
Pinchas Zukerman: el regreso de un superhéroe del violín
Con más de cuarenta años de experiencia alrededor del mundo, en su nueva visita a Buenos Aires, el músico y director ofrece su mirada sobre algunas tendencias de la escena clásica y anticipa el repertorio que abordará con su grupo de cámara
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Con una persistencia llamativa, y de la cual nadie, precisamente, se lamenta, Pinchas Zukerman continúa regresando a Buenos Aires para hacer música de cámara. Con sesenta años recién cumplidos y una historia gloriosa que lo precede y lo acompaña, este genial violinista, violista y director –en realidad, un artista completo que se manifiesta de diferentes modos– está de nuevo entre nosotros para ofrecer, esta semana, dos conciertos.
Hace unos años, estos recitales eran anunciados como Zukerman and Friends, una denominación que ya no se ajusta a la realidad, debido a que una de las integrantes del grupo es su esposa. Por lo tanto, ahora, como Zukerman Chamber Players, el gran violinista se presentará, el miércoles, en el Coliseo, para el abono de Nuova Harmonia, y, al día siguiente, en el Templo de la Comunidad Amijai, dentro de la segunda edición del notable ciclo Grandes virtuosos del violín.
Sin divismo
Zukerman conversa y en ningún momento denota algo que pueda revelar alguna actitud de divismo. Habla sin urgencias, se extiende generoso sobre diferentes temas, su gestualidad es amplia y su sonrisa, franca, aparece sin obstáculos. No recuerda cuántas veces estuvo en el país, pero sí tiene presente algunas fechas. “La primera vez que vine fue en 1982, con la St. Paul Chamber Orchestra. También lo hice con la Orquesta de Cámara de Inglaterra y varias veces llegué con diferentes grupos de cámara, como ahora, aunque con otros músicos. También vine para tocar con la Filarmónica de Buenos Aires.” Y agrega: “La verdad, más allá de la infinidad de horas que lleva llegar hasta la Argentina, mientras pueda, seguiré viniendo. Me encanta estar por acá con mis amigos para hacer nuestra música”.
Con respecto al repertorio que harán en las dos presentaciones, señala: “Elegimos las obras en función de muchas variantes. Nos fijamos qué hicimos la última vez. Tratamos de imaginarnos qué les puede interesar al público o a los organizadores. También es determinante el tiempo que tenemos para ensayar, ya que cada uno de nosotros tiene sus propias actividades. Pero, en definitiva y más allá de que siempre tomamos en cuenta lo que nos parece más apropiado, optamos por lo que más nos gusta en un momento determinado. Afortunadamente, tenemos un menú sumamente amplio y nos podemos permitir muchísimas variantes”. Entusiasmado, comenta: “Nuestro último descubrimiento es el Quinteto de cuerdas en Si bemol K. 174, de Mozart, una obra temprana que nadie toca desde hace más de veinte años y que es fantástico”. Con una sonrisa grande, remata: “Lo estamos trabajando meticulosamente y, quizá, lo podamos traer para nuestra próxima gira por Buenos Aires”.
Le consultamos en qué medida amplía su repertorio con obras nuevas. “Si me encuentro con una obra nueva que me despierta interés, la tomo. Hace poco tiempo conocí el Concierto para violín, de Oliver Knussen, y quedé fascinado. Lo he tocado en diferentes oportunidades. Una maravilla. Pero también me acercan obras a las que no les hallo valores y, por supuesto, las dejo de lado. En realidad, hace más de 40 años que ando dando vueltas por el mundo y por más que suene vulgar, las obras no son viejas o nuevas, sino buenas o no. En el último tiempo, se ha instalado una premisa que indica que todo músico debe hacer algo diferente, algo personal, lo que ha implicado la ejecución de obras nuevas o antiguas que no tienen mayores méritos. Creo que no tiene sentido insistir en música que no está en la misma sintonía con el ADN del que estamos hechos y con el cual estamos formados.”
Visión crítica
Considera que esta tendencia poco venturosa tiene que ver con la pérdida de la capacidad de análisis y la valoración de la música por parte de los intérpretes. “En tanto más se insiste en la formación con el acento puesto sobre los aspectos técnicos, más prolifera esa mediocridad de la cual Celibidache decía que era venenosa y contagiosa. En el último tiempo, por la vorágine en la cual vivimos, no hay lugar para ocuparse de darles a los músicos jóvenes la capacidad de poder razonar en profundidad los contenidos de una obra. Hay muchísimas partituras, de cualquier tiempo, que no son más que papel con notas que no alcanzan a construir ningún significado, ninguna idea valedera.” Y avanza en el terreno personal: “Cuando estaba entrando en la adolescencia, yo daba conciertos y creía dominar todo. Pero me encontré con Isaac Stern, que me ordenó que dejara de tocar y que me pusiera a estudiar música. No violín, sino música. Le obedecí, aunque sentí una gran frustración. Pero a los 17, entendí la sabiduría de Stern y nunca terminaré de agradecerle. No se debe hacer música sin la posibilidad de aproximarse a ella con todas las herramientas. Hay que armarse de paciencia y serenidad, y entender que no se puede interpretar una obra si no se comprenden su sentido, sus colores, su lenguaje, su perfil y sus signos”. De este hecho y de esa capacidad, Pinchas Zukerman ha dado infinitas muestras a lo largo de varias décadas. Esta semana, hay otras dos oportunidades para comprobarlo una vez más.




