
Falleció ayer el violinista Isaac Stern
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Desde que tomó el violín por primera vez, Isaac Stern gozó de una cualidad que quizá muchos de sus contemporáneos buscaron por años y nunca encontraron: la inspiración. Una vez, cuando le preguntaron cómo lograba hacer de cada interpretación una nueva creación, Stern simplemente reconoció: "Me faltan las bases y la disciplina física para un violinista, pero quizás eso mismo me permitió obtener una penetración musical especial, que es mi fuerte y al mismo tiempo mi goce".
Isaac Stern, considerado uno de los más grandes violinistas y personalidades del siglo XX, falleció en la madrugada de ayer, a los 81 años, en Nueva York. A principios de este año había empeorado de su dolencia cardíaca.
Nació el 21 de julio de 1920, en Kreminiecks, en el corazón de Ucrania, pero poco después sus padres, Salomón y Clara, decidieron emigrar a los Estados Unidos escapando del comunismo y buscando otras oportunidades para su pequeño hijo, que apenas había cumplido 10 meses. Se establecieron en San Francisco, pero a pesar de crecer en otro país y con otra cultura Stern reforzó sus raíces judías.
Con el tiempo generaría un compromiso social muy fuerte con el pueblo judío y con otros países sumidos en la intolerancia y la pobreza. Su madre, Clara, lo inició en los primeros intentos musicales. Primero le enseñó piano y después, violín. El pequeño Stern aprendió rápidamente y no tardó en convertirse en un chico prodigio. Con 11 años era invitado a participar de conciertos con la Orquesta Sinfónica de San Francisco y la Filarmónica de Los Angeles.
Tras sus estudios con Louis Persinger, maestro de Yehudi Menuhin, el desarrollo de Stern fue notorio. Era diferente, no sólo en su forma de tocar el instrumento sino por la utilización de un violín Guarnerius, a diferencia de otros solistas que preferían un Stradivarius. Con él lograba un sonido más sensual y espiritual, más cercano a la expresividad de su fuerte tradición musical judía. Aunque en su biografía "Mis primeros 79 años" reconocía que nunca estaría a la altura de maestros como Heifetz, Oistrakh o Milstein.
Pero uno de los episodios que marcarían su irrupción importante en la escena mundial sería su primer concierto en el Carnegie Hall, en 1943. Eso no pasaría inadvertido para el músico cuando, en la década del sesenta, se buscaba derrumbar el viejo edificio para modernizar la fachada de la ciudad. Stern encabezó una campaña para salvar el templo musical por excelencia de Nueva York. En 1964 logró que se lo declarara monumento histórico. Su trabajo no terminaría allí: durante 30 años se transformaría en presidente del famoso auditorio.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Isaac Stern, que era considerado uno de los mejores violinistas tras la fama adquirida como solista de la Filarmónica de Nueva York, tocó para entretener a las tropas norteamericanas. "Estoy seguro de que fueron los mismos descendientes de Brahms, Bach y Beethoven que cuando ingresaron los alemanes a la Unión Soviética mataron a toda la familia Stern, incluso hasta el último primo lejano", explicó en una oportunidad.
El músico judío se había prometido que nunca tocaría en Alemania. Prácticamente cumpliría con su palabra hasta el final de su vida. Pero no tuvo problema en integrar a su repertorio a los grandes compositores alemanes y a los contemporáneos. En sus conciertos interpretaba tanto a Haydn y Bach como a Hindemith, Penderecki o Leonard Bernstein, a quien admiraba profundamente. Stern tenía una frase de cabecera: "La música es más importante que los músicos".
Con su enseñanza, por el mundo
Por la música, el violinista fue uno de los primeros en tocar en Rusia, en plena Guerra Fría con los Estados Unidos; en intentar un conservatorio de música para los palestinos, o en criticar la política cultural del país donde se había desarrollado: "Con la mitad del costo de un sistema de misiles podríamos promover las artes de los Estados Unidos por 20 o 30 años", acusó. En su recorrida por ciudades de todo el mundo, Stern llevó adelante su doctrina formando músicos: Itzhak Perlman, Pinchas Zuckerman, Yo-Yo Ma y Shlomo Mintz. Con esa misma inquietud llegó a la China anterior a la Revolución Cultural, donde permaneció un mes con toda la familia y participó del documental "De Mao a Mozart", que en 1981 consiguió un Oscar de la Academia.
En la Argentina actuó en varias oportunidades. La primera fue en el Teatro Colón, en 1949, en plena época de esplendor, y la última en 1994, cuando estaba en el final de su carrera por un problema de artritris en su prodigioso brazo derecho. Hasta 1999, el único país que Stern seguía excluyendo de sus giras magistrales era Alemania. Su pasión por la pedagogía fue lo único que le hizo romper en parte su promesa, cuando realizó una clínica en un conservatorio de Colonia para jóvenes músicos.
"El violinista completo tiene sonido, técnica, maestría musical y, por encima de todo, habilidad de proyectar, dar a cada uno de los oyentes la sensación de que está tocando solamente para él. Estas son las grandes cualidades que conforman a un gran músico. Stern las posee todas", consideraba una célebre crítica deThe New York Times. A esto habría que sumarle inspiración y humanismo. Ejemplo que intentan seguir sus tres hijos (dos son directores de orquesta) y todos aquellos músicos que alguna vez lo escucharon tocar su violín.



