Omer Meir Wellber, el director de orquesta que es discípulo de Barenboim y quiere atraer a la generación Tik Tok a la música clásica
Acaba de ser nombrado director de la Ópera de Hamburgo y de su Filarmónica, está a cargo del Teatro Massimo de Palermo, la Volksoper en Viena y el Festival Toscanini; su énfasis en la renovación, explica, viene de su infancia: “El mundo se divide entre los que venimos del desierto y los demás: ellos no ven nada y nosotros vemos el potencial”
Es uno de los más creativos y originales talentos jóvenes de la música clásica. Fue asistente de Daniel Barenboim en la Staatsoper de Berlín y en la Scala de Milán. Acaba de ser nombrado director de la Ópera de Hamburgo, el teatro lírico más antiguo de Alemania, y de la prestigiosa Orquesta Filarmónica de esa ciudad. Dirige el Teatro Massimo de Palermo en Sicilia y la Volksoper en Viena, es director artístico del Festival Toscanini y hasta hace unos meses, primer director invitado de la Semperoper en Dresde y de la Filarmónica de la BBC en el Reino Unido. A los 41 años, el nombre de este director nacido en Israel “en un lugar difícil y alejado —según sus propias palabras —, en una pequeña ciudad muy pobre en el medio del desierto”, está instalado en la escena internacional como uno de los más capaces de una generación que ya está ocupando los podios de las grandes orquestas y teatros de ópera.
Es además pianista, acordeonista y compositor graduado del Conservatorio de Jerusalén. Escribe libros de ficción y ensayo, es embajador de buena voluntad de una organización humanitaria y se interesa por los grandes dilemas del artista frente a la política y el poder. Nada le es ajeno a este músico ávido e informado que piensa y habla en varios idiomas a gran velocidad, que no les rehuye a los debates y que afirma que —aún en el arte —, el individuo y la singularidad tienen al mundo en contra, mientras sus ideas impactan por la fuerza renovadora que irradia desde el género clásico.
Según él, “el mundo se divide entre los que venimos del desierto y los demás ¿Por qué? Porque los demás no ven nada y nosotros vemos el potencial”, una imagen que resume su mentalidad visionaria. Se llama Omer Meir Wellber. Vive en Milán y dirige en todo el mundo. Desde Estocolmo dialogó con LA NACION.
–Habiendo trabajado durante años con Daniel Barenboim, ¿qué lecciones valorás del tiempo que pasaste a su lado?
–Es difícil elegir pero algo importante es haber usado precisamente la palabra “tiempo” para referirse a él. Barenboim escribió el libro Everything is Connected y la idea de que todo está interconectado es la más profunda lección que se puede aprender cerca suyo. Cada nota en la partitura está conectada con la manera de manejarse en la vida, con las elecciones como músico y director, con lo que se toma y se deja. He aprendido mucho de su concepción del tiempo. Otro pensamiento del que me siento cerca es el de nunca darse por vencido: repetir, ir detrás de una idea, de un ángulo nuevo, de una búsqueda diferente y no parar hasta lograr la calidad que se persigue. No es una actitud fácil para la gente que uno tiene alrededor. Es una actitud necesaria.
Wellber dice que lo primero que le viene a la mente cuando le nombran la Argentina, es la música de Piazzolla: “por el acordeón, que es uno de mis amores, el bandoneón y el tango, y la comida porque tengo amigos argentinos con los que he compartido sus mesas en Israel. Las empanadas y el locro son sabores de mi infancia.”
–¿Qué cualidades te han convertido en un director sobresaliente?
–Tal vez la creatividad y algo que podría llamar coraje. Se suele pensar que un artista es diferente de un empleado de banco, pero la realidad es que, así como hay empleados rutinarios, hay artistas rutinarios, mediocres, amargados. Yo siempre trato de estimular a mi alrededor tanta singularidad como sea posible, sabiendo que tenemos al mundo en contra porque cuando alguien se distingue, tiene que enfrentar todas las batallas.
–¿El mundo en contra de qué?
–De la individualidad. Hoy a causa de la corrección política y de una superficialidad extrema, los artistas deben crear obras para las mayorías. Pero la fórmula es al revés: crear algo para una minoría que, si vale la pena, llegará a un público más amplio.
–Pertenecés a una generación que hace música en un contexto donde prima la imagen, los smartphones, las redes, Twitter, Tik Tok ¿Cómo resulta crear un arte que necesita silencio y concentración, rodeado de intermitencias?
–El mundo es este y no va a cambiar. Hoy se conocen más cosas que en el pasado, pero es un conocimiento más superficial. Hay gente que busca esparcimientos de veinte segundos y un pasatiempo intrascendente como TikTok le basta como recreación. Para esa persona, las cinco horas que dura una ópera wagneriana es algo fuera del mundo. En el pasado, las banalidades eran otras, pero siempre hubo y habrá personas que se entretienen con un nivel de exigencia intelectual sumamente bajo. Tampoco quiero ser pesimista porque hay otros para los cuales las experiencias insustanciales nunca serán suficientes. Es una situación complicada, sí, porque tratamos de desarrollar cosas nuevas, abrir expresiones a un público amplio, hacerlas accesibles, pero tenemos el mundo en contra.
–¿Cómo te adaptás a dirigir las demandas de varios países al mismo tiempo?
–Cada sistema tiene ventajas y desventajas. En Italia se planifica tarde y allí uno puede encontrar espontáneamente una buena idea o incluir una estrella que acaba de surgir. Pero las expectativas cambian según el teatro. En Italia basta con tener las voces correctas porque eso es lo primero. En Alemania, la música es fundamental, se descuenta, pero igual de importante y a veces más, es la producción o el director. Es un tema de gusto y cultura. En el repertorio, también hay diferencias. En Viena puedo hacer mucha más experimentación. En general, un director debe adaptarse a las tradiciones del teatro y su público, al repertorio y el espíritu de cada institución.
