Dolores Fonzi ama el cine. Es más, se considera una cinéfila, al punto tal de reconocer que su mejor plan es ir al cine. "No pasa una sola semana sin que vaya". Incluso se armó una pequeña sala en su casa con pantalla y proyector. "Hablo de películas con mis hijos, con mis amigos, con mi pareja". Santiago Mitre es su pareja. Juntos ya compartieron los sets de La patota y La cordillera y sueñan con un proyecto vinculado a la temática feminista con diversos títulos atravesados por la cuestión, de profunda vigencia y replanteos.
Imposible que en su casa no se hable de guiones y planos. De títulos propios y ajenos. De influencias y quiebres. De cine. "Uno existe cuando se enciende la cámara. Hay algo de la cámara que me gusta mucho", reconoce casi en plan de confesión fetichista. Se la nota expectante ante el estreno de Claudia, la película de Sebastián de Caro que se estrenará este jueves y que la cuenta como protagonista excluyente.
Con todo, no es éste, precisamente, el mejor instante de su semana. Se le percibe la pesadumbre por tener que responder. Es que no todo lo que conlleva un trabajo por el que se tiene profunda vocación tiene que resultar agradable. Para ella, la tarea de contar su labor, de enfrentar a los periodistas es una obligación poco amistosa, pero ineludible. No la pasa bien respondiendo. Nos lo dice. Se sincera sin incomodar al interlocutor. Es casi una confesión que esconde un pedido de ayuda. "Hacémela fácil", pareciera suplicar tácitamente. Hace especial hincapié en que, en más de una oportunidad, sus dichos fueron desvirtuados. Eso la pone en estado de alerta. De hecho, llega a la entrevista con LA NACION molesta porque su nombre circula en los gossip a partir de un entredicho con Flor de la V por la salida de la conductora del colectivo Actrices Argentinas que ella integra.
Más allá de los reparos, Fonzi se dispone a hablar. A contar y contarse sobre el inminente estreno que la devuelve al cine, a ese refugio que es su lugar, su lenguaje en el mundo. Y para el que tiene un rostro que se lleva muy bien con el lente. Una mirada a la medida del cine. A ella le cabe lo que alguna vez dijo José Martínez Suárez: "Estoy hecho de cine".
Le traen un modesto vaso de plástico con café, pero pide un tazón generoso y de sólida cerámica. Agradece no hacer fotos al aire libre porque no desea salir con el tapado puesto. Más allá de las razones, lo cierto es que el outfit le sienta tan bien que sería una pena ocultarlo con un abrigo. Su vestuario es no convencional. Como ella. Como Claudia, esta historia que abrió la última edición del Bafici es todo un reto para los espectadores. Se debe salir de la zona de confort para adentrarse en un relato no lineal y creativo con intertextualidades varias sobre el mundo del cine. No podía ser para menos tratándose de un film dirigido por Sebastián de Caro y protagonizado por Fonzi.
"No puedo separar al personaje de la película. Y, justamente, se trata de una película jugada. No busca ser convencional. No es una historia costumbrista", explica. Claudia, su personaje, el que le da nombre al film, es un ser inquietante: "Es disparatado, exigente consigo misma. Es un personaje loco, sale de lo común, de lo que se ve en el cine argentino. Es maníaca y eficaz, pero algo le sale mal". En la ficción, la actriz interpreta a una organizadora de eventos, obsesiva con su trabajo, que debe reemplazar a una colega como wedding planner de un casamiento muy importante. Por, según su criterio, encontrar problemas edilicios en el lugar de la ceremonia, decide mudar la boda y, así da comienzo a una sucesión de curiosos acontecimientos. Lejos de poder encuadrarse en un género determinado, la película transita diversos lenguajes y recursos estilísticos desde el punto de vista narrativo.
–Claudia es una historia que no se puede encorsetar.
–Estas películas abren una brecha en lo creativo. Lo importante es apostar a ideas más jugadas. Es un gesto que avala la creatividad del director. Abre un camino para otros que quieran salirse del mandato del cine nacional.
–Hay una zona lúdica en cuanto a la decodificación del espectador.
–Es un ejercicio, un juego. Se le dio lugar a eso. Hay gente que sale contenta y hay un público que necesita ir al cine para entender más cosas. A mí me gusta ir al cine para confundirme y en ese sentido esta película lo puede lograr.
