Jorge Drexler, la vida y las canciones hechas de retazos
Dos días en la vida del músico uruguayo ganador de un Oscar, en tierras mexicanas, donde dio forma a las canciones de su nuevo disco, Salvavidas de hielo
1° día
CIUDAD DE MÉXICO.- La cita es a las dos en el hotel Camino Real, en el barrio de Polanco, al norte del infinito Parque de Chapultepec. Muy cerca se concentran los principales museos y se encuentra la avenida más lujosa, Masaryk, que las mujeres caminan sobre tacos eternos y donde el valet parking es obligatorio.
La camioneta sale hacia el estudio donde Jorge Drexler (Montevideo, 1964) graba su nuevo álbum, Salvadidas de hielo (Warner Music), nombre que dio a conocer finalmente vía Facebook Live, y que semanas antes, al mostrar su work in progress, no quiso revelar.
El sol calcinante vuelve a engañar. En un rato la ciudad será un gran charco. La camioneta avanza rápido hacia el Eje Central Lázaro Cárdenas, pero el tráfico estrangulado de la ciudad la estanca. Se filtran la música y el escape de los autos. Las postales se llenan de paredes con aerosol. Llega olor a tortilla y frijol refrito de los puestos en las veredas. Pasaron cuarenta y cinco minutos. El cielo se hace plomizo con las primeras gotas. Al llegar a los Estudios Noviembre, en la colonia Industrial Vallejo, el agua brota de las alcantarillas. La camioneta se mete en un terreno de cemento que luce abandonado, solo en apariencia. Con las gotas de agua aun suspendidas en el pelo, se acata la primera regla: dejar el celular. Queda guardado en una bolsa con cierre, como las del avión o el lunch de la escuela. Después ofrecen café y galletas.
Pasan veinte minutos. Hasta que la escalera caracol retumba desde arriba: "Hola, soy Jorge, gracias por venir".
Retazos de sonido
Lleva un par de días internado en ese estudio, elegido por músicos de jazz, y donde alguna vez, dice el staff, grabó la cubana Olga Guillot.
Con el semblante cansado y de buen ánimo, Drexler repite gracias a la prensa, al sello discográfico, a los ingenieros de sonido.
"Pasen a la sancta sanctorum", dice, al referirse a la sala de grabación. Allí pide que le reproduzcan fragmentos, a veces dos o tres tomas distintas de un mismo segmento. Le pide a su percusionista en guitarras, Pablo Martín, que "explique" sobre una dobro americana cómo esa caja puede resumir todas las percusiones posibles.
"La única fuente de sonido de este disco es la guitarra y la voz. Todas las percusiones son hechas con una guitarra", repite, los ojos cerrados, el pie marcando el compás, cuando esa caja acostada suelta la primera emisión. La guitarra no en su modo tradicional y obvio solamente, sino de todas las maneras posibles para generar sonido. "Quería sonidos del arte trovadoresco, percutidos, cortados". Luego se queda en silencio, mira atrás y regresa a las máquinas.
De nuevo frente a la consola: "Esto no es un concierto. Y no es una muestra del disco", avisa. Quiere mostrar cómo se le van agregando capas a las tomas, "desde lo más desnudo a lo más bizarro". Necesita que conste que las guitarras no son shakers. ¿Y si la gente cree que sí? "No pasa nada", responde a LA NACION, con una mueca resignada. "Lo que pasa es que podemos pasar ocho horas con dos acordes y es fácil perder la perspectiva", agrega.
Como su disco anterior, Bailar en la cueva (2014), también éste se nutre de artistas del país elegido para grabar. Aquí están Mon Laferte, Julieta Venegas, quien le puso voz a "Abracadabras" ("un bolero que fracasó de éxito", dirá Drexler), Natalia Lafourcade, que lo acompaña en "Salvavidas de hielo", y Joel Cruz Castellanos, de Los Cojolites, en las guitarras leonas y jaranas.Pasa "Telefonía", el tema que a principios de este mes presentó en Facebook Live: Te quiero, te querré, te quise siempre/Te quiero desde antes de saber que te quería. La canción se escurre y avisan que llegaron los fans. A través de la radio se ganaron la presencia en la grabación. Ignoran que también participarán del disco. Drexler regresa a la sala donde están las dobro americana, leonas y jaranas, Alex Ferreira, David Aguilar y el dúo Ampersan en coros. Drexler ubica a los fans, les marca el ritmo. Comienzan las palmas. El primer intento sale desacompasado, algunas van adelantadas. Drexler frena. "Va de nuevo, dale." Todo el estudio está ahí por él y lo sabe. No tiene apuro. Va a frenar las veces que sea necesario.
