
Misterios del taiko
El sonido del Japón imperial también se escucha en Palermo
1 minuto de lectura'
En el Jardín Japonés, en Palermo, cuando apenas anochece –y la calma llega hasta las carpas, que suspenden su ir y venir por el lago–, diez jóvenes se reúnen en la Casa de Té para ensayar con uno de los instrumentos musicales que durante siglos ha servido para mantener en alto el espíritu de los japoneses: el taiko.
Los taikos son tambores de madera recubiertos por una piel de animal cosida alrededor de la caja, muy usados en las fiestas tradicionales de Japón. Los monjes shintoístas lo empleaban como medio de transmisión y meditación, y en los campos de batalla se recurría a ellos para intimidar al enemigo. Desde siempre, en la isla de Okinawa los taikos simbolizaron el agradecimiento de los agricultores y los pescadores por buenas cosechas y buenas pescas.
Y de ahí proviene, precisamente, la raíz de este grupo reunido en el Jardín Japonés. Su nombre, Mukaito Taiko (o el sueño de cruzar el mar), integrado no sólo por descendientes de japoneses, sino también por argentinos. Cynthia Higashi es una de las percusionistas, nieta de italianos y japoneses, que se unió al grupo cuando el sensei (maestro) Mori, de la Escuela de Okinawa, visitó la Argentina en 1993, en ocasión del festejo por el 85º aniversario de la llegada del primer inmigrante okinawense al país.
"Pero en realidad la historia empezó antes –sigue Higashi–, cuando dos chicas argentinas, Mónica Higa y Claudia Toma, viajaron como becarias a Okinawa y allí tomaron contacto con el sensei Mori. Ellas recogieron sus enseñanzas y, de regreso, las transmitieron. Luego, tras la visita del maestro, todos los instrumentos musicales traídos fueron donados con la intención de difundir la tradición del taiko en la Argentina."
Y el trabajo no es fácil: "La práctica requiere muchas horas de ensayo, porque se debe lograr un ensamble perfecto entre todos los miembros del grupo, para que los tambores suenen como si fuera uno", agrega Higashi.
Del gagaku al workshop
La presencia de los taikos en el antiguo Japón se remonta a mil trescientos años, cuando en la corte imperial el gagaku –una especie de orquesta– se desarrolló mezclando diferentes estilos de música y danza, incorporando instrumentos como el yokobue (flauta travesera), el hichiriki (tipo de oboe), el so (cítara) y los taikos.
Superados los crueles tiempos de la guerra, que habían confinado el sonido de los tambores, su sonido comenzó a resurgir gracias a la cantidad de residentes japoneses en el exterior. Y la música fue un puente que sirvió para conectar a las nuevas generaciones con sus ancestros.
"Mi abuelo fue uno de los primeros inmigrantes orientales que se dedicó a la tintorería en la Argentina –se ufana Higashi–. Vino de la ciudad de Wakayama y, aunque no desarrolló ninguna veta artística, yo creo que heredé de él ese espíritu emprendedor que lo llevó a recorrer caminos impensados. Como a mí el taiko, que me impulsó a realizar un curso en Hawai –en la Escuela de Taiko del Pacífico, dirigida por el sensei Kenny Endo y su esposa Chizuko– y, más tarde, un workshop en Los Angeles. Ahora me gustaría transmitir estas pequeñas experiencias a los más chicos, como hicieron nuestros mayores con nosotros, y que de esta manera se mantenga la tradición."
Jazz y tradición
- El grupo Mukaito Taiko está a punto de cumplir diez años. En todo este tiempo, han desarrollado el estilo llamado kumi daiko, que fue creado tras la Segunda Guerra Mundial, durante el período Showa. Su creador, Daihachi Oguchi, fue un baterista de jazz que experimentó un arreglo musical juntando taikos de diversos tamaños. Este estilo, además, combina los sonidos de los tambores con movimientos de karate. El volver a tocar los taikos fue una forma de preservar la tradición en el Japón de posguerra, que comenzaba una rápida modernización.