–Incluso transita varios géneros. Y está atravesada por guiños para los cinéfilos.
–Me gustó hacerla, me requirió gran concentración porque el personaje tiene mucho texto.
–El elenco es muy teatral. Hacen un muy buen tándem con Laura Paredes. Aunque en realidad la propuesta original era para otra actriz de Piel de Lava, ¿no?
–La amo a Laura y el elenco me encanta. Es cierto, en principio no la iba a hacer yo sino Pilar Gamboa, pero no pudo estar porque tenía un contrato con Polka, entonces me llamaron a mí. Como tenía diciembre libre, lo hice. Me metí en el proyecto dos semanas antes del rodaje.
A pesar de su devoción por la pantalla grande, la televisión es un espacio que transitó, y transita, con asiduidad. Desde pequeñas participaciones en culebrones del Canal 9 de Alejandro Romay, como Ricos y famosos, hasta protagónicos en el Mujeres Asesinas de Polka, Fonzi recorrió los estudios de televisión con una regularidad que le permitió convertirse en una actriz conocida por el gran público: "La tele es como un cine medio desvirtuado, es más informal. Hay que tirar veinte escenas por día, es un ejercicio, como ir al gimnasio. El cine tiene una ritualidad más compleja que me encanta, requiere de una concentración diferente", explica la actriz que no reniega de su paso por la pantalla chica ni por el teatro: "Lo importante es el equipo de trabajo. Si el grupo humano es bueno, lo paso bien".
–Consultar a la actriz por las zonas comunes con el personaje que le toca interpretar es casi una obviedad. Pero, en Claudia, personificás a alguien muy misterioso, con capas y subterfugios que no están expuestos a una primera mirada. Recurro a la obviedad: ¿eso te acerca o te distancia de ella?
–Hay algo del control de las cosas, en que todo tiene que ser como me parece, que me identifica. Eso nació con la maternidad, porque tengo a cargo dos personas y hay algo que, te guste o no, lo tenés que hacer. Con el tiempo también uno se va volviendo más maníaco. Pero lo digo a grandes rasgos, no en lo concreto. Claudia es una solitaria que se dedica solo al trabajo.
–Claramente una workaholic.
–Eso no soy. No me gusta el trabajo.
La chica nacida en la ciudad de Buenos Aires y criada en Adrogué, luego de la separación de sus padres, suelta su primera carcajada. A pesar de lo tedioso que le resulta dar una entrevista, poder hablar de cine la relaja. Ríe con su ocurrencia, mientras comienza a saborear su café servido en un tazón magnánimo.
–Ni adicta ni renegada del trabajo. En ese equilibrio, ¿cómo se inserta el ocio?
–En realidad, me encanta el trabajo, me gusta filmar. No me gusta la parte de prensa, claramente.
–Nos quedó claro...
–Pero si te hacen una buena entrevista y terminás reflexionando sobre aspectos de la película que no habías pensado antes, eso es, de alguna forma, el cierre del trabajo.
–¿Sería una suerte de ejercicio de distanciamiento y poder mirar desde afuera lo propio?
–Sí, en parte es eso, pero también pienso si a la gente le puede interesar lo que uno opina. Actuar tiene que ver con el juego, pero las entrevistas son parte de un plan más serio. Reflexionar sobre el personaje te pone a hablar en términos formales.
–Hay mucho de psicología en eso. Verbalizar para pensarse a uno mismo.
–Sí, aunque acá no está el terapeuta que se queda mudo, sino que, lo que uno dice, se replica por todos lados.
Compromiso
–Tu trabajo es público. Claramente, eso no da derechos sobre la difusión de tu vida privada. Teniendo en cuenta que es inevitable desconocer facetas privadas de un artista público, y que eso no genere interés, ¿cómo construís esa frontera para preservarte en torno a tus cuestiones más íntimas?
–No me gusta que subestimen al público con titulares que destruyen en lugar de construir. No me gusta la polémica, la cosa enrarecida, cuando hay tantos temas buenos para hablar. Me molesta mucho la cantidad de inventos que existen.
–¿A qué te referís?
