En una extensa charla el músico que este año cumplió 70 pasa revista a toda su vida y carrera, pone luz sobre la separación de Sui Géneris, habla por primera vez de su polémico romance y cuenta cómo fue su recuperación del alcoholismo
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Está exultante. A los 70 años Nito Mestre acaba de ofrecer un recital maratónico en el Teatro Opera (acompañado por su banda habitual, pero también por una orquesta sinfónica de 40 músicos, la de Neuquén), con el que festejó sus 50 años de carrera y el medio siglo del lanzamiento de Vida, el primer álbum de Sui Géneris, con el que se inició profesionalmente en el mundo de la música. Ahora, y con la tranquilidad del deber cumplido (ya que abarrotó la enorme sala de la avenida Corrientes y el público se marchó tan feliz como conmovido), se muestra más dispuesto a conversar que nunca, y a pasar revista a toda su vida y obra, aún sobre los puntos más oscuros o dramáticos, en el que el alcoholismo, sin dudas, ocupa un espacio importante.
A lo largo de dos horas, y de la manera más honesta y gráfica posible, al punto de la confesión, el exestudiante de Medicina hablará por primera vez sin límites de todo y de todos: de Charly García y la disolución de Sui Géneris, de PorSuiGieco y Los Desconocidos de Siempre, de su relación sentimental con María Rosa Yorio, de su condición heredada de sonámbulo, de su pasión por los autos y de sus nuevas actividades laborales: las de conductor de TV y productor de aceite de oliva.
–¿Qué recuerdos tenés de la grabación de Vida?
–Recuerdo el día en que Jorge Álvarez nos recibió con Billy Bond en las oficinas de Microfón, les cantamos cuatro canciones y nos dijeron: “ok, van a grabar”. Al salir Charly y yo nos miramos y dijimos: “Otros chantas más que nos dicen que nos van a contratar y nos van a cagar”. Pero nos contrataron nomás. Es que hacía tres años que nos venían echando de todos lados. Después recuerdo el primer tema que grabamos, que fue “Amigo vuelve a casa pronto” (y no “Canción para mi muerte”, como dicen por ahí). Ese día me quedó grabado para siempre algo que me dijo el técnico de grabación: “Vos tenés una voz microfónica, el micrófono a vos te quiere, y tu voz es reconocible, única”. Charly ya se había dado cuenta de que yo tenía una voz distinta. Y es el día de hoy en que me subo a un taxi y digo “voy para tal lugar”, y el taxista, aún sin mirarme, me dice: “Ah, qué hacés, Nito”.
También recuerdo cuando me tocó grabar “Canción para mi muerte” tipo ocho de la mañana –porque nos hacían grabar siempre en horarios inauditos, en los espacios que quedaban libres entre las sesiones de grabación de Billy Bond y La Pesada del Rock And Roll– y de golpe se me escapó un gallo infernal. Ahí vi que detrás de la cabina estaban todos los de La Pesada cagándose de risa. Me dije: si no la emboco de primera en la segunda toma voy a ser para siempre el hazme reír de todos y nunca voy a poder ingresar al mundo del rock. Por suerte esa vez no la erré y el papelón no quedó plasmado en el disco. Y aún sigo en el rock.
–De la misma manera que se sigue hablando de la disolución de Los Beatles, también se continúa especulando con los motivos de la separación de Sui Géneris. ¿Cuál es la verdad?
–No hay una sola verdad, cada uno tiene la suya. La mía es que en 1974, cuando ingresaron Rinaldo (Rafanelli) y Juan (Rodríguez) a Sui Géneris algo cambió. Todo pasó a ser más profesional, sí, pero la energía era otra. Para mí ahí Sui Géneris dejó de ser Sui Géneris. Si bien la inclusión de ellos generó un crecimiento musical, yo me empecé a aburrir en los recitales porque los solos contiguos de bajo y de batería eran interminables. Un ejemplo de esto es el tema “Un hada, un cisne” que ocupa todo un lado de uno de los discos de Adiós Sui Géneris. En esos momentos yo salía del escenario y me iba a tomar un té, me parecía todo un embole. Llegó una instancia en la que sentí que no tenía mucho más que hacer ahí y empecé a quitarle energía al trabajo. También incidió el hecho de que yo quería salir con el grupo al exterior, y Charly no. Y también que la grabadora no apoyó tanto el último álbum, Instituciones, porque le pareció un producto complicado. Después se arrepintieron, pero ya era tarde. Algo que no se supo es que hacia el final casi se suma a Sui David Lebón, pero él era muy fluctuante, hacía lo que le marcaba un gurú, que lo tenía de aquí para allá, y nosotros no estábamos para agregarle a la banda un elemento fluctuante más.
