
El músico pasó por Bogotá, tocó y conversó con RS sobre el intercambio musical entre culturas.
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Bogotá se paralizó el 2 de mayo y no precisamente por la visita de Pedro Aznar. Los grises nubarrones que descargaban un aguacero incesante acompañaron una jornada donde los buses no salieron y la capital colapsó hasta el punto de que colegios, empresas y universidades se vieron en la penosa obligación de improvisar un aburrido y arbitrario festivo.
A pesar del malestar, la apatía y el tedio, sumado a las interminables filas, empujones y gritos que soporté resignado en el Transmilenio, logré llegar al mediodía de ese martes inusual a las instalaciones de la Universidad Nacional de Colombia para entrevistar a Pedro Aznar y luego asistir al concierto que en la noche ofrecería en el Auditorio León de Greiff como apertura a la tercera versión del Festival de Música Fusión.
Transcurrieron unos largos minutos donde me informaron que el músico no me iba a conceder la entrevista sino hasta el día siguiente. Ofuscado me retiro del lugar sin pedir explicaciones, convencido de que los caprichos de los artistas son una verdad disimulada. Sin embargo, debo quedarme, pues dadas las circunstancias de orden público sería un disparate ir en busca de refugio más allá del perímetro de la desolada universidad. Medito y me pregunto si es posible que las manos que alguna vez escribieron el verso "¿Cuál será tu nombre/ después de la lluvia?" sean las mismas de alguien al que en mis adentros ya había tildado de "mala leche".
Decido entonces despojarme de la furia que me sobrepasa y entro a la sala donde realizan la prueba de sonido. Lo busco con ojos inquisidores y lo vislumbro en medio del barullo de técnicos e ingenieros. Tan sólo me basta verlo en su silla ensayando los primeros acordes de "El Beso" para darme cuenta de lo absurdo de mi soberbia pataleta, pues alguien que corteja a los ángeles con su canto debe resguardar cuidadosamente su voz para que fluya inmaculada a la hora del recital.
Silencioso, en las penumbras del auditorio, me contagio de la calma que brota de Aznar y aguardo las tres horas que me separan del concierto. Percibo el nerviosismo de los organizadores. No esperan más de una centena de asistentes. Afuera, y contrario a lo presupuestado, más de setecientas personas, que supongo hicieron mil maromas para arrivar al lugar, llegan lentamente, convencidos de que adentro se olvidarán de la ciudad en caos. No estaban equivocados.
Durante más de dos horas, el cantante y compositor argentino regala un recital compuesto, en su mayoría, por temas de Aznar Canta Brasil [2005], su más reciente producción como solista; Mudras [2003]; Parte de Volar [2002] y Cuerpo y Alma [1998]. También hay tiempo para despertar las nostalgias con "Tu Amor" [clásico grabado a dúo con Charly García en 1991 para el álbum Tango 4], además de una meditativa versión de "A cada hombre, a cada mujer", una balada compuesta por Aznar para Serú ‘92, trabajo que marcó el regreso de Serú Giran diez años después de su disolución.
Escoltado por Facundo Guevara en la percusión y Andrés Beeuwsaert en los teclados, Anzar habla poco entre tema y tema. Deja la música como testimonio indeleble de una carrera consagrada por el talento y la disciplina. Hechizados por una voz cadenciosa, amalgamada armónicamente con el sonido refinado de su bajo fretless, los espectadores se desbordan en aplausos y obstinados piden más. Sonriente, el bajista vuelve a lo suyo y hace tres encores.
Cuando parece ser que el concierto ha llegado a su fin, un ritual de íntima comunión filial se consuma en el escenario. Mientras unos dan la espalda y se van, otros observan maravillados cómo Pedro sale de las bambalinas con un bajo acústico en sus manos y se sienta al borde de la tarima para cantar en francés un blues nostálgico, secundado por Facundo en el tambor, Andrés en la melódica y las palmas acompasadas de un público conmovido que a esas alturas del partido poco o nada le importaba lo que estaba sucediendo en la calle.
