Osvaldo Granados explica por qué siempre hubo “kioscos”, por qué fracasó el socialismo y cómo el amor salvó su carrera: “No creían en mí”
A los 86 años, el periodista publicó 60 años de casta (Ariel); en diálogo con LA NACIÓN analiza el rumbo del Gobierno (”están haciendo algo diferente”), su carrera en radio y TV y su matrimonio: “Solo una vez tenés esa suerte en la vida”
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Cuando el joven Osvaldo Granados quiso averiguar qué comentarios había provocado en sus futuros suegros el día que lo conocieron, la novia contestó “Dijeron que sos alto”, lacónica respuesta que no olvidó pero que se mantiene irrefutable. El “Bebo”, como lo llaman todos en la profesión, es un señor alto, de gruesos anteojos oscuros, con una sonrisa y memoria envidiables y una manera de hablar veloz, colorida, profusa pero sin perder el foco, con la mira en el remate y el don de convertir procesos complejos en historias aptas para legos.
De la misma materia rítmica está construido 60 años de casta, el libro que acaba de publicar Ariel, donde el autor y periodista económico recorre de modo fragmentario, no lineal, “historias del Microcentro, la bohemia, el periodismo y otras especies en extinción”, según reza el subtítulo. Aunque suene solemne -y nada menos solemne que este hombre de 86 años-, se trata de sus memorias en las que confluyen tres líneas: la experiencia en los medios -gráfica, radio y televisión-, el devenir político-económico de la Argentina desde los años 60 hasta hoy y la propia historia familiar.
-¿Por qué el título 60 años de casta?
-Porque durante 60 años, desde que arranqué en la década del 60, me fui dando cuenta, poco a poco, que había una casta ampliada, la casta política, la judicial, la militar (que después de Malvinas desapareció del poder), todo estaba imbricado, relacionado. La casta eran los kioscos que había detrás de cada negocio, de cada trámite. No le puse kioscos porque no hubiese entendido nadie, porque en realidad lo que yo vi a lo largo del tiempo, fueron kioscos, donde de alguna u otra forma se negociaba la plata.
-Además, tiene un guiño muy actual…
-Lo eligió Fernando Carnota, en la radio (el conductor del programa en radio Continental donde trabaja, de lunes a viernes, de 10 a 13). La casta existió siempre ¿Sabés quién me lo dijo? Jorge Antonio. No con ese nombre pero era lo mismo. Me dijo que lo que importaba eran los negocios, no la ideología. Le hice una larga entrevista para el otro libro que publiqué (Jorge Antonio, el testigo, Peña Lillo, 1988).
-Los prologuistas del libro son Cecilia Absatz y Gabriel Levinas. ¿Por qué?
-Los dos son muy amigos míos, del mundo de la radio. A Cecilia la adoro, trabajé con ella muchos años, los sábados por la mañana, yo hacía Sábado tempranísimo, antes que Marcelo Bonelli. Ella me contaba de los teleteatros y lo hacíamos en forma de broma. Y con Gaby Levinas nos divertimos como locos, parecíamos dos locos audaces, diciendo cualquier cosa, incluso la más inverosímiles.
El “hermano de”
A Osvaldo le dicen Bebo por su única hermana, cinco años menor, Beba Granados, bailarina, vedette y empresaria gastronómica (manejó, entre otros, el restaurant Mora X, en Recoleta). Como tantas veces a lo largo de su vida, vuelve a contarlo: “Cuando los compañeros de redacción vieron la foto de tapa de la revista Siete días, las bromas fueron múltiples y a alguien se le ocurrió que ya que no tenían a Beba, por lo menos lo tenían al Bebo”. Retirada de la profesión, con dos operaciones de cadera y una rodilla de platino -”la desgracia de las bailarinas”, dice el hermano-, Beba es una de las personas a quienes está dedicado el libro, además de a sus tres hijos (Sara, Juan Manuel y Quique), sus siete nietos, la nuera y el yerno, a los colegas y, en primer lugar, a “Chachi”, Lidia Malagón, el amor de su vida, compañera y confidente, con quien estuvo unido hasta 2004 cuando murió por un cáncer de páncreas: su nombre aparece repetidas veces a lo largo del texto de casi 300 páginas. Ambos profesores de Letras, fue ella la que le sugirió buscar trabajo en el diario La Prensa, donde trabajaba un pariente. Y así empezó, cubriendo los partidos de fútbol del ascenso.
Después de este inicio, en 1973, Granados pasa a Clarín donde seguirá hasta 1990, salvo su fugaz y accidentada temporada en la agencia Télam en 1974 (el libro empieza con ese momento crítico), donde debido a amenazas de la Triple A decide volver al diario. A fines de 1976, junto con Julio Ramos, es uno de los socios fundadores del diario Ámbito Financiero. De a poco, consolida su especialidad, también en radio y en televisión donde comienza a ser reconocido. Ganó varios premios, entre otros, en 1987, la Orden de Caballeros de San Martín de Tours por su contribución al periodismo económico; y, tres Martín Fierro en la década de los 90, por su labor en radio.
