Para conocer a András Schiff, un artista superior
En 1974, András Schiff, un joven húngaro de 20 años, obtuvo el cuarto puesto en el Concurso Chaikovski de Moscú. El ganador fue Andreas Gavrilov. Un año después, siguiendo aquel precepto que indica que para desarrollar una gran carrera es necesario ganar en algún gran concurso internacional, Schiff fue con todas sus ilusiones hasta Inglaterra para participar en la Leeds International Piano Competition. También ahí recibió un premio "menor", el tercero, detrás de Dmitri Alexeev y Mitsuko Uchida. Los avatares y las evoluciones personales inmediatas y posteriores confirmaron en un destacadísimo lugar a la gran pianista japonesa, dejaron en una posición aceptable pero nunca preeminente al músico ruso, el ganador del Leeds, y, sin lugar a dudas, encumbraron al tercero hacia ese Olimpo al que solo acceden los más notables, los indiscutidos, los superiores. Hoy, y desde hace unos cuantos años, András Schiff puede ser considerado como un pianista completo, único e imprescindible.
Hijo de dos sobrevivientes judíos del Holocausto, nació en Budapest en 1953. En tiempos de la Hungría comunista, tras muchísima burocracia, logró trasladarse a Austria para completar su formación. Después de aquel tercer puesto, fue forjando una trayectoria ascendente hasta poder ser considerado hoy una referencia ineludible en la interpretación de la música de Bach, Mozart, Beethoven, Schubert y Bartók. Esto, sin tomar en cuenta que en su repertorio y en sus innumerables registros hay infinidad de otros compositores a los cuales, como siempre lo hace con todos, les dispensa una atención rigurosa, una observación analítica y un estudio metódico. Lejos de aplicar una misma perspectiva amplia para todos los compositores y todos los tiempos, Schiff asombra y sorprende por su capacidad para leer e interpretar cada obra contemplando no solo todos y cada uno de los elementos que están en una partitura sino también mirando detenidamente los factores propios de cada contexto y cada período.
Además, y en esto es diferente a todos, desde hace muchos años, cuando ofrece un concierto, en realidad, oficia ceremonias musicales. Las coherencias de sus repertorios para cada ocasión y la continuidad que les imprime –en ocasiones, aclara que va a tocar todas las obras sin interrupción– dan lugar a que se generen experiencias colectivas sublimes, únicas. En sus últimas dos presentaciones en el Colón, memorables ambas, interpretó, sucesivamente, cuatro sonatas para piano de Beethoven, Bartók, Janácek y Schubert, en 2012, y,completo y sin interrupciones, el primer libro de El clave bien temperado, de Bach, en 2017. Sin embargo, por fuera de esas vivencias extraordinarias que construye desde el escenario, con una sencillez casi intimista, el intento, ahora, es recorrer sus sabidurías y talentos a través de algunas obras puntuales de esos compositores a quienes hemos mencionado más arriba.
Sus primeras grandes actuaciones y reconocimientos los obtuvo interpretando a Schubert. En una filmación de 1989, se lo puede escuchar ejecutando el Impromptu D.935, Nº3 que no es sino un tema con variaciones. En el tiempo en el cual el gran Alfred Brendel imponía indiscutido su modelo de la interpretación de la música de los compositores de la Escuela de Viena, Schiff toma un camino diferente rescatando el clasicismo de Schubert, denotando unas transparencias y ciertas galanterías que hacen relucir a su música de una manera diferente. Del mismo modo, a la intensa y dolorosa variación en modo menor (4.55) la desprovee de esos vehementes arranques románticos tan frecuentes y la presenta con un intensidad emocional tan profunda como recatada.
En 2018, en un único concierto, interpretó la Sonata Nº21, D.960, de Schubert, y la Nº32 en do menor, op.111, de Beethoven, las últimas de cada uno de ellos. La minuciosidad, la mirada puesta en el detalle y la capacidad para tocar la sonata de Schubert son absolutamente paradigmáticas. Comprendiendo los misterios y sabiendo expresarlos con cuidados y con la emocionalidad más pertinente, esta interpretación es perfecta en el más artístico de los sentidos. Sólido y escrupulosamente leído el primer movimiento; lento, calmo y doloroso suena el segundo; en el scherzo emergen discernibles todos los contrapuntos y en el último aparecen invictos las melodías, los acentos, esas modulaciones insólitas y todas las luces y los colores.
