Noches para celebrar la danza
Espectáculo coreográfico. Con Julio Bocca, Eleonora Cassano y el Ballet Argentino. Programa: "Otras voces", collage musical, y "Ecos", música de Barber, ambas coreografías de Mauricio Wainrot. "Encuentros", música de Kurt Attenberg, coreografía de Robert Hill, y "Corrientes", collage musical, coreografía de William Alcalá. Luna Park .
Nuestra opinión: excelente.
Con el agregado de una función el domingo, a las 19.30, el ciclo que tenía planificado Julio Bocca en el Luna Park, como siempre, se estira. Frecuentemente ha realizado la temporada en esa sala en octubre o en noviembre. Esta vez se anticipó.
Este fue un programa atípico. Nada estrictamente clásico ni contemporáneo. Tango, ni por casualidad, y todo lo bailado por las mujeres, en puntas. Riendo como un diablillo, en una entrevista con LA NACION dijo hace poco: "El mayor trabajo lo hará el Ballet Argentino". Era una broma, claro; pero esta vez a Julio se lo vio diferente, porque estuvo constantemente integrado al elenco. Sin alardes estelares, en obras que están pensadas para el conjunto más que para primeras figuras.
Y esto es positivo, porque el Ballet Argentino crece cada vez más y tiene luz propia. Si bien la danza de Julio y Eleonora tiene un brillo sinigual, aquí se acopla con naturalidad al grupo y la imagen del plantel es formidable.
Las obras que se vieron coinciden en la veloz dinámica. Se diferencian en estilos, en lo que transmiten y en los lenguajes de los tres coreógrafos. Pero ese rápido tempo es factor fundamental. Lo importante es que los intérpretes puedan no sólo seguirlo, sino hacerlo con arte, dando a los movimientos una cualidad sanguínea, etérea, potente. No corren apurados tras la música, sino que aprovechan ese ritmo para demostrar la inmediata capacidad de respuesta que tienen sus músculos y sus mentes, para bailar con una entrega ferviente.
Técnica segura
Mauricio Wainrot, cuando trabaja con otra compañía que no es la suya, el Ballet Contemporáneo del San Martín, crea según el material que tiene. "Otras voces" no se compara con otras piezas de este excelente autor y es ideal para el plantel de Julio. Exigido al máximo, el vocabulario no les hace nada fácil la labor. Sin embargo, es una obra que confirma la segura técnica de sus componentes y su expresividad. Se forman dúos, ensambles, un jolgorio que hasta forma una hilera al estilo de los bailes judíos o griegos. El encadenamiento de cada escena, flashes que impactan por la maestría con la que Wainrot maneja brazos, piernas, es exacto, pero vigorizante.
Se dijo anteriormente: las entradas y salidas son permanentes, pero como un calidoscopio, la misma gente transforma el clima en segundos. Algún momento de calma permite regresar al fluir del estilo de este creador, que tiene enorme imaginación y que trabaja cada parte del cuerpo, a veces armonizando una con la otra, otras contraponiéndolas.
Luego, la suavidad y dulzura de un dúo en el que se insertan las instancias del amor. En la interpretación de Julio y Eleonora es sublime: ambos están ligados en la pasión y el deseo. También existen los momentos de éxtasis, entrelazados los dos bailarines como si fueran uno solo. Dejan salir la parte adolescente en juegos con las manos, como si ella no quisiera que él la alcanzara. Es sólo otra manera de seducción, porque al final, la emoción los une en esas imágenes esplendorosas que sólo los amantes pueden translucir.
Solo para un concierto
"Encuentros", de Robert Hill, se vio en una función anterior de los bailarines en el Teatro Colón. El concierto para piano y orquesta OP. 37 de Kurt Attenberg se divide en tres movimientos y la melodía parece inspirar aún más la energía y luminosidad del cuerpo de baile. Esta vez, sin desmedro de lo que se vio en nuestro primer Coliseo, la obra pareció superarse, la lírica evocación del amor fue más profunda y el resumen, radiante. En la primera parte, ese halo romántico lleva al grupo, sea en tercetos, quintetos, sólo mujeres o sólo varones, a una celebración de la danza. Sin parar, es la música lo que impulsa a los bailarines. Aquí sobresale Cecilia Figaredo, de una poderosa personalidad, ferviente en su expresividad. Tanto en un solo como en un vibrante dúo, de esta bailarina surge una intrínseca felicidad que eleva y destaca todo lo que hace.
El segundo movimiento está dedicado a Eleonora y Julio. Es una búsqueda que parece no tener fin, en la que surgen la melancolía en ella y la desesperación en él. Saben el uno de la otra, pero el destino los separa y se rondan sin verse en círculos viciosos. El añorado encuentro que llega al final establece imágenes intensas y conmovedoras.
El cierre, con "Corrientes", de William Alcalá, cambia el rumbo. Aquí el vértigo es mayor y toma otra dimensión. Con extraño vestuario negro, los intérpretes parecen cuervos. Hay una vorágine feroz, que en el inicio tiene mucho de la violencia e indiferencia urbanas.
Seres que caminan, corren, se entrechocan, se devoran con el pensamiento. Un hombre (Bocca) se desplaza serenamente, ajeno al movimiento febril. Es el símbolo de la reflexión, el que se toma el tiempo para mirarse dentro de sí y hacia el cielo. Los otros, ciegamente, van y vienen ensimismados en sus conflictos. Un fuerte trío integrado por Figaredo, Juan Pablo Ledo y Darío Vaccaro es simiente de impotencia y furia. Hay escenas de tristeza, de miedo, de coraje de los que intentan enfrentar la existencia. Repentinamente, Bocca se lanza a magníficos saltos y pasos de bravura que hacen bramar al público. Cassano (física y técnicamente soberbia) baila alegremente con él. Los demás los imitan, hasta olvidar la oscuridad y la soledad. Ahora, en comunicación, danzan alborozados. La espiritualidad transformó el egoísmo en fraternidad y en el cierre se vislumbra la esperanza de una humanidad más unida.
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