-¿Cómo llegaste a la sección Economía?
-Porque Juan Navarro Lahitte (secretario de redacción) me llamó y me dijo que tres personas de Economía se habían ido para hacer la revista Mercado. Necesitaba gente. Me pidió que me acreditara en el Ministerio de Economía. Cuando termina de hablar, le digo que a mí no me gustaba la economía, que había estudiado Letras, que me gustaba la política. “No le pregunté qué le gustaba. Le estoy diciendo que el lunes tiene que ir”.
-Forzado, pero te dio una especialidad.
-Al principio fue un desastre, porque yo estaba con una bronca. Pero hay cosas que me hicieron aprender. Consulté mucho, hice unas materias en la facultad de Ciencias Económicas Pero, ¿sabés por qué pude resumir la economía en pocas palabras y tratar de ser claro? Se lo debo a alguien que me hizo sufrir un año y medio, que era Marcos Cytrynblum, en Clarín, cuando volví en 1976 después de medio año en Télam. Me hizo sufrir mal.
-¿Qué pasó?
-Después del golpe militar, la mitad de la redacción quedó afuera. “Vas a tener un trabajo especial”, me dijo. Tenía que agarrar notas de otros y cables, de todas las secciones, leerlos, seleccionar, hacer un copete largo con el resumen de la nota y titular. Hasta la medianoche y más. Sufrí muchos meses así. Pero me dio la gimnasia para ver en una nota de tres carillas, qué era lo principal. Fue impresionante. ¿Sabés que no se aprende nada del aire? Es todo ejercicio. ¿Sabés lo que hago todas las mañanas? El Sudoku. Para ejercitar. Y en el baño, ¿qué tengo? Palabras cruzadas.
-En el libro contás algo insólito. Que los periodistas tenían un solo trabajo y quedaba tiempo para la bohemia.
-Para ir a tomar copas al centro, ir a comer, charlas, el intercambio, saber de cada uno. Los principales jefes iban a un restaurante -podía ser alguno de Avenida de Mayo, en invierno, para comer puchero- a esperar que terminara el diario y a eso de la una se los llevaban para que lo vieran por si había algún error. Y los muchachos también, los reos, iban de copas al bar El Reloj, en Lavalle y Maipú. “Anotálo, anotálo”, decían, y a fin de mes pagaban una cuenta impresionante. Y los restaurantes que tenían los diarios. El de La Prensa era impresionante, a veces iba a comer (Jorge Luis) Borges, (Leopoldo) Marechal apareció una vez. El de Clarín era un bodegón. Me acuerdo que Horacio Pagani, el de deportes, venía siempre a comerme la ensalada. Había un lindo clima en la redacción de antes. Un clima donde todos conversábamos de todos los temas con todos.
Cachetazos para no creérsela
-En TV empezás con la democracia, en 1983, en Telenoche.
-Llego por Sergio Villarruel, que era el conductor del programa y nos conocíamos de Radio Del Plata. Tenía un minuto y medio para contar lo que había pasado en la economía. “Te va a cambiar la vida la tele -fue lo primero que me dijo-. Pero eso sí: si te la llegás a creer, el primero que te va a dar un cachetazo, soy yo.”
-¿Cómo hacías para contar la actualidad económica en un minuto y medio?
-Salía de Clarín, cruzaba Plaza Constitución y llegaba al anochecer al canal. Lo escribía como un cuentito, tenía que arrancar con algo contundente, desarrollar de la forma más clara posible y el final, un cierre fuerte. Mientras no estaba en el aire, lo memorizaba, hasta que me salía solo.
-¿Qué te dijo tu familia cuando te vio por primera vez en la tele?
-Que me comprara ropa.
-Hablaste de la bohemia pero, por lo menos desde inicios de los 80, tenías muchos trabajos a la vez.
-Sí. El Turco Asís me hacía bromas porque en un momento tenía a la mañana como seis radios del interior, la Bolsa en Directo, después iba a Clarín más Ámbito Financiero. A fin de mes no das abasto: tenés el problema de ir a tantos lados a cobrar, me decía.
-¿Y por qué tanto?
-Me encantaba. Era crecer. En el fondo, te voy a ser honesto, era una revancha, para demostrar a los demás que yo lo podía hacer. Era un poco vago de joven, no creían en mí. Hasta que conozco a Chachi ¿Viste que la historia es antes y después de Cristo? Mi vida es antes y después de Chachi. Hasta los 22 años, todo lo que me pasaba era negativo. Llegó ella y cambió mi vida. Una sola vez tenés esa suerte. Dos, no. Como en el casino, no insistas si ganaste una vez. Se te dio.