Muy de Schiff, en ese mismo concierto, el pianista concluye la sonata de Schubert, agradece los aplausos y, sin pausa, vuelve a la banqueta para entrar al mundo de la última sonata de Beethoven. Otro sonido, otra intensidad dramática, otra manera de traducir una sonata, Schiff ofrece una clase magistral sobre cómo interpretar esta obra admirable. Con el mismo teclado y en el mismo lugar, ese piano es otro y suena diferente y rotundo. Con todo, concluido ese movimiento inicial brioso y apasionado, Beethoven se despide del mundo de las sonatas con una arietta con variaciones. Tomándose todos los tiempos necesarios, Schiff extrae toda la poesía y el lirismo de ese tema íntimo, cantable y final. Del mismo modo, habrán de llegar las seis variaciones, cada una con una lectura personal, exactamente la que corresponde para sus contenidos.
En 1999, fundó su propia orquesta, la Capella Andrea Barca, un nombre muy peculiar que no es un homenaje a algún compositor del pasado sino que es la resultante de traducir su nombre y su apellido al italiano. Con esta orquesta, cuyos integrantes son todos músicos de cámara, a lo largo de los años ha ido interpretando conciertos para piano o clave y orquesta de Bach, de Mozart y de Beethoven. Acá lo tenemos en su doble función de director y pianista, interpretando el Concierto para piano y orquesta Nº20, K.466 de Mozart. Como curiosidad, cabe señalar que la violinista asiática que aparece enfocada en diferentes ocasiones es Yuko Shiokawa, la esposa de András Schiff.
Lejos de los compositores de la Escuela de Viena, Schiff es un referente obligado en la interpretación de la música para piano de Bartók. Sin contradicciones, en sus interpretaciones, según las particularidades de cada obra, se entremezclan la claridad y las rispideces, la poesía y la rusticidad y siempre afloran impecables las melodías más bellas y extrañas y todas las asimetrías rítmicas y métricas que habitan en la música de Bartók. En vivo, Schiff siempre se muestra concentrado y sin coreografías o exhibicionismos de ningún tipo. Así se lo puede ver junto a Mark Elder al frente de la Hallé Orchestra en el Albert Hall de Londres, cuando hicieron el Concierto para piano y orquesta Nº3 de Bartók.
Y, por último, Bach. En los últimos años, András Schiff, con interpretaciones y registros admirables en el piano, ha devenido en el intérprete más trascendente de la música que Bach escribió para el clave. En recitales de longitudes maratónicas y de honduras kilométricas, ha tocado todas las suites y partitas de Bach, las fantasías y las tocatas para clave, los monumentales dos libros de El clave bien temperado y, con la Capella Andrea Barca y otras orquestas, numerosos conciertos para clave. Solo por escoger una velada trascendente y única, en Londres, hace cinco años, tocó las Variaciones Goldberg. Sin pedales, sin empastamientos, entendiendo las peculiaridades del aria/tema inicial y cada una de las treinta variaciones, Schiff construyó, una vez más, un acontecimiento único e irrepetible.
Humanista y comprometido, Schiff también se ha hecho conocer por sus manifestaciones políticas. En 2000, cuando el ultranacionalista Jörg Haider venció en las elecciones austríacas, Schiff no solo que canceló sus conciertos en Viena sino que renunció a la ciudadanía de ese país. Del mismo modo, en 2011, ya devenido en ciudadano británico condecorado con el título de "sir", en una carta pública, de la cual participaron otros artistas, intelectuales y músicos húngaros, repudió al gobierno de Viktor Orban por el racismo de las políticas que consideraron homofóbicas, antisemitas y en contra de los gitanos. Pero nada de esto lo distrajo de la música. Sigue tocando, enseñando, dirigiendo y fiel a su credo, ése que, desde sus propias convicciones, con algo de humor y lejos de cualquier irreverencia, lo hace afirmar con total convencimiento: "Bach es el padre; Mozart, el hijo y Schubert, el Espíritu Santo".
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