Los fans atrapan el ritmo. Y su incredulidad a ellos. No tienen apuro. Ahora la función es solo de ellos. Por hoy solo queda reclamar el celular. Afuera, la ciudad es una olla de agua.
2° día
La camioneta vuelve al norte de la ciudad. Son las nueve de la mañana y el trayecto del día anterior lleva la mitad del tiempo. Drexler está desde mucho antes en el estudio. Hay quince minutos para charlar. Los hace valer. Se concentra con toda su gestualidad. Pide que el flash se retire. "Prefiero no hacerlas durante las entrevistas", le dice a la productora. "Me distraigo mucho. Entro a hablar para los que están escuchando afuera y hablo para todos", explica a LA NACION.
Retazos de biografía
El día anterior desnudó su esfuerzo por habitar el mundo de la música, que el mandato familiar no tenía previsto para él. Fue como ver al doctor Drexler quitarse el ambo para siempre para adentrarse en arpegios, poesía, armonías y libros. Ahora, por qué el agua persiste en sus letras, ese viaje transoceánico al que llevan sus canciones. Esa migración que fue objeto de su charla TED en Vancouver, meses atrás, un spin off sobre el "movimiento" ("somos una especie en viaje, no tenemos pertenencias sino equipaje"). Alguna vez parafraseó a Jaime Roos: "el que se fue no es tan vivo y el que se fue no es tan gil".
"Es una frase muy compasiva con la inmigración porque evita juzgar. La nostalgia me pegó muy fuerte como a los cuatro o cinco años de irme de Montevideo, en el 95. Cuando mi hijo nació en España me di cuenta de que era una opción de vida. Estoy teniendo hijos en una ciudad diferente a Montevideo. Voy a quedar atado de por vida a esa ciudad. Me encanta Madrid. Pero sí, ganás y perdés", dice.
Ganancia y pérdida parecen intangibles para el artista que alcanzó el Oscar por su tema para el filme Diarios de motocicleta, y exceden las revanchas visibles.
"Montevideo es una ciudad maravillosa, muy diferente a la calidad de vida de Madrid, maravillosa, pero opuesta y complementaria. Madrid tiene muchas horas de sol y una alegría muy espontánea y algo irresponsable, que es muy buena para la melancolía reflexiva que tenemos los del Río de la Plata. Las revanchas mediáticas son las que se ven más pero no son las más importantes.
"Fui aprendiendo a sentirme en casa en muchos lugares y también a no sentirme en casa en ningún lado. Al final careces de continuidad biográfica. Tu vida está hecha de retazos. Mi hijo se fue a estudiar a Inglaterra. Soy padre, hijo, nieto, bisnieto de inmigrantes: mi padre nació en Berlín, yo en Uruguay, mi hijo en España, mi abuelo en Polonia y su padre en Ucrania".
El día anterior, Drexler se mostró como en sus letras, en su nostalgia cansina y luminosa, que sin embargo evita el desamparo en quien escucha.
"No puedo escribir sin un punto de fuga. No sé escribir desesperanzado. La canción «Salvavidas de hielo» trata sobre una relación muy breve. Cuando la cantó Natalia Lafourcade me di cuenta que producía más melancolía de la que yo pensaba. Ella se afectó mucho. Me negué a decirlo, pero al final es verdad: vengo con eso desde la medicina, veo el potencial catártico de las cosas y me negué que había llevado a la música esa relación con el dolor. Con el propio y el de los otros, que es el mismo", dice. Su mano derecha de guitarrista busca lo corpóreo en el aire.
"Tanto en la música como en la medicina las relaciones que se establecen, en el mejor de los casos, son de escucha. No es una relación solo de emisión. Las canciones las escribo para mí, pero también para lo que vuelve hacia mí una vez que pega en el otro".
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