Mientras termina de hablar con los periodistas en el lobby del hotel, me fumo un cigarrillo en compañía de Cosme De Oliveira, manager que ha acompañado a Pedro durante más de ocho años. Me cuenta, con un acento que oscila entre el argentino y el portugués, sobre la necesidad de dar a conocer nuevos sonidos entre la uniformada juventud a través de artistas no convencionales que, como Pedro Aznar, ofrecen música latinoamericana difícil de etiquetar, pero fácil de reconocer, no sólo por el idioma.
Nacido en Buenos Aires hace 47 años, Pedro Aznar, como casi todos los de su generación, encontraron en el rock la fuerza necesaria para decidir hacerse músicos. "Me acuerdo en líneas generales de la sensación que me daba escuchar música rock. Recuerdo salir con la bicicleta a dar un paseo por el barrio y volverme a toda velocidad a mi casa para ver si encontraba en la radio una música que unos muchachos estaban escuchando en la esquina. Era como una corriente eléctrica que atravesaba el cuerpo", dice Aznar para luego rememorar el instante en que sus padres le regalaron providencialmente Revolver de los Beatles. "Lo pedí especialmente porque era el último de los Beatles. Ni sabía cuál era y resultó que fue ese disco maravilloso…recuerdo que no entendí mucho de lo que pasaba porque es un disco muy experimental. Creo que me esperaba un poco más el "yeah yeah yeah" de los principios. Y recuerdo que en algún momento dudé si eran los Beatles o me habían comprado otra cosa. Entonces miraba la carátula que, por cierto, es bastante extraña también y dije: «¿esto
será o me engañaron?». Y después, con el tiempo me di cuenta que no, que era eso y nada menos que eso".
Treinta y siete años más tarde, luego de haber interpretado varios temas de los Beatles como "Because", "Across the Universe" e "Isolation" –este último, un desgarrado tema de la producción en solitario de Lennon–, el bonaerense incluyó dentro de su grabación Mudras un homenaje a sus ídolos con una acrobática versión de "Tomorrow Never Knows", en la que se hizo colgar del techo como John Lennon lo había deseado en su época.
Iniciado el camino bajo la sombra de los Beatles, la música brasileña, el jazz y el folclor de su país, Pedro Aznar comienza una fulgurante carrera musical al lado de Madre Atómica y Alas, para luego unirse a Serú Giran, donde brilla con luz propia. Este fue el pasaje de abordo para convertirse en el bajista oficial de Pat Metheny, con quien gana tres premios Grammy. Se me hace inevitable preguntarle si fue difícil separarse de ellos. "No, difícil no. Uno se va y se acabó (risas). Lo difícil es siempre
cómo sigue. Cuando uno termina algo, la pregunta es: ¿cómo sigue esto? El mayor desafío es el cambio. En ambos casos la motivación ya estaba, era un llamado interior sentido con mucha certeza. Entonces no hubo ninguna confusión al respecto. Fue una decisión tomada con mucha tranquilidad porque tenía un fundamento muy profundo. Era por un buen motivo: una necesidad artística personal".
En esa búsqueda interior, el bajista no sintió haber estado solo. Desde el lanzamiento, en 1982, de Pedro Aznar, su primer álbum como solista, el músico ha trabajado con personalidades como Atahualpa Yupanqui, Susana Baca, Nana Vasconcelos, Soda Stereo, Luis Alberto Spinetta, Mercedes Sosa, Caetano Veloso, Fabiana Cantilo, Santa Sabina, entre otros a los que no duda en agradecer por ser parte fundamental de su reconocido sonido. "He trabajado con muchísima gente; he pasado por muchos grupos de muy distintos estilos y dinámicas internas. Todas esas cosas han sido escuela para mí. Yo he aprendido mucho en cada una de esas instancias. Eso me ha dado la oportunidad, además, de ir asimilando cosas y poder ir volcándolas a lo que yo hago como solista. Y en ese sentido siento que mi carrera musical ha estado llena de regalos".
