Dueña de una belleza atemporal y arquetipo del allure, fue además una humanista comprometida y la primera estrella del cine en llevar su vocación benefactora hasta Africa
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Favorita de Hollywood y musa de Givenchy, Audrey Hepburn fue también la primera diva solidaria: madrina de Unicef desde 1955 hasta su muerte, en enero de 1993, su compromiso con la entidad la llevó a recorrer Somalia, Kenia, Bangladesh, Guatemala, Honduras y El Salvador, entre otros países, donde llegó a dar hasta quince entrevistas en un día para promocionar el trabajo de la ONG en favor de la infancia. "Sé perfectamente lo que Unicef puede significar para los niños, porque yo estuve entre los que recibieron alimentos y ayuda médica al final de la Segunda Guerra Mundial", dijo la actriz en el momento en que fue nombrada Embajadora de Buena Voluntad, en 1989. "Tengo una enorme gratitud hacia Unicef y una confianza sin límites en la tarea que realiza", agregó.

Encarnación perfecta de un ideal de elegancia y belleza que la convirtieron en ícono de la moda y en una de las divas más admiradas de su época (¿qué mujer no soñó ser ella viendo la escena inicial de Breakfast at Tiffany’s, cuando pasea por la Quinta Avenida enfundada en un vestido tubo largo negro y oculta detrás de unos anteojos de sol se detiene frente a la vidriera de la famosa joyería), Audrey Hepburn había nacido el 4 de mayo de 1929 en Bruselas, Bélgica. Unica hija de
Joseph Victor Anthony Ruston, un banquero británico, y su segunda mujer, la baronesa Ella Van Heemstra, de chica soñaba con ser bailarina, hasta que brilló en un pequeño papel en una película francesa y Colette le ofreció ser su Gigi en una adaptación de la obra que había sido suceso en Broadway. Después llegaría su protagónico estelar en Vacaciones en Roma, junto a Gregory Peck, y Sabrina, mítico film de 1954 en el que conoció a Hubert de Givenchy (el diseñador hizo el vestuario), un encuentro que marcaría el principio de cuarenta años de amistad y cambiaría el resto de su vida. Motivado por su elegancia natural y su manera de desenvolverse, Givenchy se inspiró en Audrey a lo largo de todas las colecciones que llevaron su firma, y la transformó en símbolo de una nueva feminidad, pícara, ligera, delicada y extraordinariamente sofisticada.

A fines de los 60 se retiró del cine (sólo volvió a filmar en contadas ocasiones) para ocuparse de su familia y dedicó los últimos veinte años de su vida a Unicef. Además de sus visitas sobre el terreno, colaboró incansablemente de distintas formas: diseñó tarjetas para recaudar fondos, formó parte de la Cumbre Mundial de la Infancia, fue anfitriona de las ceremonias de entrega de los premios Danny Kaye International Children’s Award y participó en innumerables eventos benéficos. En diciembre de 1992 Audrey recibió la condecoración civil más importante de Estados Unidos, la Medalla de la Libertad y, ese mismo año, ya enferma de cáncer, volvió a recorrer Somalia para ayudar a chicos desnutridos en nombre de Unicef, un esfuerzo que agrandó más su leyenda
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