Anamaría Micheli: fue la voz del éxito “Cachito mío” y una “misión” le cambió la vida
A sus 93, no deja de tocar el piano, su primera amor; recuerda aquellos años de éxito, de finales de la década del cincuenta, cuando grabó la canción que la haría famosa; su labor en el Círculo Femenino y su cruzada por las mujeres
Anamaria Micheli tuvo dos nacimientos artísticos. El primero fue en su infancia cuando ya despuntaba sus dotes musicales, sentada al piano, en una casona de Concepción del Uruguay. La música era su deseo irrefrenable al que ni la familia se oponía. La adolescencia trascurrió con aplicados estudios en el Conservatorio Nacional y su juventud, junto a su hermana Mabel, recorriendo escenarios de la Argentina y el Uruguay, bien provista de un cancionero folklórico. El segundo nacimiento hay que datarlo en 1958, cuando el público la rebautizó “Cachito”, por su versión del tema “Cachito mío”, que la hizo famosa.
Sentada a un piano del cálido sótano de La Biblioteca Café -en la calle Marcelo T. de Alvear, a metros de la Avenida 9 de Julio- “Cachito” Micheli piensa en las músicas que tiene en dedos -es la definición que los músicos le dan a aquellas piezas que pueden tocar de memoria, con solvencia- y va desde una obra de Debussy a un clásico tanguero. A sus 93 años, nada la apura. Solo acelera el paso de los recuerdos, cuando alguien la lleva a ese momento que está grabado a fuego en su cabeza. Aquel año en que conoció la fama.
La precuela hay que situarla en el Uruguay. “El hermano de Antonio Prieto [Joaquín] fue fundamental en esta historia porque yo estaba cantando en Montevideo cuando me fue a escuchar el gerente de la [compañía discográfica] Sondor. Pero no le gustó nada porque el lugar sonaba mal. Pero gracias a Prieto me dieron para grabar ‘Tu me acostumbraste’ y ‘Te me olvidas’, que Antonio había traído de México”. Desde Montevideo llamaron a [Astor] Piazzolla y le pidieron que dirigiera la orquesta que acompañaría a Anamaría, en el registro que se hizo en los estudios Antar Telefunken, de esa ciudad. Lo curioso es que si bien hubo testigos memoriosos de aquel hecho, Astor no figura en los créditos de aquella sesión.
Cuando en Buenos Aires Waldo de los Ríos escuchó las canciones, inmediatamente llamó a Anamaría para que participara en la grabación de un compilado de canciones para un disco navideño y para hacer una versión argentina de “Cachito mío”, aquel éxito de Consuelo Velázquez que recorrió el mundo, incluso gracias a voces como la de Nat King Cole.
“Fue una bomba, explotó en todas partes. Fue un estruendo. La gente lo adoptó. ´Cachito mío´ suena en China actualmente. Así fue que seguí grabando para Columbia. Pero tuve un problema con mi marido, Mario Pugliese “Cariño”. El me cortaba las alas. Les decía a los representantes que yo no quería trabajar”.
El impulso que le dio “Cachito mío” le permitió tener participaciones en diversas películas, durante la década del sesenta. Entre 1961 y 1967 actuó en El rufián, El noveno mandamiento, Ahorro y préstamo para el amor y Villa Cariño. Pero para el comienzo de la siguiente década su trabajo se hizo cada vez más esporádico.
“Yo invitaba a artistas amigos, los lunes, a mi casa, en Arenales y Bulnes. Eran famosas mis peñas; las hacía para no desaparecer del mapa. Un día, mi representante, que siempre me pedía que cantara, me dijo que el dueño de una boite me quería contratar. Pero mi marido no quería. Entonces en una reunión en mi casa, con muchos periodistas, dije frente a todos que me querían contratar. Enseguida me preguntaron cuándo empezaba. Era un lugar chico, pero coqueto, muy lindo. Mi marido no tuvo más remedio que decir que sí. Tuve un éxito escandaloso. El día de mi cumpleaños pusieron una mesa en la calle, con la torta. Luego me contrataron para ir a Venezuela. Y la idea era seguir para Estados Unidos, pero al promediar el contrato me dijeron que no había más cupos para nosotros y tuvimos que volver. Ahí se terminó la gira. Pero había sido mi marido el que llamó para que volviera. También canté en un restaurante-boite de Diagonal Norte y Florida. Todos los grandes del tango tocaban ahí. Me propusieron que me asociara. Me convencieron y lo hice. Luego nos fundimos todos.
-¿Cómo llega a ser presidenta del Círculo Femenino?
-Estaba perdiendo todo en esa época: el departamento, el automóvil. Me buscaron un día para participar en un programa de televisión para contestar sobre Historia Argentina. Y ahí me vio una persona que fue a buscarme al canal para pedirme que colabore con el Círculo Femenino.
-¿En qué consistía?