–¿Qué fue de las pistas de Ha sido, el álbum inconcluso de Sui Géneris?
–Esos temas iban a formar parte de nuestro cuarto disco de estudio. Algunos de ellos los llegamos a tocar en el Adiós Sui Géneris. Esas grabaciones nunca las recuperamos. Las hicimos en el estudio de Odeón, ubicado en Belgrano, de 16 canales. El primer tema que grabamos fue “Alto en la torre”, luego algo de “Nena” (que más tarde, en tiempos de Seru Girán, se convirtió en “Eiti Leda”) y “Bubulina” (que finalmente integró el primer álbum de La Máquina de Hacer pájaros). También grabamos “Ha sido” y “El fabricante”, luego rebautizado “Fabricante de mentiras”. Esos demos los empezamos a grabar en septiembre del 75, pero cuando en un accidente se rompieron los teclados no avanzamos más. Luego todo se perdió. Como en ese entonces las cintas eran muy caras, supongo que las borraron y las utilizaron para grabar otros materiales encima. Nadie tiene la confirmación de que esto realmente pasó, pero es lo más probable.
–En tu recital hablaste de la verdadera génesis de PorSuiGieco, que nada tuvo de romántica ni, en principio, de artística.
–Sí, a instancias del hermano de un amigo, que era abogado, nos empezamos a reunir con Charly, León (Gieco) y Raúl (Porchetto) para armar una editorial de música, con vistas a editar todos nuestros trabajos y dejar de ceder casi el 30 % de nuestros ingresos a una editorial privada. Pero todo ese asunto del papelerío era, además de muy complicado, un gran embole. Entonces terminábamos cada reunión tocando la guitarra y cantando. Llegó un punto que nos dijimos: ¿Y si hacemos algo más divertido que una editorial y salimos todos juntos de gira? Así nació PorSuiGieco. De casualidad y por aburrimiento.
–A propósito, en el escenario del Teatro Opera te acompañaron en un par de temas León Gieco y Raúl Porchetto, casi la mitad de la legendaria formación, pero no fueron de la partida Charly García y María Rosa Yorio. ¿Cómo es hoy tu relación con cada uno de ellos?
–Con María Rosa no mantengo vínculo. A veces me envía algún mensaje, pero no la veo hace como mil años. Con Charly sí mantengo una relación, fuimos y somos amigos desde siempre. Y eso nunca cambiará. De hecho asistí a su último cumpleaños, en octubre.
–¿Charly te pasó alguna vez una factura por haber estado en pareja con María Rosa, su exmujer y madre de su hijo Migue?
–No, porque cuando eso sucedió él ya estaba con otra mujer, con Zoca. Nunca hablamos del tema, es como un pacto de caballeros. Solo una vez dijo algo que me llamó la atención: “Si María Rosa se tiene que ir con otro, que se vaya con Nito o con Spinetta”. Bueno, se fue conmigo. Yo creo que pasó lo que pasó y punto. María Rosa lo explicó mejor en su libro (Asesínenme. Rock y feminismo en los años 70, de Editorial Planeta ). Ella aseguró: “Me mandé un error, eran otras épocas”. Para mí no sé si fue exactamente un error, sino algo que pasó, una cosa humana, inevitable. Y después no hubo vuelta atrás, qué íbamos a hacer.
–¿Leíste el libro completo? ¿Qué te pareció? En él revela intimidades de la relación entre ustedes y te define como “un sonámbulo bravo”.
–Leí partes. Y cuando leí aquello de “sonámbulo bravo” me dije: debe estar jodiendo. La última vez que me contactó me pidió disculpas, me dijo que se le había ido la mano, que se sintió presionada por la editorial y exageró todo. Yo le respondí que no se preocupara, que eso había pasado como doce mil años atrás y que todo me resbalaba. Pero, te aclaro, la descripción que hace de mí es completamente ficticia. Soy sonámbulo, pero no un sonámbulo violento.
