. Pero a los 16 años Maazel se fue a Pittsburg a estudiar matemáticas y filosofía. Se salvó del mareo de los niños prodigio y eso le permitió ser un prodigio hasta las 84 años, cuando murió.
En 1951 se instaló definitivamente en la música y nunca más se apartó de ella. Durante once celebraciones de años nuevos dirigió los conciertos vieneses con la Filarmónica y, como era muy buen violinista, recreó la imagen de Johann Strauss II al frente de sus valses. Fue distinguido para conducir Wagner en Bayreuth y en 1963 debutó en el Festival de Salzburgo. Cada vez que una institución musical importante lo comprometía no era apenas para un concierto o una serie de ellos sino para una estadía. La Orquesta de la Radio de Baviera, la Filarmónica de Nueva York después de Mazur, la Sinfónica de la Radio de Berlín después de Fricsay, la Orquesta de Cleveland después de Szell.
Maazel mantenía el brillo y siempre lo acrecentaba. Fue memorable su largo paso por Pittsburg y por la Orquesta Nacional de Francia y por la Philharmonia de Londres. Casi no tenía preferidos entre los compositores cuyas obras interpretaba y ni un asomo de actitud conservadora. Integraba programas con Mozart y Bartok, Bruckner con Prokofiev, Brahms con Stravinsky, Mahler, Ravel, Debussy o Richard Strauss, su inolvidable Strauss.
Es cierto que queda su enorme cantidad de grabaciones como referencia. Pero quienes lo han visto dirigir y se han mantenido en el borde de la butaca pendientes de sus gestos siempre sobrios, rigurosos, impecablemente elegantes, saben que no tiene reemplazos. Se ha muerto una fuertísima personalidad de la música. Alguien que había que ver para creer. Descanse en paz, maestro.





