
50 años del Mozarteum
La asociación que preside Jeannette Arata de Erize es central en la vida cultural argentina
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Quienes reflexionan sobre la realidad argentina y estudian sobre ella, se trate de intelectuales, artistas o economistas, están de acuerdo en que sólo el rescate de los valores tradicionales del país, sobre todo la salvaguarda de su tradición cultural, permitirá el resurgimiento de la Nación. Por eso, la celebración de los cincuenta años del Mozarteum Argentino adquiere un carácter emblemático. A pesar de las dificultades de todo orden que se presentaron en ese lapso, una institución privada hizo llegar a los argentinos la mejor música de todo el mundo, fomentó la creación local y sirvió como puente espiritual entre culturas y pueblos diversos.
Todo empezó hace medio siglo. Un conjunto de personalidades, entre las que se contaban Erwin Leuchter, Juan Pedro Franze, Mariano Drago y Cirilo Grassi Díaz, creó, en 1952, en Buenos Aires una institución dedicada al estudio y la ejecución de la obra de Mozart. Las reuniones se hacían en las casas de los integrantes del grupo. Jeannette Arata de Erize estaba entre los miembros de ese círculo y pronto tuvo una serie de ideas para la difusión de la cultura musical, no sólo de la obra de Mozart, que comentó a sus amigos. Dice la señora de Erize: “Había una tradición cultural muy seria y arraigada en ciertas familias de la Argentina que, pensaba yo, debía ir más allá de los límites domésticos. Quería facilitar el acceso de todos a esos tesoros. Grassi Díaz debe de haber pensado que mi entusiasmo podía compensar mi inexperiencia y me propuso la presidencia del Mozarteum. Al principio me pareció que la tarea iba a superar mi capacidad y me negué, pero mi marido, Francisco de Erize, y mi madre me dieron ánimo. Acepté. Desde entonces, y durante medio siglo, mi existencia, la de mi familia y la de mis colaboradores han estado regidas por la misma ambición: difundir en nuestro país lo mejor de la música de todos los tiempos”.
Algo distinto para el público
Al principio se ofrecieron pequeños conciertos en residencias privadas, que tuvieron mucho éxito. Pero para que la institución tomara un carácter más importante era preciso ofrecer algo distinto, que atrajera al público porteño, ávido de novedades. Entonces se organizaron los conciertos en los museos: una iniciativa que hasta entonces no se le había ocurrido a nadie y que entusiasmó a los amantes de la música. El palacio Errázuriz (Museo Nacional de Arte Decorativo) y la mansión neocolonial de los Noel (Museo de Arte Hispanoamericano) eran espacios ideales para las actividades musicales y conjugaban distintos aspectos de la tradición cultural argentina. En esos ciclos actuaron, entre otros, el violinista Henryk Szeryng, el pianista Friedrich Gulda, el flautista Peter Lucas Graf y el Quinteto Chigiano. En ese entonces el contacto con los artistas extranjeros era mucho más estrecho porque permanecían varias semanas en el país, y eso permitía establecer relaciones de amistad muy sólidas. En ese sentido, los integrantes del Quinteto Chigiano desempeñaron un papel importante en la historia del Mozarteum Argentino porque lo vincularon con figuras capitales de la música el siglo XX. Pronto surgió una colaboración muy fructífera entre la Accademia Chigiana de Siena, de la que había surgido el quinteto italiano, y la institución argentina. Músicos nacionales, becados por el Mozarteum, fueron a Siena a perfeccionarse con grandes profesores y virtuosos.