–¿Siempre fuiste sonámbulo?
–Sí, de pequeño. Lo heredé de mi padre, pero ahora hace mucho que no me levanto en medio de la noche y me pongo a caminar con los ojos abiertos. Con los años el sonambulismo va aflojando y solo tenés episodios de vez en cuando. El sonámbulo no es agresivo, lo que sí te puede pasar es que si alguien te despierta en un lugar donde no estuviste durmiendo, te desubicás y la cabeza parece que te va a estallar. Pero a María Rosa nunca le rompí nada, eso es un invento marciano de ella. A lo sumo habrá pasado que un día me despertó en la cocina, diciéndome: “Nito, ¿qué hacés acá?”, y yo, asustado, habré gritado un poco. Pero nada más.
–¿De joven vivías tu sonambulismo como un estigma?
–No, para nada. Siempre me cagué de risa y todos los que me conocían también. En la casa de Charly, cuando me quedaba a dormir, en la época de la secundaria, me ataba el pie a la cama porque, si de golpe me venía eso de levantarme en medio de la noche, del zamarreo me iba a terminar despertando. La idea era no asustar a la familia, imagínate el cagazo que se podían llevar los padres si me encontraban por ahí, durmiendo con los ojos abiertos. ¡Hasta me podían llegar a confundir con un ladrón!
–¿Es verdad que después de Sui Géneris y PorSuiGieco pensaste en abandonar la música por la fotografía?
–Me gustaba la fotografía y hasta había publicado algunas fotos en la revista PELO. Lo mío eran las fotos en blanco y negro. Solía hacer sesiones de fotos urbanas por distintos barrios de la Capital, que luego revelaba por las noches. Fundamentalmente hacía fotos de personas, no retratos, con el zoom trataba de captar gestos y posturas originales. En un momento me enteré que el sonidista del Adiós Sui Géneris se estaba por ir a vivir a Venezuela, que en aquel momento estaba viviendo una época de gran apertura cultural. Me invitó a irme con él y la idea me gustó. Él se iba a trabajar a una agencia publicitaria y yo podía probar suerte con la fotografía. “¿Y si tomo distancia del país y de la música y me lanzo a la aventura?”, me dije. Ahí aparecieron León (Gieco) y Juan Alberto Badía, que me dijeron: “¿Estás loco? Lo que vos tenés que hacer es empezar a componer y armar una banda”. Y les hice caso porque en el fondo yo tenía la fantasía de armar una banda folk, que incluyera una cantante femenina, donde poder meter los temas que había empezado a componer en el final de Sui Géneris, pero que a nadie le había mostrado. Ahí fue que viajé a Córdoba y en medio de la tranquilidad serrana terminé de darle forma a “El tiempo para descubrir el mal” y “Finalmente nos dejaron esperando”.
–Dos de los temas del primer álbum de Nito Mestre y Los Desconocidos de Siempre. ¿Cómo fue aquella etapa musical?
–Con Los Desconocidos fue todo diferente a Sui Géneris. Yo venía de compartir las responsabilidades con Charly, aquí armé la banda yo solo y desde cero y me largué a componer, algo que con Charly era imposible. Esto lo hablé alguna vez con Emilio Del Guercio, al que le pasaba lo mismo con Spinetta. Cuando vos tenés al lado un compositor que te viene con dinamita pura, tenés que olvidarte de intentar componer. Nunca me manejé por ego, a la hora de armar los discos de Sui Géneris siempre elegí los mejores temas y esos eran siempre los de Charly. En Los Desconocidos, en cambio, me ocupé, además de componer, de crear un sonido, armonizar las voces y llevar adelante todo lo otro que se te ocurra. Digamos que empecé a recorrer un camino más personal que luego se profundizó y con creces en mi etapa solista.
–¿Cuándo empezó tu afición a la bebida y cuándo fuiste consciente de tu alcoholismo?