-Hablando de casino, ¿los periodistas de economía timbean?
-Los que están acreditados en la Bolsa, todos. Pero podés equivocarte. A veces resulta que el tipo que tenía buen balance terminó en la quiebra. O no lo vimos bien y creímos que iba por seguir subiendo y bajó ¿Sabés por qué terminás perdiendo? Como en el casino, cuando vos te cebás, vas ganando y seguís jugando hasta que llega un momento en que el dueño del casino gana y vos, no.
-¿Juan Carlos de Pablo y vos fueron, de algún modo, pioneros entre los columnistas de Economía en televisión?
-”El Loco” explica bien pero no le gusta estar en los medios. A él le gusta que lo entrevisten largo, no para hacer un micro como hice yo con Villarruel, eso no es para él que habla media hora. Es muy didáctico, me encanta.
-En un país con tantas crisis, ¿cuál fue la peor noticia o la más difícil que tuviste que dar?
-En 2001. Porque durante la híper en la época de Alfonsín me acostumbré a estar con bolonquis todos los días, pero en 2001 vi gente desesperada en la calle, porque no hay nada peor que quedarte con los ahorros de la clase media. A la gente le podés hacer un ajuste, todo lo que quieras, pero a la clase media nunca le toques la plata de sus ahorros. Me pegó mal porque vi gente desesperada en serio.
-Si tuvieras que decir cuál fue tu momento más feliz en el periodismo, ¿cuál sería?
-Uno de los momentos más felices fue cuando recién empezaba y tuve que comentar para La Prensa la fiesta del equipo de José, de Racing, que salió campeón. Iba en el tren, desde La Plata, junto con la barrabrava, todos cantando y yo anotando cosas. Otro, cuando salió Ámbito, porque sentí que éramos dueños de hacer algo. A los tres años me fui, porque “el Pelado” Ramos era insoportable. Y el primer día en televisión, Sergio (Villarruel) me sentó al lado y me dije “A la mierda” porque te veía todo el mundo.
-En aquellas redacciones contás en tu libro que no había mujeres, al menos en las secciones fuertes. ¿Qué periodistas económicas hoy destacarías?
-Los tiempos cambiaron, por suerte. Me gustan Florencia Donovan, de LA NACIÓN, tiene muy buena información. Y es genial Silvia Naishtat, de Clarín. Son dos de nueve puntos a diez.
-¿Mejor ser liberal para hacer periodismo económico?
-No, liberal no. Pero no ser tan sectario ni de un lado ni de otro. Hoy en política, sí se busca lo extremo porque la gente odia los tibios, nadie vota centro, suponen que no va a cambiar nada. Tenés ganas de cambiar cosas y podés patear fuerte para cambiarlas. Eso es lo que está pasando.
-Pero me refiero a la formación, a los lineamientos teóricos de los periodistas en ese campo. Supongo que todos tienen que saber cómo funciona el mercado pero hay profesionales críticos del sistema capitalista
-Yo tengo que explicar, no hacer ideología. Tomaron tal medida, qué pasa con eso, a quiénes afecta, va a funcionar o no, puede fallar por tal cosa. Por eso me pidieron que hiciera economía, no para hablar a economistas sino para la gente. Yo te digo lo que va a pasar porque sé cómo va a correr el mercado. Y hay periodistas de pensamiento socialista que creen en una economía dirigista que me parece perdió fuerza. Fracasó la Unión Soviética. Fracasó ese modelo económico.
-Hay una foto excelente en tu libro de cuando en 1974 fuiste a Moscú, capital de la Unión Soviética presidida por Leonid Brézhnev. Estás con Miguel Bonasso, José Corzo Gómez, Sergio Villarruel, entre otros.
-Sí, fuimos invitados de muchos medios por el ministro José Ber Gelbard, éramos como 200, había de todo, de derecha, de izquierda, de centro, de arriba y abajo. Empresarios había un montón. Estaba en la misma habitación con Bonasso. A Gelbard lo recibieron con todos los honores. Me acuerdo que le comenté eso a Bonasso y me dijo “Y sí, boludo, si es uno de ellos”.
-¿Te gustó en ese momento Moscú?
-Mmm… Muy gris en esa época. La gente por la calle bien, muy pocos autos. De los cuatro países que visité del bloque soviético, me enamoré de Praga (capital de la entonces Checoslovaquia), era como caminar por un museo a cielo abierto. Maravillosa. El más cerrado de todos era Rumania de (Nicolae) Ceaușescu, era muy represiva, la gente miraba hacia los costados antes de contestar una pregunta. Y fíjate cómo terminó, lo fusilaron a él y a la mujer. Mientras que en Hungría un empresario, empresario del Estado, me contó cómo habían logrado tener más producción. De las mil hectáreas de la cooperativa, les dieron 20 por ciento a los productores. Ahí podían hacer lo que querían y venderlo en el mercado negro. Pero con la condición de que en el otro 80 por ciento duplicaran la producción. Y funcionó: triplicaron. Tenías que incentivar a la gente para que produjera más. El comunismo solo no te daba nada.
