Cerca: tensiones de pareja que se extienden a la platea
Libro: Eduardo Pavlovsky / Elenco: Marcos Casetta, Cumelen Sanz / Vestuario: Adriana Ormart / Escenografía: Guillermo Bechtold / Iluminación y dirección: Juan Washington Felice Astorga / Sala: Noavestruz, Humboldt 1857 / Funciones: viernes, a las 23 / Duración: 50 minutos / Nuestra opinión: muy buena
Hay un fuerte interés en volver a los textos de Pavlovsky este año. Más que un panegírico de uno de nuestros autores fundamentales, se trata de seguir en la búsqueda de los muchos problemas que supo tratar. Cerca habla de una relación de pareja, pero fuera del lugar común costumbrista que esto habilita, hay algo del orden psicológico del deseo y la insatisfacción que se pone en proceso como un principio dialéctico que siempre se renueva. Dentro de los textos de Tato, este es de esos en los que el juego predomina por sobre la trama, en el que se ponen en consideración las muchas variables que una misma temática habilita.
La progresión dramática casi se agota en el primer parlamento. El hombre desea que la mujer le sea infiel, esto marca una pareja al borde de la disolución que, por algún motivo, no deja de volver a acercarse una y otra vez. El espacio escénico está poblado de los juegos que podrían estar en una plaza. Así, con una hábil metáfora, la escenografía escapa al tópico realista y remite al contrapeso, a la distancia y la cercanía como principios de este ir y venir de los dos: una calesita que contiene los distintos ambientes de una casa, un subibaja y un tobogán pueblan la sala. El paso de una zona a otra, o el recorrido dentro de cualquiera de ellas, se arma desde partituras físicas que muestran un trabajo a conciencia a partir de la dirección de Juan Washington Astorga. Hay un proceso de laboratorio en el que los cuerpos y el espacio entre ellos empieza a armar sentido, capaz de hacer pasar una palabra que transmite un pensamiento siempre sutil y enrevesado. El componente musical, parte importante de esta "melodía inconclusa de una pareja", está bien logrado para dar dinamismo a la puesta, para armar ritmos que varían ante el automatismo que amenaza con comerse la pieza.
La dirección no busca dar una respuesta demasiado tajante a los interrogantes, hay motivos para creer que este juego de pareja y esta forma de entender una relación está destinada a seguir en la dinámica infinita que se genera. Estas tensiones de la vida juntos se extienden a la platea y se proponen como algo sobre lo que seguir trabajando, incluso después de abandonar la sala.
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