
Scriabin, un siglo después
Todo un capítulo, y por cierto jugoso, llena en la historia de la música la vida y la creación del compositor ruso Alexander Scriabin, que nació en 1872 y murió hace un siglo, en abril de 1915. Sus contemporáneos lo juzgaron según criterios abismalmente opuestos. Para unos era una figura mesiánica, algo así como el profeta de una nueva era, el que "había de venir" para sacudir los cimientos de la creación sonora en Rusia. Para otros, la carga de teosofía, ocultismo y filosofía oriental que inspiraban sus composiciones lo convertían en un extravagante estéril, sin futuro.
Este condiscípulo de Rachmaninov fue, según dicen, un gran pianista y autor de sonatas y otro tipo de páginas para el teclado que se han encargado de perpetuar su nombre, así como de ambiciosas producciones sinfónicas.
Scriabin concibió grandes composiciones orquestales, entre ellas, el Poema del éxtasis y Prometeo: el Poema del fuego, para orquesta con piano, coro y teclado de colores. Luego, casi el resto de su obra está destinada al piano solo.
Pero otras solicitaciones habrían de llevar al compositor por caminos más complejos. Veía al artista -se veía a sí mismo- como un redentor, y en la concepción de la obra musical era preciso combinar el misticismo con una carga de erotismo y de éxtasis, todo ello unificado por la fe en un particular ideal artístico. Comparando ese ideal con la Gesamkunstwerk (obra de arte integral) wagneriana, aseguraba que "tendrá que haber una fusión de todas las artes; pero no una fusión teatral como la de Wagner. El arte -declaraba Scriabin- debe unirse con la filosofía y la religión en un todo indivisible para formar un nuevo evangelio que reemplazará al antiguo, que ya ha caducado. Sueño -dice- con crear tal Misterio".
Una de las obras clave para acercarse a este autor es una partitura creada entre 1905 y 1907 y dirigida en Buenos Aires en 1924, por Emil Cooper con la Orquesta del Teatro Colón. Se trata del Poema del éxtasis, que es en la evolución del compositor un punto terminal, una cima a la que arriba por su reciente descubrimiento de la teosofía. En cierto modo es el anuncio de lo que él mismo llamó "mi ascensión hacia el sol", algo así como una marcha hacia el logro de la felicidad total. Desde el punto de vista del estricto lenguaje sonoro digamos que su cromatismo armónico se condensa por momentos hasta los límites de la tonalidad.
La orquesta, en cuanto a su formación, es llevada aquí a proporciones extremas. El éxtasis para Scriabin se traduce en una especie de ebriedad sonora que requiere incluso el órgano. "Aquí abajo, en este mundo -habría declarado ya a los dieciséis años- no soy más yo mismo. Pero percibo los llamados, entreveo un universo sublime de los espíritus. Universo de sueños." Es el éxtasis que trata de volcar en este poema. Aunque, dicho sea de paso, para algunos especialistas -y al margen de la droga, en la cual no se pensaba, tal vez, en 1907- ese éxtasis respondería a los goces de un acto más erótico de lo que dejan entrever sus insistentes alusiones al espíritu.
Que cada cual lo entienda a su manera. Yo me guardo mi propia opinión sobre Scriabin.







