Cómo es Folklore, el disco con el que Taylor Swift puede arrasar en los charts
Segura de su poder de fuego, Taylor Swift sorprendió a todos con el lanzamiento de Folklore, un disco que anunció apenas 17 horas antes de que apareciera disponible en plataformas de streaming. La reacción de sus fans, obviamente, fue inmediata y ratificó que la estrategia no era para nada descabellada: cuando arrancó esta semana, el videoclip del primer corte, "Cardigan", ya estaba cerca de las 30 millones de reproducciones en YouTube.
Resultado de tres meses de trabajo intenso en las circunstancias de aislamiento que provocó la pandemia del coronavirus, el disco tiene varios colaboradores –Aaron Dessner (The National), Jack Antonoff, William Bowery y Bon Iver, invitado a cantar en "Exile", una de las mejores canciones– y refleja sus "caprichos, sueños, miedos y reflexiones", según la propia Swift ha declarado hace unos días. Y es, además de un producto atípico si se toman en cuenta sus antecedentes, el trabajo más sólido e inspirado de su carrera.
Una explicación posible: a los 30 años y transformada hace rato en una gran estrella global del pop (por lo menos desde 2012, cuando sacudió al mercado con Red, el álbum que incluía hits como "We Are Never Ever Getting Back Together" o "I Knew You Were Trouble"), Swift parece haber advertido que discutir en público con Kanye West mientras asume como mandatos ineludibles las exigencias usuales de las grandes discográficas es una actitud que ya no le aporta tanto a su desarrollo como artista. Y que enfocarse más de lleno en sus canciones –y sobre todo en cómo crearles un entorno diferente al de siempre– puede ser mucho más productivo.
Las referencias a los dolores de cabeza que le ha provocado la fama han desaparecido casi por completo (con excepción de "Mad woman", donde tiene un pequeño brote de ira que recuerda a los muchos que canalizó en canciones del pasado), y ese ahorro de energía malgastada redundó en un disco que prueba con claridad que un golpe de timón dado en el momento oportuno puede propiciar (muy buenas) reacciones inesperadas: ésta Taylor Swift renovada –que se parece más a Florence Welch o a Lana Del Rey que a la artista que desembarcó en las playas de la industria con un sonido country convencional que gradualmente se volvería aun más rutinario para encuadrar cada vez mejor en los cánones de la industria– acaba de lograr que los sectores de la prensa más reticentes a tomarla en consideración la celebren calurosamente (el promedio de calificaciones en Metacritic es 8.9).
El ambiente intimista -apoyado en una instrumentación delicada, mayormente acústica y con ligeros matices electrónicos- domina folklore y reluce especialmente cuando arropa a la cantautora que cuenta tan bien esas historias de heroínas decididas e incomprendidas que pueblan su obra. Como la de Rebekah Harkness, protagonista de la épica "The last great american dynasty", una filántropa y mecenas que fue propietaria de la mansión de Rhode Island donde ahora vive esta Taylor Swift resuelta a cambiar de piel y evocar fantasmas.
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