-Estás diciendo que el capitalismo funciona mejor que el socialismo…
-Sí, porque hace falta la zanahoria, el incentivo para producir. Pero el capitalismo no puede hacer lo que quiera, tiene que ser controlado. Lo primero que hizo Franklin Delano Roosevelt cuando ganó fue poner en caja a los grandes ricos, a Ford, a los petroleros, a todos, cuando querían monopolio. Y los frenó con la ley antimonopólica. Porque si vos dejás que hagan lo que quieran, siempre ganan los más fuertes.
-En el libro comparás a Javier Milei con Arturo Frondizi, ¿entendí bien?
-No, no los comparo, lo que comparo es el RIGI (Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones).
-¿Te definís como desarrollista?
-Si me preguntás, en el fondo soy un peronista desarrollista. Porque Perón, después de 1952 que fracasa, va por el desarrollismo que es la mejor política. ¿Por qué? Porque dice: “Bueno, señores, ahora hay que producir”. ¿Y quién firma los contratos petroleros con la Standard Oil California? Perón. Empezó insultando a Braden (embajador estadounidense) para ganar las elecciones y terminó trayendo a Milton Eisenhower (el hermano del presidente) y arreglando con la California Company para sacar el petróleo de la Patagonia. Porque se dio cuenta que si no crecía, no podía repartir. Si no tenés, no podés repartir nada. El populismo boludo, lo único que quiere es repartir ¿De dónde la sacamos? ¿La torta es la misma? Sí ¿La torta sigue siendo la torta en 20 años? Sí. ¿Y qué está pasando con la miseria? No me jodan.
-El RIGI es una medida desarrollista.
-Exacto. Va a haber una explosión en minería en la Argentina. Porque explotó ¿Sabés Chile cuánto exporta? ¿De cobre y minerales? 42.000 millones de dólares al año. ¿Cuánto exporta la Argentina? 3000 millones. Si exportamos minería, si exportemos gas y petróleo, este país es otro. Nunca se pudo hacer porque “la máquina de impedir”, como dijo Emilio Perina, existe, existió y existirá. Muchachos, ¡hay que pasarle por arriba a la máquina de impedir!
-Muchos expertos dicen que los ajustes liberales ya los vivimos y sabemos cómo terminan.
-Sí. Pero lo que no vivimos es un tipo cortando lazos del Estado, la joda que había en muchas empresas. Cortó la obra pública. Nunca nadie cortó la obra pública. Y además, nunca se había llegado al déficit cero. Esta es la primera vez.
-¿Entonces sos optimista?
-No. Digo que es la primera vez que están haciendo algo diferente. Después cómo termina, veremos.
“El poder está muy diluido”
-¿La palabra oligarquía se sigue usando? ¿quiénes son?
-No. La oligarquía era la terrateniente, la del campo, los exportadores de granos. Que hoy exportan 30.000 millones de dólares. Podría ser una oligarquía, pero venida abajo en un país muy pobre. Presionaron por una devaluación durante meses. Todos los medios decían que había que devaluar. No devaluaban. ¿Qué hicieron? En octubre tuvieron que liquidar todo porque se dieron cuenta que este tipo no va a devaluar. O sea, el poder está muy diluido.
-En el libro elogiás a Mauro Viale como productor y periodista, ¿por qué te peleaste con él?
-En un pase en América 24. Había una manifestación enorme contra Cristina Kirchner, en noviembre de 2012, y dice “Esos fascistas en la plaza”. Y se me chispoteó el español contenido que tengo adentro y digo, al aire, que en esa plaza estaban mi hija y mis nietas. Y después empieza a hablar mal de Israel. Le dije nazi. Porque yo soy projudío… en fin, se armó quilombo y se cortó. Todavía está en YouTube.
-Bebo, cerremos con tus nietos, a quienes mencionás con detalle en el libro.
-Tengo siete nietos: León y Antonio, por parte de mi hijo Enrique, el menor, y Dolores, que viven en Madrid; Oliver y Pía, concebidos por vientre alquilado, son de Juan Manuel, el del medio, y Will, y viven en Virginia, Estados Unidos. Mi hija mayor, Sara, igual que mi mamá, es la única que vive en Buenos Aires, fue productora muchos años en América (ahora está sin trabajo), es separada y tiene tres hijas: Manuela, Catalina y Sofía, mis nietas más grandes, que un día, me dieron una sorpresa: “Vení que te queremos mostrar algo”, me dijeron. Se habían tatuado las tres el número 1938, el año de mi nacimiento.
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