–Ahora, con el diario del lunes, te digo que empezó a comienzos de los ´90, pero no me daba cuenta. Hasta ahí era un bebedor social fuerte. Todos hablan de Charly, pero yo siempre fui mucho peor que él: consumí drogas, alcohol y todo lo que se te ocurra. Lo que pasa es que yo tengo otra forma, digamos más pulcra, de mostrarme. No me gusta el quilombo público. Empecé a recuperarme cuando pedí ayuda.
–¿Cuándo fue eso?
–Cuando estuve internado por primera vez, en abril de 1996. Yo estaba en mi casa y me caí. Me pegué un porrazo importante y me quedaron los ojos morados. Mi mujer (Pamela Gowland) estaba en Londres trabajando y yo venía tomando mucho. Estaba solo y mi única compañía era el alcohol. Tocaba de vez en cuando, pero estaba como perdido, no sabía qué hacer con mi vida. Aunque el alcoholismo puede generar violencia, yo nunca me la agarré con nadie, siempre me lastimé a mí mismo. Llegué a la guardia del hospital Rivadavia gracias a un amigo que me metió en un taxi y me mandó para ahí. Por supuesto, cuando llegué al hospital, como buen borracho le mentí al médico y le dije que estaba ahí porque algo me había caído mal. Entonces, además de alcohol, tomaba pastillas para estar tranquilo o para dormir. Cada vez tomaba más pastillas porque no recordaba si las había tomado o no. El médico se dio cuenta de lo que en realidad me pasaba y me diagnosticó una intoxicación. Me obligó a quedarme internado y, como nadie me había reconocido, me trataron como a un borracho más. En la guardia empecé a sentir claustrofobia y aparecieron todos los síntomas de la abstinencia. Les pedí por favor que me durmieran, en cambio me ataron las manos y los pies a la camilla, y me dejaron gritando en medio de un pasillo. Fue como estar en una película de terror, con sonidos de sirenas de fondo. A la mañana otro médico me echó de la guardia, al son de “¿qué te creés, que esto es un hotel?”. Cuando me estaba yendo como podía, aferrándome a todos los agarra manos posibles, otro médico (uno que alguna vez me había atendido allí, cuando me doblé un dedo jugando al vóley) me reconoció y en cuanto le conté cómo me habían tratado lo levantó en peso al residente, me ingresó a una sala como la gente y luego, por invitación del director del hospital, me quedé internado 15 días.
–¿Luego hubo otra internación?
–Sí, una mucho peor, al año siguiente. Estuve un mes en el sanatorio Anchorena. Yo, después de la primera internación, mejoré durante tres meses con el objetivo de viajar a Londres y, ya sobrio, reconquistar a mi mujer. Pero ella no se volvió conmigo porque tenía mucho trabajo allí. Entonces debí regresar solo y como la combinación de vuelos incluía un stop en Colombia, decidí quedarme en Medellín para hacer unos shows solistas. Fue un error, ahí le di al ron como si se tratara de agua y también consumí algo de merca. En Buenos Aires todo fue peor: solo, en una casa nueva (ya que había dejado la matrimonial, tras la separación) empecé a chupar a lo perro y dejé de comer. Bajé 14 kilos. Solo comía algo cuando iba a un bar amigo, me daban de comer en la boca porque yo temblaba mucho y no podía hacerlo por mis propios medios. Esta vez me internaron de prepo, luego de que perdiera el conocimiento. Me encontró tirado en la cocina un asistente, que me venía a buscar para irnos de gira. Como yo sabía que venía muy mal y que a esa altura me iban a terminar sacando de la casa en muy mal estado o directamente muerto, había dejado la puerta abierta. En el Anchorena estuve seis días en terapia intensiva. Esta vez no solo me diagnosticaron intoxicación sino también polineuritis, que es la irritación del sistema nervioso por el exceso de alcohol, que provoca la pérdida de la capa de mielina (que tienen los nervios para proteger las conexiones nerviosas). Cuando alguien te toca es como si te propinaran una descarga eléctrica y sentís un dolor interno tan insoportable que te obliga, para calmar un poco los síntomas, a tirarte al piso.
–¿Llegaste a estar en coma?