-Era una entidad educacional y cultural. Se hacían cursos para la mujer. Algunos breves, de tres meses; otros de dos años. Había de relaciones públicas, psicología y también los prácticos, como costura, tejido y cocina. Pero era bastante intelectual. Se hacían mesas redondas, debates sobre temas que a las mujeres le interesaban. Había shows de modas en los teatros, con luces y escenografías. Le hemos dado premios a las mujeres importantes del país. Eso fue durante tres años. También formé parte de asociaciones de mujeres empresarias, del Club de Mujeres de Prensa, y fui socia fundadora de la Asociación de Modelos. Donde había una posibilidad de reunir a las mujeres, ahí estaba yo.
-¿Cuál era la principal motivación?
-La formación de la mujer. Sobre todo que tuviera herramientas sin necesidad de estar supeditada a casarse con un señor que la ayude.
-¿Eso está relacionado con la experiencia personal?
-Tal vez tenga que ver. Pero independientemente de eso, yo nunca me consideré vencida. De haber sido así lo habría considerado como una revancha. Pero no lo veo así. Yo quería formar gente para que se supiera defender.
-¿Y la carrera artística quedó en segundo plano?
-Las dos cosas juntas no se podían hacer.
-¿Cómo ve este tiempo de empoderamiento?
-Lo veía venir. Yo quería apoyar el desarrollo intelectual de la mujer. Pero también he salvado matrimonios. Cuando alguna mujer me decía que creía que su marido estaba con otra, yo le preguntaba qué hacía al respecto. Le recomendaba los cursos y le decía: “Cuando tu marido vea que te arreglás y salís, lo va a pensar dos veces”. Yo sentí que tenía una misión. Chiquita, pero una misión. Y la cumplí.
-¿Y pudo conciliar, después de eso, lo artístico con esa misión?
-Mas o menos. Aquel furor ya no pasaba. De todas maneras, me consideran. De vez en cuando me llaman.
-¿Cómo fue el comienzo, el primer nacimiento artístico?
-Nací en Buenos Aires. Con mi familia, por el trabajo de mi papá, fuimos a Concepción del Uruguay. Allá mi papá me compró un piano y comencé a estudiar, a los 6 años. El piano estaba en la sala con ventanal a la calle. Por eso los vecinos se paraban a escuchar cuando yo tocaba el piano y cantaba los valsecitos de la época. El primer reportaje me lo hicieron para el Telégrafo, de Concepción, cuando tenía 11 años. En ese momento nos volvimos a Buenos Aires.
-¿Y qué pasó después?
-Comenzó mi lucha para estudiar en el Conservatorio Nacional. Toda la técnica musical era espantosa. Tuve que empezar de cero. No pude dar el ingreso pero me anoté como oyente. Y estudié tanto que en diciembre, con mi vestidito de crepe georgette, entré para dar mi examen de ingreso. Sabía todas las obras de memoria.
-¿Quería ser pianista clásica?
-En ese momento sí, pero también cantábamos música popular con mi hermana Mabel, como Hauna Takill, que significa jóvenes cantores, en quechua. Teníamos arreglos modernísimos de José Carli. Y fuimos a Montevideo. Hicimos una temporada, primero como el dúo Las Morenitas. Siempre muy bien vestidas, además, mi hermano Jorge Micheli era modisto. Hizo el vestuario de películas. Allá cantábamos en confiterías y boites, durante unos tres meses. Lo gracioso es que en la boite había coperas y el dueño quería que hiciéramos copas. Pero, ¡cómo íbamos a hacer copas! Nuestro metier era la música.
-¿Y la familia, en Buenos Aires, que opinaba de que se fueran a cantar lejos?
-Ningún problema. Además, mi padre viajaba bastante. Era representante de la [tabacalera] Nobleza Piccardo.
-O sea que así volvemos al principio de esta charla.
-Exacto. Fue en ese momento que me escucharon en Montevideo. Grabé las dos canciones, vine a Buenos Aires y Waldo, cuando me escuchó, me dijo: “Qué bien que estás cantando”. Con Waldo éramos amigos. Su madre Martha de los Ríos hacía folklore y estábamos en los mismos escenarios. Y estuve con Waldo el año que fui al festival de cine de San Sebastián. Fue el mismo año que se mató. Waldo ya era famoso. Ya había hecho sus polémicas versiones de temas clásicos con estilo pop. Se rió del mundo. Le divertía hacer eso. A mí también me divertía lo que hacía, aunque la gente protestaba.
-¿Qué cosas quedaron pendientes?
-Creo que hice todo lo que pude. Que todo lo que estuvo en mis manos lo hice. No le echo la culpa a nadie. También creo que hay un camino señalado. Además, hubo un vuelco en mi vida. Mi papá era ateo y nos hizo ateos a todos. Pero yo me metí en la renovación carismática.
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