Odio a mi familia
Odio a mi familia (Mezcladito Argento) / Director: Andrés Gerszenzon / Puesta en escena: Bea Odoriz / Intérpretes: Coro y Orquesta de la Universidad de Buenos Aires / Solistas: Julieta Schena, Luz Matas, Lucas Werenkraut, Ignacio Agudo y Maximiliano Medero / Sala: Centro Cultural Ricardo Rojas / Próximas funciones: domingos, a las 18 / Nuestra opinión: muy bueno
Andrés Gerszenzon, músico argentino que ha dado sobradas muestras de su talento creativo en interesantes experiencias sonoras, declara en el programa del espectáculo que se presentó el domingo en el Centro Cultural Ricardo Rojas: "Las piezas fueron encargadas a los compositores y escritas especialmente para nuestro organismo. Son todos estrenos. Aunque son obras independientes nosotros las haremos como una unidad, como un solo espectáculo. Se trata de teatro-música: los solistas cantan, bailan y actúan siguiendo un hilo dramático. En el mismo sentido se acoplan las imágenes de una instalación y elementos escénicos sonoros como bicicletas y otros artefactos. Se convocó a compositores actuales de procedencias estéticas diversas y el resultado es intencionalmente ecléctico".
Como espectador, este comentarista recuerda exploraciones parecidas en salitas periféricas de Nueva York (con juegos de palabras de Joyce), de París (sobre textos de Pound) y tres distintas en Berlín a cargo de seguidores de Brecht. Iniciadas sin demasiado público, la audiencia crecía (a pesar de exigir cierto esfuerzo intelectual) a medida que se repetían las funciones.
No eran simplemente happenings sin mayores consecuencias, como tampoco es la realizada en el Rojas, aunque se trate de una desviación de las ideas corrientes sobre teatro musical. Pero sin asumir una posición en favor o en contra, no se puede negar que lo producido el domingo, es un estimulante cultural perfectible que, si se extiende y divulga, puede provocar efectos culturales significativos en algunos sectores de público.
Por cierto, no tiene ninguna de las características necesarias para ser un espectáculo masivo, porque las ideas son tan originales que a menudo eluden la comprensión inmediata. Sin embargo, no rechaza al espectador impaciente, gracias a un ritmo escénico de casi permanente agilidad.
Es en este rasgo y en la unidad lograda con la discontinuidad, donde mejor se advierte la calidad afinadamente profesional conseguida por Gerszenzon como coordinador y director, por los cinco cantantes de muy buenas voces y la claridad expresiva desplegada por las tres bailarinas, además de los excelentes instrumentistas del conjunto de cámara, del empinado nivel exhibido por el coro, del iluminador y, muy especialmente, de Bea Odoriz, directora de la escena. Estas son condiciones esenciales para que un espectáculo funcione.
Párrafo aparte pero igualmente calificado, merece el trabajo realizado por los compositores Daniel Soruco, Martín Liut, Pablo Mainetti, Víctor Torres y Guillo Espel sobre textos de los poetas Matías Couriel, Marcelo Galindo, Pablo Katchadjian, Santiago Pintabona, Edgardo Cozarinsky y el mismo Espel. Volvió a quedar demostrado que cuantos más sentidos comprometa una experiencia, más atractiva resulta.
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