Las confesiones de Julia Zenko: de los secretos de su familia al abuso que sufrió de chica
La cantante presenta su primer libro, Jaie Sure, donde habla de sus padres y abuelos, de su infancia y del duro episodio que recién ahora pudo contar
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Este viernes 9 de mayo, a las 19, Julia Zenko presentará su primer libro en el Pabellón Amarillo de la Feria del Libro de Buenos Aires. Editado por Galerna, Jaie Sure, título de la obra, es su nombre en idish y la forma que la llaman en su casa natal.
Se trata de un texto que la popular cantante empezó a pergeñar durante la pandemia, en las largas horas de soledad. Le pareció un buen momento para repasar su vida, centrándose en su infancia y adolescencia. En él logró un viaje íntimo a su historia personal, quizá como forma de reconciliarse con un pasado que no fue fácil.
A lo largo de las 122 páginas, Julia Zenko revela secretos familiares y abre su corazón para contar algunas vivencias que intentó olvidar durante años. También habla de su desafío a los mandatos familiares, de un abuso que sufrió a los 8 años y de cómo la música fue un refugio en su vida y también una forma de sanar sus heridas.
Sus primeros años
Sobre sus primeros años de vida, la artista cuenta: “‘Cuando vos naciste casi me muero yo... y vos también’, repetía mi mamá. Placenta previa. Hemorragias. Transfusiones de sangre para ella. Casi una tragedia. Así llegué a este mundo, un 30 de octubre de 1957… Nací en el seno de una familia humilde. Papá era aparador de zapatos; mamá, ama de casa. Recuerdo la entrada que daba al comedor. Más allá estaban el taller de papá y el dormitorio de mis padres. Yo dormí con ellos los primeros años de mi vida. Había un baño, luego la cocina y a un costado, un pequeño patio. Creo que los golpes del martillo que usaba mi papá para trabajar y la máquina de coser zapatos fueron la primera música que escuché (...) Cada día comíamos en la mesa del comedor. Se miraba la televisión y casi no circulaban palabras. Yo miraba. Observaba todo con mucha atención. En la tele pasaban Grandes valores del tango. Y películas argentinas con música. También se escuchaba la radio. Mis viejos amaban la música y el teatro. Iban al cine. La música era una integrante más de la familia. Me acuerdo de mi papá cantándole al lunar que tengo cerca de la boca: ‘Ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a tu boca, no se lo des a nadie, cielito lindo, que a mí me toca. Ay, ay, ay, ay, canta y no llores, porque cantando se alegran, cielito lindo, los corazones’. ¿Será esa canción la que marcó mi camino con el canto?”.

La relación con su hermano Juan
En su autobiografía, Julia también se refiere a su relación con su hermano, el actor Juan Trzenko: “De chiquita tuve una tortuga. Mi hermano le sacó un ojo con la aguja de tejer de mi mamá. Juan estaba celoso y hacía de todo para molestarme. Un día le cortó el pelo a mis muñecas. Era asmático. Tuvo su primer ataque cuando yo nací. Me hacía bromas pesadas (ahora se lo llama bullying): se reía de mis orejas (me decía Dumbo), de mi nariz (’Hola, narigasnada’, me saludaba), inventaba motivos para enojarme. Él, lindo, inteligente, rebelde, con orejas chatas y una hermosa nariz; bailaba rock, nadaba, jugaba al ping-pong, ganaba medallas, era muy lector", describe la cantante y actriz.
“Juan fue una gran influencia para mí en la música y el teatro –prosigue–. Yo lo veía y lo escuchaba con mucha curiosidad y atención mientras hablaba con mi familia y con amigos. Él no lo sabía, pero era un referente para mí. Recuerdo que quiso ayudarme a ver lo que estaba sucediendo en nuestro país en ese momento proponiéndome que leyera libros que, desde luego, mi mamá se encargó de tirar a la basura”.