–Sí, los seis días. Y me desperté con La Negra Sosa al lado mío, que empezó a llorar de la alegría. Luego me trasladaron a terapia intermedia, donde me quedé el resto del mes. Un día me vino a ver (el guitarrista) Héctor Starc y me tiró sobre la cama un papel con 12 preguntas. El folleto de AA (Alcohólicos Anónimos) decía: si usted responde afirmativamente más de cuatro preguntas está en problemas. Yo había puesto una cruz en los 12 ítems, ¡así que estaba en el horno! (Risas). Decidí quedarme todo el mes allí para que me cuiden, sino iba a ser boleta. Después estuve un tiempo en el hospital Ramos Mejía, me llevé el libro azul de AA y pedí que me visitara un representante de la agrupación. Y las vueltas de la vida hicieron que me viniera a ver la persona que durante la primera internación me quiso convencer de que empezara un tratamiento y lo saqué carpiendo. Después, cuando salí del hospital, empecé a asistir diariamente a las reuniones de AA. Lo hice sin faltar nunca casi cuatro años, ahora voy de vez en cuando. Ya llevo 25 años sobrio, luego de una separación de cinco años y de un divorcio me volví a casar con mi mujer en Las Vegas y me siento un hombre feliz. Hoy, por primera vez, estoy tan orgulloso de mi vida como de mi música.
–Hoy, además de seguir dedicado a la música, sos conductor del programa Rock & Road, donde en cada emisión manejás un auto distinto. ¿Siempre fuiste fierrero?
–No, a mí encanta agarrar la ruta y manejar, pero no soy fierrero. Me gustan los autos que funcionan, no soy de los chirimbolos. Con que ande bien, me da lo mismo. La idea se nos ocurrió con Pamela en medio de la pandemia, como para hacer algo. Así surgió lo de entablar una charla con un invitado, mientras que manejo rumbo a algún destino. El primer programa fue con Juanse y resultó divertidísimo. Nos prestaron un Fiat 1500 viejo y fuimos un día de lluvia a un lavadero automático... Los invitados pueden dedicarse a cualquier profesión, pero deben tener relación con los autos o con la música. Me gusta que todo surja naturalmente, que nada parezca ficticio ni armado. Ese es mi estilo de conducción. Hoy todos los programas (que fueron emitidos originalmente por El Garage TV) pueden verse por YouTube.
–Otra de tus pasiones actuales es la producción de aceite de oliva, ¿no?
–Esta pasión empezó hace seis años. Una vez fuimos a Mendoza a tocar y me invitaron a una olivícola. De golpe el gerente de ese lugar me puso enfrente una botella de aceite con mi nombre. Pensé que se trataba de un buen gesto hasta que me aclaró que se trataba de una propuesta: de concebir un blend a mi gusto. Le dije que sí, pero después tardamos como dos años en elegir los componentes y en hacer la etiqueta, que incluye una púa de guitarra, un pentagrama y una clave de sol con un olivo. Lo que no acepté, finalmente, es que llevara ni nombre. ¡Yo no compraría un aceite que se llame Nito Mestre! (Risas). El nombre es “Distinto tiempo” (título de su mayor éxito solista) y el eslogan: “Un aceite muy sui géneris, by Nito Mestre”. Los primeros consumidores fueron León Gieco, Lito Vitale, Leo Sujatovich y una cantidad innumerable de músicos, que se enamoraron de su sabor; luego se sumó una cantidad de gente enorme, anónima, que se convirtió en adicta a esta especie de aceite de oliva tan especial. Se puede comprar a través del sitio www.distintotiempo.com.ar .
–Y después de haber festejado a lo grande tus 50 años de trayectoria, ¿qué? ¿Cómo seguirá tu vida, Nito? ¿Y tu carrera? ¿Tenés nuevas ambiciones u objetivos? ¿Cuáles?
–Ahora seguiré presentando este show histórico donde pueda y terminando los temas que compondrán mi nuevo álbum. Hasta ahora grabé cuatro. No tengo apuro. Lo importante es que volví a ser el Nito original, el de los 18 ó 19 años, el que quería ser. ¿Puedo pedir más? Hoy tengo 70 años y solo pienso en disfrutar lo que me resta de camino. Y en decir lo que se me ocurra que, como habrás visto, hoy consiste en contar la verdad y nada más que la verdad sobre toda mi vida.
Agradecimiento: Café Bar El Patio.
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