
Los secretos del charango, develados
Según el método de Rolando Goldman
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Rolando Goldman no es un nombre muy folklórico. Tampoco se trata de un investigador del Conicet ni de un tendero del Once. Rolando es músico y su afición por el mundo de los sonidos se afianzó desde su adolescencia.
"En casa se escuchaba mucho folklore -recuerda-. Mi padre organizaba reuniones familiares donde siempre había música popular. Entre nuestras amistades se contaba don Arnoldo Pintos. Fue él el que me sugirió estudiar en el Instituto Vocacional de Arte Infantil de la municipalidad, donde enseñaban teatro Ariel Bufano, danza folklórica Alberto Barrientos, y el propio maestro Pintos, instrumentos autóctonos. A los 12 empecé con él. Recuerdo que en una sala había muchas guitarras y un solo charango. Yo, sin dudar, elegí el charango. Pintos, sabiendo mi elección, me dijo que antes estudiara guitarra, como todo el mundo. Y que si quería el charango, me aclaró: "Te instalás en el patio y te arreglás solo". Pero Pintos venía y me guiaba en los primeros pasos. Pintos es quenista, pero sabía tocar muy bien la guitarra, el bombo y el charango. Hace años que está abocado a la docencia."
En la familia de Goldman se bifurcaron los roles. "Mi hermano mayor, había elegido el piano, y mis padres le hicieron estudiar música clásica. Yo para apartarme de ese camino y diferenciarme de él opté por el charango. Me interesaba descubrir esa disposición caprichosa de las cuerdas y la sonoridad. Después que Arnoldo se dio tiempo para enseñarme yo busqué materiales. Compré discos, escuchaba a Jaime Torres y me iniciaba en la música andina, que era lo único que se escuchaba en charango. Con el tiempo, al romperse las barreras y los prejuicios, las nuevas generaciones fueron ampliando el repertorio. Hoy recorre varios ámbitos; se lo usa en el tango, en el rock y en los conciertos."
-Al interesarte en esos espacios te interesó la sistematización de la técnica del instrumento.
-Claro. Pero sin perder de vista lo empírico, lo que se transmite oralmente. Para intentarlo viajé a Bolivia y conocí a los charanguistas Ernesto Cavour y William Ernesto Centella. Ellos me permitieron profundizar en los secretos. Y me invitaron al Encuentro Internacional del Charango. El primero fue en La Paz, en 1997. Allí fuimos con Daniel Navarro. Y en el 99 concurrimos unos cuarenta, entre intérpretes, estudiantes y luthiers de todo el país, y músicos de allá, de Chile, Perú, Italia, Francia, Alemania, Japón y los Estados Unidos. En Bolivia me incluyeron como miembro de la Sociedad Boliviana del Charango en la categoría de concertista.
-¿Se cultiva un mismo estilo?
-Prácticamente todos imitan a los bolivianos. Los únicos que nos diferenciamos, que arrancamos un sonido que es parte de nuestra identidad, somos los chilenos y los argentinos, que enriquecemos las posibilidades del instrumento. Incluso algún excelente charanguista boliviano -que hay muchísimos- sentía cierta envidia porque somos nosotros los que escribimos conciertos para charango sin que a ellos se les ocurriera hacerlo. Y nosotros fuimos los únicos en incorporar a un conservatorio oficial una cátedra de charango (si bien hay escuelas privadas que la tienen).
-A propósito, contame lo del Conservatorio Manuel de Falla.
-En el 2000 se hicieron las gestiones para aprobar la carrera. Espero que este año se resuelva incorporarla. Mientras tanto funciona en el Falla un taller o curso extracurricular de instrumentos autóctonos. Yo dicto la materia charango y coordino esos talleres.
La carrera profesional de Rolando Goldman -si bien desdeña tal catalogación- se inició a los 18 años en el teatro Avenida, junto con su amigo de la adolescencia, el multiaerofonista Marcelo Moguilevsky. Con él estuvo viajando durante seis meses por Europa en 1979. Al año siguiente se integró al quinteto de música latinoamericana Viracocha, que dio conciertos hasta 1985.
-Esa fue una época linda. Con charango, guitarra, aerófonos, percusión y canto cultivamos música nuestra, de Bolivia, Chile, Perú, Venezuela y México. Eran los últimos años de la dictadura, y el vuelco de los músicos a nuestras raíces fue como una primavera musical. Creo que ahora estamos volviendo, pese a que muchos jóvenes no encuentran referentes. No todo pasa por Buenos Aires. En el país el folklore vive intensamente y en forma permanente en el pueblo. El año pasado se reunieron más de cien músicos jóvenes en el Encuentro de Instrumentos Autóctonos, desde las 9 hasta las 23, con charlas, debates, talleres y recitales. Creo que la revalorización arranca en estos últimos años. Sólo con el bombo de las marchas se está tomando conciencia de lo propio. De nuestra cultura. Del pueblo, no de lo que se llama distantemente "la gente"; del pueblo del asado y la mateada, de lo subterráneo. No hablo de escenarios. A mí me convocan con el charango a esos actos en rutas y plazas. Yo siento un compromiso muy fuerte a partir de la música y de las reivindicaciones sociales.
-¿Tenés un grupo estable?
-Trabajo a veces como solista en algunos conciertos para charango y orquesta; otras en dúo con el guitarrista y compositor Raúl Malosetti, que viene del jazz, y con quien grabamos en 2000 el CD instrumental "Vamos de vuelta", y también en trío con el guitarrista Carlos Alvarez y el percusionista Carlos Rivero. Con Alvarez grabamos en 1999 el disco "Diablo suelto", con invitados como Juan Falú y Nuria Martínez.
-El "Método de Charango" que acabás de publicar, ¿por qué y cuándo decidiste escribirlo?
-Fue a partir de una charla con Juan Falú (guitarrista y compositor). Hablamos de la falta de sistematización en la enseñanza del charango. Me entusiasmé. Hice un proyecto y lo presenté en 1998 ante el Fondo Nacional de las Artes. Gané la beca y empecé a escribir el libro, sabiendo que no hay otro en la Argentina. Allí aporté mi experiencia como docente en la carrera del Falla. El libro contiene la Historia del Instrumento y las conclusiones de los congresos bolivianos; explico las características del instrumento, incluyo lo técnico y aporto nociones del lenguaje musical. Hay un capítulo dedicado a la armonía (siempre hablo de "cuerdas pisadas") y ejercicios de lectura, además de partes que hablan del rasgueo y los diferentes ritmos. Finalmente, transcribo algunas obras sencillas y otras un poco complejas. Para facilitar el estudio incorporamos un disco compacto en el que grabamos ejercicios y repertorios. El libro con el disco se consigue hoy en algunas casas de música.
El charango necesitaba de esta obra para consolidar los conocimientos de la nueva generación de charanguistas deseosos de aprender. Goldman admira a los maestros y su bagaje como docente avala su trabajo.
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