Reencuentro con una leyenda: Gary Cooper
Alto, delgado, buenmozo, mirada franca, gestos calmos y el laconismo como seña particular visible, Gary Cooper (1901-1961) era hijo de inmigrantes ingleses y había sido educado tanto en la granja familiar de Montana, donde nació, como en una rigurosa escuela de la patria de sus padres, donde llamó la atención por su talento para el dibujo. A esa extraña mezcla atribuyen algunos de sus biógrafos que de adulto pudiera combinar, en su carrera de actor, la rudeza del cowboy, la galantería de un aventurero y la formalidad urbana de un caballero cultivado. Fue El hombre del Oeste mucho antes de que Anthony Mann le confiara en 1958 el papel protagónico de su última película, y lo fue en algunas de sus películas más memorables, como A la hora señalada (Fred Zinnemann, 1952), o The Virginian (Victor Fleming, 1929, el western que él prefería), pero también el héroe de unas cuantas aventuras o el galán romántico de comedias que llevaban la autorizada firma de Lubitsch, Capra o Wilder. Lejos del histrionismo, Gary siempre prefirió la economía de recursos; solía mostrar un aplomo y una serenidad que a veces fue interpretada como inexpresividad. Sin duda sabía conferir a sus personajes algunas de las virtudes del simple hombre del Oeste, tal como las había aprendido de su padre, un abogado que llegó a integrar la Corte Suprema de Montana: la sencillez, la rectitud, la firmeza del carácter, la entereza moral; de ahí su identificación con el sheriff Will Kane de la obra de Zinnemann, un hombre que debe enfrentar solo a los bandidos a pesar de que la comunidad le niega su apoyo. Por algo fue uno de sus personajes más logrados.
No pensaba ser actor; llegó al cine respondiendo a los insistentes consejos de un par de amigos que sabían de su destreza como jinete y apreciaban (y quizá le envidiaban) la apostura: seguramente, decían, podría ganar buen dinero en Hollywood, donde se filmaban tantos westerns. No fue tanto: al principio cobraba diez dólares diarios como extra y llegó a 20 con su breve participación en The Drug Store Cowboy (1925), la primera película suya de cuyo cachet se tiene registro, pero siempre era mejor que seguir intentando en vano abrirse paso como caricaturista político. Y además el horizonte se veía más prometedor. Tanto lo fue que dos años más tarde ya Clara Bow le había echado el ojo y había logrado incorporarlo a sus elencos, entre ellos el de Alas . Justamente la película dirigida por William Wellman que ganaría el primer Oscar de la historia. Y uno de los motivos de especial interés del ciclo que la Cinemateca desarrolla en estos días en la sala Lugones.
No son muy frecuentes las oportunidades de ver a Cooper en la pantalla (inclusive en la casera); mucho menos, la de asistir a una proyección de Alas , que en este caso se verá en una copia recientemente restaurada. El ciclo continúa hasta el 13 e incluye dieciséis largometrajes y entre los que figuran títulos tan recordados, como El secreto de vivir (Frank Capra, 1936, con Jean Arthur); Beau Geste (William A. Wellman, 1939, con Ray Milland); Vera Cruz (Robert Aldrich, 1954, con Burt Lancaster) y los trabajos que le dieron a Cooper los dos Oscar de su carrera: El sargento York (Howard Hawks, 1941) y la ya citada A la hora señalada.
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