–Por ejemplo, el tema de las fake news en la política de todo el mundo. Admiro a los periodistas buenos, a los que piensan que pueden cambiar las cosas, aún con impacto. Me molesta el que tira basura. La gente necesita otra cosa. De todos modos, creo que si tirás basura sos un poco basura.
–¿Hay necesidad de las audiencias en determinada práctica de consumo o simplemente el público consume lo que tiene a mano?
–Antes de las PASO se venían diciendo barbaridades en los medios y el pueblo puso un parate. Se cortó la mentira que hay que ajustarse por el bien del país. Nadie creyó. Y ahora están los periodistas panquequeando. Es absurdo pensar que hay que pasarla mal para estar bien.
–¿Qué reflexión te merece el resultado de las últimas elecciones con vistas a las de octubre?
–Siento que antes del kirchnerismo no se hablaba de política. Se instaló el debate y eso es bueno. Y pienso que el Frente de Todos no es kirchnerismo solamente. Es de todos y eso es lo que más me gusta. La gran esperanza es que, dentro de un sistema capitalista, hay un frente en el cual, si están todos y si se organizan, puede ser, a largo plazo, uno de los mejores gobiernos de la historia.
–¿Cómo se encuentra hoy el colectivo Actrices Argentinas del que formás parte activa?
–Seguimos organizadas, nos reunimos en asambleas y pensamos acciones a futuro. Hay algunas cosas que todavía no se pueden decir, pero que van a pasar.
–¿Nuevas denuncias?
–Seguir visibilizando cuestiones, acompañando. Esto va de la mano de los movimientos de mujeres a nivel mundial. Acá están las pediatras, las periodistas, las cineastas.
–Las actrices, por cuestiones obvias, tienen una visibilidad mayor, lo cual no es poco para difundir y concientizar.
–El sistema nos dio popularidad y, dentro del sistema mismo, lo acusamos de injusto. No nos pueden sacar el micrófono. Ese es el lugar que tenemos y es una responsabilidad. Fue emocionante darnos cuenta que ese poder es nuestro.
–Si tuvieras que hacer un balance, ¿considerás que hay algún cambio de mentalidad y prácticas de acción en torno a los estamentos de poder del medio?
–Todo el mundo está reflexionando. Pensando qué queremos y hacia dónde vamos. Es un momento de aprendizaje. Van cambiando cosas, hay situaciones que ya no pueden pasar de ninguna manera. Hay una conciencia que empieza a aflorar.
–¿Es una conciencia que se incorpora cabalmente o, en algunos casos, se ejercita sin convencimiento por miedo a...?
–De la manera que sea. Por miedo y para que luego entiendas, o viceversa. El trabajo colectivo es el que importa. Y en ese trabajo hay hombres que acompañan. Se va virando hacia una igualdad. No hay otro camino. El movimiento de mujeres es enorme.
Resiliente
–¿Cómo se encuentra tu salud?
–Estoy muy bien. Entera. Volví a trabajar enseguida.
–Realmente muy rápido, eso habla de tu buena recuperación.
–Fue un período corto que se vuelve más extenso en la reflexión. En comparación con millones de otros casos de esta enfermedad, tuve mucha suerte.
–¿Cuál fue concretamente el diagnóstico y el tratamiento?
–Fue un cáncer de mama. Me hicieron cirugía mayor, una mastectomía. Pero no perdí ninguna parte del cuerpo.
–Luego de este episodio, ¿se modificó tu perspectiva sobre la existencia?
–Sí, cambia la mirada.
–¿Existía miedo por vos o por tus hijos?
–Por mí. Siento que hay millones de niños huérfanos que pierden a sus padres. Los míos iban a encontrar una red. Uno piensa que todo puede pasar, te entregás al destino. Lo importante del tema es la concientización con respecto a los estudios. No es solo el tacto lo que te salva. Hay que hacerse los estudios anuales.
El tazón de café por la mitad. Una mirada a la responsable de prensa a modo de salvataje. Ya se habló demasiado. Sobre todo, para alguien que no disfruta del ritual. La mamá de Lázaro y Libertad, hijos que son fruto de su vínculo con el actor mexicano Gael García Bernal, se dispone a posar para el fotógrafo. Está claro que lo suyo es mirar la lente. Decirse con las miradas. Es en esa zona donde se maneja con más comodidad que con las palabras. Al menos con esas que desnudan su intimidad y no se escudan en un personaje.
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