“Siempre tuve problemas con mi peso”
La cantante dedica una parte de su libro a hablar de su relación con su cuerpo: “Siempre tuve problemas con mi peso. A los 12 años pesaba 72 kilos. Engordar, adelgazar, engordar, adelgazar. Estoy convencida de que si en vez de llevarme a médicos que me recetaban pastillas para no comer me hubiesen llevado a un terapeuta, habría sabido ‘exactamente’ el motivo de aquellos altibajos. Pero en esa época solamente los locos iban a terapia. Años más tarde llegué a la conclusión de que lo que me engordaba era todo lo que observaba y me callaba. Digo ‘adolescencia’ y veo la imagen de mis 15. Con ese peinado horrible, el pelo alisado (no se usaban los rulos) de peluquería y mucho spray. Bien con la silueta teniendo en cuenta que a los 12 pesaba 72 kilos. Y mi vieja, ¡llevándome a un médico que me daba medicación para adelgazar! Esas pastillas me ponían como loca y hacían que mi potasio bajara hasta el punto del desmayo".
La actriz y cantante define a esa Julia adolescente como “tímida e insegura”. En su relato se refiere a su primer novio. “Había adelgazado y hasta tenía novio, Mario. Lo había conocido en el club David Wolffsohn. Yo no iba habitualmente, pero una amiga me había invitado a una fiesta allí. Y ahí lo vi. Tan lindo, con el pelo largo rubio ceniza, la boca gorda, alto. Y con una sonrisa hermosa. Yo era muy tímida e insegura, estaba llena de miedos y complejos. Le comenté a mi amiga que me gustaba ese muchacho. Y me contó que era bueno, inteligente, pero que era sordo. Y que no hablaba muy bien. Te leía los labios. A mí no me importó eso. Me puse de novia. Yo 14 y él 17. Todo muy naive. Besos, abrazos. Me dejaban salir con él a bailar. ¡Sí! A bailar. Él se movía al sentir la vibración del piso y de un oído algo escuchaba. Me contó que se había quedado sordo de un oído a los cuatro años a causa de una fiebre muy elevada y que el otro se había dañado. Estuve de novia con él un año. Un día estábamos en mi casa, nosotros en el comedor y mi vieja, en la cocina. Empezamos a besarnos. Muy acaloradamente. Él, acariciándome, bajó su mano hasta mis piernas. Yo, en pollera. De repente, sentí que su mano iba hacia arriba directo a la zona prohibida. Le saqué la mano. Me asusté. Le dije que no quería. Enojada le dije que se vaya. Y se fue. Cuando cerré la puerta, me puse a llorar desconsoladamente. A la distancia, me doy cuenta que el lavado de cabeza de mi mamá estaba dando resultado. Corté con él. No sé si realmente quería hacerlo. Era virgen. Tenía 15 años”.

Historias de familia
“Cuando era chica me gustaba quedarme a dormir en la casa de mis abuelas. Aquellos eran sitios tan diferentes. Mi abuela materna, Jane, vivía en un departamento lujoso”, cuenta Zenko y describe: “Allí había muebles de estilo, espejos, sillas importantes. Ella siempre iba bien vestida, maquillada y peinada de peluquería, con las uñas impecables y con aroma a Chanel número 5. Me gustaba mirarla cuando se maquillaba. En su casa comíamos cerezas y frutillas. Por la noche usaba un camisón de seda que se ponía frente a mí dándome la espalda. Yo dormía con ella y mi abuelo David. Al principio, en el medio de los dos, y después, a los pies”.
En su relato, Zenko cuenta que “años más tarde” supo que su abuela “tenía un amante que pagaba todo”. “Desde chiquita se me ocultó gran parte de la historia familiar. Por ejemplo, que David (mi adorado abuelo), marido de Jane, mi abuela flaca, no era mi abuelo biológico. Casi me muero de tristeza cuando lo supe. Mi sheide. Con sus anteojos culo de botella, su toscano, sus chicles Adams, su pelo negro, su sonrisa franca, su mano agarrando la mía cuidándome. Él fue lo más lindo de mi niñez. Era peletero. Me llevaba a visitar a sus amigos en la calle Libertad. Recuerdo a uno que vendía cosas antiguas y que tenía un gato negro. Íbamos a comer a Edelweiss (que todavía existe), y yo arrodillada en una silla disfrutaba de mi postre preferido: frutillas con crema. Con él me sentía querida. Mi abuela Jane estaba muy presente en nuestras vidas. Ella ayudaba mucho a mis padres. Especialmente con dinero. Fue realmente un shock enterarme de que David no era mi abuelo de sangre y que ese señor al que visitábamos en Brasil era mi abuelo biológico".
