Los gustos y los colores: cómo obtener claridad en medio de tanta confusión
Los gustos y los colores (Les goûts et les coulers, Francia, 2018) / Dirección: Myriam Aziza / Guion: Myriam Aziza, Denyse Rodrigues-Tomé / Fotografía: Benoît Chamaillard / Edición: Vincent Zuffranieri / Elenco: Sarah Stern, Jean-Christophe Folly, Julia Piaton, Catherine Jacob, Richard Berry / Duración: 95 minutos / Disponible en: Netflix / Nuestra opinión: buena
Los gustos y los colores intenta trascender, a partir del humor y cierta contenida irreverencia, tanto las viejas etiquetas de un mundo conservador como las nuevas impuestas por cierta corrección política. En ese camino, logra un retrato divertido de algunos malentendidos y situaciones equívocas, suelta algunos buenos chistes en el momento justo, y sostiene la empatía con la protagonista gracias a esa expresión entre querible e irritante de Sarah Stern. Sin embargo, a medida que arriba al final, la guionista y directora Myriam Aziza (de la que se conoció su ópera prima, La robe du soir, en el Bafici 2010) parece empantanarse en algunas resoluciones, a las que define con cierta complacencia y descuido. Pero vayamos al principio.
Simone (Stern) no está demasiado segura de ninguna de las definiciones que marcan su vida. Ni la de ser judía, ni la de ser ejecutiva de cuentas en un banco ("la promesa de la joven banca francesa", como la llama su padre), ni la de ser lesbiana. Algunas las contesta, otras las oculta. Si bien hace tres años está en pareja con Claire (Julia Piaton), todavía está en el closet para su familia que insiste en buscarle un novio para el inminente casamiento de su hermano. Los momentos más divertidos de la película se concentran en las tensiones entre esa familia de ritos ortodoxos y un conservadurismo algo caricaturesco y los intentos de Simone de pensar su judaísmo y su sexualidad más allá de las imposiciones.
A la gesta de su hermano por concertarle una cita, vía su sitio online, con un "buen chico judío", se suma la repentina atracción de Simone por Wali (Jean-Christophe Folly), un chef senegalés que -al parecer- cocina como los dioses y la seduce con "los gustos y los colores" del título. Aquí es donde la película se desvía en algunos trazos demasiado evidentes sobre las tensiones entre musulmanes y judíos, haciendo de la familia del cocinero un compendio de lugares comunes (llevado al extremo en la escena de los senegaleses esperando el antipasto entre comentarios machistas y antisemitas).
El acierto de la sátira de Aziza está en el mundo que conoce, el de las tensiones que atraviesan todas las identidades. Es el mundo de Simone el que adquiere más espesor, incluso en ese intento de obtener claridad allí donde todo puede ser confusión. Si en La robe du soir, una preadolescente conjugaba su despertar sexual con la atracción obsesiva por su maestra, aquí Simone descubre que nada es demasiado definitivo pese al impulso de las obsesiones, tanto propias como ajenas. La dinámica ambivalente con su familia, la compleja relación con la esencia de su religión y la construcción de un vínculo casi erótico con los placeres culinarios es donde la película encuentra fluidez y convicción, y también entiende al humor como fruto de esa liberadora mirada sobre sí misma.
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