–¿Por qué es decisivo para el director de un teatro trabajar con una anticipación de varios años?
–Porque la programación es lo más importante. A diferencia de Italia e Israel (y muy probablemente Sudamérica) donde las cosas se resuelven a último momento, en lugares como Hamburgo donde se trabaja para crear cosas nuevas, uno no puede manejarse sobre el último minuto. Si recién en abril de 2023 estás planeando tu producción para la apertura de la temporada 2025/2026 y todavía no tenés contratados a los cantantes, te recomiendo que cambies el título porque ya no vas a conseguir intérpretes del nivel que demanda un teatro de alta jerarquía ¡Estás atrasado! Los años de anticipación son una cuestión de agenda de acuerdo al nivel de artistas y producciones con las que trabajás y si un director desea construir algo interesante para su teatro, tiene que pensar con quién va a realizar esas ideas y trabajar rápido para sumar a los mejores. En Hamburgo estamos innovando mucho dentro de lo clásico y lírico. Eso implica que no vamos por seguir con el armado tradicional y si estamos pensando en transformar algo tan grande como la estructura de la temporada, debemos diseñar y planificar con anticipación. También con una ópera normal, hay que ver cómo encaja con la programación, decidir con qué director la que queremos montar, cómo deseamos que suene, qué estilo vamos a darle para que se integre a la temporada, etcétera. Pero si no se cuenta con los mejores es inútil, porque el proyecto carecerá de sentido.
–¿De eso se trata The Eternal Stranger? [NR: monodrama con música de la israelí Ella Milch-Sheriff creado para el 250º aniversario de Beethoven, pieza que relaciona un sueño del compositor alemán con la tragedia de un inmigrante sirio en Europa al día de hoy]
–Es exactamente el tipo de proyectos del que estoy hablando: una creación dentro del género, un monólogo para actor y orquesta basado en un sueño de Beethoven. Él mismo los escribía en cartas a sus amigos. Aquí tomamos uno de ellos y lo convertimos en un monólogo de gran impacto de actualidad política: inmigrantes que van de Siria a Viena, donde deben lidiar con otra cultura para forjarse una identidad nueva. Es lo que encontramos en el sueño de Beethoven pero al contrario: él viajaba de Viena hacia Arabia y Jerusalén. Hizo una descripción precisa, habló de un sentimiento de claustrofobia y de una muchedumbre que lo atormentaba alrededor. El impacto de esta pieza es increíble. Es muy fuerte. La gente reacciona shockeada porque no espera un espectáculo de esta intensidad en una sala de conciertos.
–Hablando del impacto de actualidad política. Tras la invasión de Rusia a Ucrania resurgió un viejo dilema del artista: “comprometido o no” ¿La música lo es todo o hay valores éticos por encima de ella?
–Es una gran pregunta que debe ser respondida individualmente porque depende de una elección personal. Lo que no se puede hacer es comer de la torta y pretender quedar intacto. Si un artista jamás se pronunció políticamente, es sólo una persona que nace en un país y muere en otro, tiene el derecho a que no lo conviertan en una víctima política. Eso es algo peligroso y hoy hay gente que está sufriendo situaciones difíciles: colegas rusos que reciben invitaciones de teatros a los que no pueden ir porque si aceptan los declaran persona non grata en Rusia y eso es complicado para sus familias, entonces para no cerrarse las puertas, dan parte de enfermo así no rechazan la invitación. También hubo un gerente de teatro de bajo nivel intelectual que llegó a suspender las óperas de Chaikovski, ¡ridículo! Ahora bien, si el caso es otro: un artista que habla y actúa a favor de Putin y su régimen, o que goza de los beneficios de esa asociación, no puede pretender ser eximido de las consecuencias, ni sorprenderse cuando lo despiden, rechazan o cancelan en otros países ¡Así no funciona el mundo! Allí está el límite que responde a esta pregunta: es importante lo que uno dice y hace en su carrera, y a veces se debe pagar el precio de una posición. Yo de hecho, lo sufrí con mi libro en Israel [NR: Las ausencias de Chaim Birkner] porque cada vez que voy digo lo que pienso y no brindo mi apoyo. Ese es el tipo de precio que se paga por la libertad y está bien que así sea porque lo que no se puede es tener dos caras.
–¿Qué reflexión surge de la historia que cuenta el personaje de tu libro? [NR: un sobreviviente del Holocausto que escapó de Hungría y después de vivir en una Israel cada vez más extremista, decide regresar a la Budapest natal]
–Escribí este libro entre 2012 y 2018 y todo lo que allí relato es asombrosamente lo mismo que está sucediendo hoy en las calles en Israel. Fue traducido a varios idiomas pero tardé años en encontrar un editor en Israel porque (con todo tipo de excusas: que con este gobierno, que ya sabemos, que no sabemos…) nadie tenía el coraje de publicarlo. Fue muy revelador porque puso de manifiesto lo que cuenta el protagonista: que lo que está pasando hoy en Israel era inevitable. No es un desenlace negativo aunque a primera vista sí lo sea. Claro que no se ve bien en la TV, pero para la sociedad es bueno que la mentira quede expuesta y que la verdad salga a la luz. Estamos viviendo un tiempo terrible en el que todo es relativo porque ya no hay más verdades ni mentiras. Hay solo opiniones y cada opinión debe ser tomada como verdad. Lo que yo espero es que esta revolución que está atravesando Israel le brinde al mundo un ejemplo de cómo un falso liberalismo nos está llevando eventualmente a perder el país.
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