Los populares Conciertos del Mediodía, de entrada libre y gratuita, en los que intervienen artistas de primer nivel, se crearon en 1958 y sintetizan, para la señora Arata, la esencia misma de su proyecto cultural: el acceso de todos a las formas de cultura más elevadas. La idea de esos conciertos se le ocurrió a la presidenta del Mozarteum un día en que caminaba por Florida y vio un grupo considerable de personas de pie en la vereda, ensimismadas frente a la vidriera de Ricordi. Preguntó qué pasaba y le dijeron que, a la hora en que los empleados salían a almorzar la firma Ricordi ponía música clásica para atraer a potenciales clientes. La gente prefería sacrificar su almuerzo y quedarse escuchando en la calle. Entonces Jeannette Arata recordó los conciertos que se celebraban en Londres durante los bombardeos de la Segunda Guerra y que estaban destinados a mantener en alto el espíritu de los británicos. Se puso en campaña, logró el apoyo de varias empresas (entre ellas LA NACION) y los recitales comenzaron a darse semanalmente, los días miércoles, a las 13, en el cine Florida, hoy desaparecido. Más tarde los conciertos se mudaron a distintas salas: el cine Broadway, el Ambassador, el teatro Coliseo, el Opera y ahora el Gran Rex. Hoy son un rito al que concurren miles de personas, sobre todo jóvenes y gente mayor. En algunos casos, como en la presentación de Jorge Donn en el Opera, el público que se agolpó frente al teatro fue tan numeroso que se debió cortar el tránsito en la avenida Corrientes.
En 1960, Jeannette Arata se enteró de que se iba a cancelar por problemas económicos la presentación de Igor Stravinski en el Colón, organizada por un agente musical, y se propuso asumir el compromiso para que el nombre de la Argentina no quedara asociado a un incumplimiento. En cuarenta y ocho horas consiguió los fondos para que uno de los mayores músicos del siglo XX actuara en Buenos Aires. Fue la primera oportunidad en que un concierto del Mozarteum se dio en el Colón y un hecho decisivo para la historia de la entidad. Hoy, el gran teatro se ha convertido en el hogar natural de los ciclos de la institución.
La presidenta del Mozarteum siempre ha subrayado que la entidad no es una mera sociedad de conciertos y que cumple varias funciones sociales. Desde 1961 se ofrecieron cursos de perfeccionamiento dictados por grandes maestros nacionales y extranjeros a los que concurrieron como alumnos músicos del interior, de la capital y de otros países de América latina. Por otra parte, se conceden becas a intérpretes y compositores: entre los beneficiarios de ellas hubo artistas tan respetados como los hermanos Chumachenco, Anahí Carfi y el gran pianista Nelson Goerner.
Con espíritu pionero, en 1961 el Mozarteum inició un ciclo de conciertos por televisión que se transmitían desde las antiguas residencias de la época dorada de la Argentina, prestadas para el caso por sus propietarios (los González Garaño, Victoria Ocampo, los Acevedo, entre otros). Pepita Gómez Errázuriz, gran amiga de la entidad, se ocupaba de persuadir a los dueños de las mansiones de que se dejaran invadir por las cámaras y los técnicos (bajo la dirección de Rubén Tobela), quienes desplazaban muebles signés, esculturas y cuadros con el fin de mejorar la iluminación. Se aprovechaba entonces para mostrar en la pantalla los tesoros reunidos por los coleccionistas en sus salones. Al año siguiente el programa fue nominado para los premios Martín Fierro. Más tarde las emisiones, por problemas técnicos, se grabaron en estudios y la propia Jeannette Arata de Erize, con la colaboración de Beatriz Santos Muñoz, se encargaba de la decoración del ambiente.
La compra, en 1965, del atelier del Mozarteum en la Cité Internationale des Arts, en París, fue uno de los hechos que demostraron el respeto ganado por la institución internacionalmente. El Mozarteum es la única entidad privada que tiene un departamento en la Cité. Los otros estudios pertenecen a países. Quien favoreció esa excepción fue nada menos que André Malraux, el ministro de Cultura de Charles de Gaulle, que conoció a Jeannette Arata a través de Victoria Ocampo. Los dos ambientes del atelier se encuentran en el último piso de la Cité, tienen estupendos ventanales desde donde se ven Nôtre Dame, la Torre Eiffel y l’île Saint-Louis. Abajo corren las aguas del Sena. Ese estudio albergó a los más altos representantes de la cultura nacional: Mujica Lainez, Astor Piazzolla, Juan Carlos Paz, Soldi, Basaldúa, Raquel Forner y Guillermo Roux, entre otros.