Su abuela Jane se crió en un prostíbulo “de Polonia o Rusia, nunca me quedó en claro”, comenta Zenko y prosigue con el recuerdo de su familia: “Era hija de una prostituta llamada Paulina. Simón, uno de sus clientes, se enamoró de Paulina y decidió sacarla del prostíbulo y llevarse a mi abuela y a su madre por amor. En ese momento, mi abuela era chiquita. Tiempo después, Paulina se enfermó y murió. Ese señor ‘hizo’ su mujer a mi abuela y la embarazó. Cuando llegaron en barco a Montevideo, Jane dio a luz a mi mamá. El destino final del barco era Argentina, en el barrio de Avellaneda. Jane tenía 15 años. El barco hizo escala en Uruguay. Mi mamá nació allí, el 10 de marzo de 1929. Luego llegaron a la Argentina y se instalaron en Avellaneda donde tenía sede también una red de trata llamada Zwi Migdal formada por hombres que venían de Polonia y Rusia trayendo niñas para ejercer la prostitución, de la que evidentemente Simón formaba parte”.
El abuso que sufrió
En Jaie Sure, Julia Zenko cuenta por primera vez en su vida una situación de abuso que sufrió cuando tenía apenas 8 años. “Mi abuela Jane tenía una vecina modista con dos hijos. Yo iba a jugar mucho con ellos. Un día me mandaron a comprar hilos de coser al negocio de botones que había al lado del edificio en Avenida Corrientes 4907. Había ascensor, así que bajé y compré los hilos. Cuando volví vi que un señor pelado estaba parado en la puerta del edificio. La puerta estaba abierta. Cuando traspasé el umbral para subir al ascensor él me siguió y trabó la puerta con su pie. Recuerdo que tenía carpetas en las manos. Y la pelada que le transpiraba. Me dijo que me bajara la bombachita y que no tuviera miedo, que no me iba a pasar nada malo”, recuerda la cantante y describe luego la escena del abuso. Tras el hecho, ella subió a la casa de la modista “llorando”. “Estaba el marido, que bajó inmediatamente, pero ya no había nadie. No me acuerdo cuánto se preocuparon mi abuela y mi mamá por lo que había pasado. Y esto es lo que ahora me resulta más curioso de esta historia. Tengo como nublado el recuerdo. No sé si se los conté o me dijeron que me olvidara.Yo era muy chiquita. Creo que todavía no había cumplido ocho”.
Su amor por la música
Uno de los primeros recuerdos de su relación con el canto proviene de cuando terminaba séptimo grado en la Escuela Albert Einstein. “Estábamos preparando la canción de despedida y la maestra de música llevó un grabador para tener la canción grabada por si, debido a los nervios, olvidábamos la letra o la melodía. En un momento, cuando ya estaba todo preparado, ella nos dijo que los que mejor cantábamos nos situáramos más cerca del micrófono. Fue entonces que mis compañeros y compañeras dijeron: ‘¡Que Julia cante cerca porque es la que mejor canta!’. Aquello fue una sorpresa para mí. Nunca había reparado en eso de que cantaba bien.
Pero hay un recuerdo previo que la emparenta con la música cuando era más chica aún. “Si me remonto a los seis años recuerdo otro episodio con mi canto. Estaba en la fiesta de cumpleaños de mi hermano o, mejor dicho, en su Bar Mitzvá. Mi familia realizó una fiesta (pagada por mi abuela Jane, seguramente) con una pequeña orquesta y un maestro de ceremonias que entretenía a los invitados. En un momento, me llamaron para que cante. Y ahí estaba yo, cantando ‘El orangután’, de Chico Novarro. Muy desenvuelta, súper afinada y disfrutando del momento. La orquesta no tocaba. Yo cantaba solita a capella. Cuando terminé de cantar, el maestro de ceremonias, encantado con mi actuación, dijo: ‘Es una eximia cantante esta chica’, y una amiga de mi hermano le sacó el micrófono y agregó: ‘Y sin orquesta, señores’. Cuando en séptimo grado empecé a cantar sentí que algo estaba cambiando en mi vida. Y así fue. Más allá de mi personalidad temerosa, acomplejada e insegura, había una energía naciendo desde lo profundo de mi ser y que me acompañaba, dándome ese empujón necesario para, a pesar de todo, enfrentar esas situaciones”.
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