Cae la tarde del miércoles enfundada de nuevo por la lluvia. El fotógrafo pide a Pedro un ángulo para aprovechar el último resquicio de luz que le queda al día. En la pausa, tomo ánimos para preguntarle por la dictadura. Espero una evasiva. No obstante la respuesta es vehemente, Aznar se deja ver taciturno y evoca el contrasentido que significó haber vivido los momentos de más gloria al lado de Serú Giran, mientras los altos mandos militares cegaban la vida de miles de inocentes. "Nosotros no estábamos solamente disfrutando sino que estábamos padeciendo un clima de opresión como todo el país. Teníamos que hacer ciertos rodeos en lo que escribíamos para escaparle a la censura, decir las cosas un poco en código para que lo entendiera la gente y no los censores. Ahora yo pienso que la real dimensión asesina que había tenido esa dictadura nos llegó a todos como sociedad con la caída de la misma. Cuando empezaron a salir a la luz los horrendos crímenes que habían cometido, la sociedad Argentina cobró conciencia".
Al escucharlo, pienso que la poesía, otro de los oficios diestramente practicados por Aznar –es de recordar Pruebas de Fuego, editado en 1992 y Dos pasajes a la noche, próximo a ser publicado–, surgió de esa fatídica necesidad de esconder la realidad. Por fortuna me equivoco. "La poesía yo creo que me la encontré un poco fortuitamente en libros que tenía mi madre y que yo bajaba de un estante y leía. No sé si es un recuerdo o un invento que hago ahora; la memoria tiene esos vericuetos extraños. Creo recordar que lo que me llamaba la atención era el poder que tenía la rima: un poder musical. Esa forma de juego que tiene la poesía con el lenguaje que me permite usarlo no solamente para decir «mesero, un agua tónica con limón» (risas), sino para apuntar a diferentes lugares".
En este instante, sin habérselo preguntado, asocia el quehacer de poeta con el de letrista y expone algunos ejemplos de rockeros considerados por él como verdaderos rapsodas. "Hay grandes poetas que no se han dedicado a la poesía fuera de hacer canciones. Aunque no ha publicado ningún libro de poemas, no podemos negar que Joni Mitchell es una gran poetisa. A Bob Dylan se lo conoce por la poética de sus canciones, es un tremendo poeta. Yo creo que el hacer canciones es un don extra del poeta, es un brazo de la poesía que uno tranquilamente puede tomar por ahí y solamente por ahí. Pero creo que el título poeta se lo tiene por merecimiento lírico, en el sentido de su lira. Si la lira es excelente se es un poeta. No importa lo que se escriba".
Evoco las palabras de Cosme en el lobby del hotel. Dilucidó que no es éxito ni fama lo perseguido por Aznar a lo largo de su carrera. Desde la trastienda, en la privilegiada posición del ilustre desconocido, su intención ha sido y será regocijarse en la inmensidad musical latinoamericana, dejarla hablar libremente con el mundo sin chauvinismos coléricos. "Creo que el diálogo entre distintas culturas siempre es fértil en tanto no sea una invasión. Esa es mi pregunta y ese es mi reparo a la globalización. Cuando alguna gente pone a la globalización como una oportunidad de enriquecimiento cultural, yo digo «sí, fantástico», siempre y cuando sea multidireccional. Es decir, que vaya en todos los sentidos posibles. No desde un lugar o desde una manera única de ver las cosas. Para mí, globalización bien entendida es un diálogo fecundo entre todas las posibilidades culturales que hay".
Se levanta de la mesa donde hemos hablado. Me aprieta la mano cordialmente y como si fuera una confesión, no duda en afirmar que él es un reflejo directo de la forma como el mundo escucha en la música latinoamericana un mestizaje particular que significa identidad. "Creo en una identidad de la música latinoamericana en cuanto y en tanto son reconocibles en todas partes del mundo. Tenemos una música que se presenta muy bien a sí misma, dialogando abiertamente con otros lenguajes aparentemente foráneos, como el jazz, el rock y la música clásica europea. Si yo me tuviera que describir a mí mismo diría que soy un músico popular contemporáneo sudamericano".