En las fábricas
Las iniciativas que emprendió el Mozarteum fueron tan numerosas que apenas si es posible enumerarlas: en 1967 se creó el Quinteto de Vientos de la entidad, hoy un conjunto de prestigio internacional. En 1971 se organizó la rama de Música para la Juventud, de lo que se informa aparte. También se hicieron conciertos en fábricas con el apoyo de empresas; algunos de esos acontecimientos se desarrollaron en el interior y, al principio, la misma señora de Erize viajaba con los artistas en avionetas y, a falta de personal de atención, ella oficiaba de azafata. En 1978, el Mozarteum resolvió extender de un modo regular sus actividades a las provincias. Surgieron entonces filiales en Rosario, San Juan, Olavarría, Tandil, Tucumán, Jujuy, Iguazú, Bahía Blanca y Salta, además de colaboraciones con instituciones de Córdoba, Mar del Plata, Coronel Pringles, General Roca y Neuquén. De esos conciertos han quedado grabadas imágenes asombrosas, como las de Mauricé André tocando la trompeta con el fondo de las cataratas del Iguazú.
En los últimos años se han puesto de moda en Buenos Aires los conciertos gratuitos al aire libre, a los que asisten multitudes. El primero de ellos, en verdad, no fue un recital de rock, sino el concierto que organizó el Mozarteum en 1987 en la avenida 9 de Julio. En esa oportunidad, la New York Philarmonic, dirigida por Zubin Mehta, actuó ante un público de 120.000 personas. Al año siguiente se repitió una experiencia similar, esta vez, con Lorin Maazel y la Orquesta Nacional de Francia. Además, continuando la tradición de aprovechar ámbitos de distinto significado espiritual, se ofrecieron conciertos en la Basílica de Luján y en las catedrales de Buenos Aires, San Juan, Mendoza y Córdoba.
La actividad incesante del Mozarteum y su continuidad, según su presidenta, se deben a dos hechos fundamentales: “Tenemos una escala de valores muy firme y siempre, aun en las circunstancias más difíciles, como la actual, cumplimos con nuestros compromisos. Gracias a eso nos hemos ganado la confianza de los grandes solistas y de las grandes orquestas”.
Gente confiable
Hay una anécdota graciosa que revela el grado de previsión y el detalle con que se maneja la entidad. La presidenta y sus colaboradoras pensaron, desde los comienzos del Mozarteum, que, en alguna oportunidad, podían perderse las valijas de los artistas internacionales con sus fracs; entonces la señora de Erize empezó a pedirles a sus amigas que le pasaran los fracs o los smokings que sus maridos ya no usaban. Con el tiempo, llegó a contar con una cantidad numerosa de esas prendas y un día ocurrió lo inevitable: un conjunto internacional perdió su equipaje. Desesperados, sus integrantes pensaron que debían alquilar con urgencia la ropa que debían usar esa misma noche. Jeannette Arata los invitó a su casa, los llevó a un vestidor y les mostró, para que eligieran, una larga hilera de negros fracs impecables. Los había de todas las tallas. Los músicos quedaron asombrados. Ya habían perdido ropa en otros países, pero jamás habían dado con una institución de conciertos que hubiera previsto y resuelto de antemano esa clase de inconvenientes. ¿Cómo no confiar en alguien que se anticipa al destino?
Atelier en París
- En 1965, el Mozarteum compró un atelier en la Cité Internationale des Arts, en París. Fue uno de los hechos que demostraron el respeto ganado por el Mozarteum internacionalmente. Ese estudio albergó a los más altos representantes de la cultura nacional: Mujica Láinez, Piazzolla, Juan Carlos Paz, Soldi, Héctor Basaldúa, Raquel Forner y Guillermo Roux, entre otros.
Grandes visitas
1971: Orquesta del Concertgebouw, de Amsterdam, dirigida por Bernard Haitink.
1980: Orquesta Nacional de París, con Daniel Barenboim.
1982 y 1987: Orquesta Filarmónica de Nueva York, con Zubin Mehta.
1985: Orquesta Filarmónica de Viena, con Lorin Maazel.
1988: Orquesta de Filadelfia, dirigida por Riccardo Muti.
1991: Orquesta Sinfónica de Montreal, con Charles Dutoit.
1992: Orquesta Sinfónica de Boston, con Seiji Ozawa.
Compositores célebres: el Mozarteum argentino permitió que llegaran al país varios de los más destacados compositores del siglo XX, entre ellos, Igor Stravinksy (1960), Oliviern Messiaen (1963), Krzystof Penderecki (vino por primera vez en 1989) y el francés Pierre Boulez, que dirigió los dos conciertos que ofreció con el Ensemble Intercontemporain, en 1996.




